Viviana Arroz P.
Santiago
– 1972
El sol perdía poco a poco su
color, las nubes desaparecían en una noche que al parecer nada tenía de
extraño, el ruido constante de los grillos y sapos del lugar se escuchaban en
una sonora particularidad, el aire viajaba a la misma velocidad de siempre, las
luces del lunapar se apagaron a la hora acordada, los lugareños cerraban sus
ventanas, las mujeres recogían las últimas ropas, mientras los hombres
amarraban los caballos y soltaban a los perros.
Pero
Leonardo no entendía lo que estaba pasando, la gente guardaba sus cosas, yendo
luego a la iglesia a buscar agua bendita, él era el único que no se movía, sin
comprender el por qué de tanto alboroto, atónito miraba como el Padre
Candelario transpiraba de tanto correr llevando agua bendita para sus feligreses.
La
señora Justiniana regresaba de llenar la
última botella de agua, fue en ese momento cuando le preguntó a Leonardo que
hacía allí, parado como una estatua mientras el pánico se apoderaba de la
población en esa fecha, él, sin miramientos, preguntó qué era lo que ocurría.
Mijito,
me extraña que no sepa, si fue usted mismo el que anduvo buscando información
sobre el Cristo y por qué se encuentra a orillas del puente.
Pero
señora Justi ¿Por eso es todo este alboroto?
No
joven, sin embargo es mejor que en otra
oportunidad conversemos de esto, ya se acerca la media- noche y le aconsejo que
se vaya pa´entro de la iglesia y se me
quede bien guardaito, no vaya a ser cosa
que se lo lleve a usted,… calla Justi… calla – y se alejó sin ninguna
explicación.
Leonardo
no pudo pegar los ojos pensando mil cosas, hasta la idea de que por el lugar
rondaba un vampiro. Decidió entonces cerrar bien la ventana de la habitación y
por si acaso puso un par de ajos al borde de ella.
Sin
embargo la noche extendió su manto delicadamente, dibujando en cada espacio del paraje una luminosa y
perfecta estrella. El alba despertó a los gallos quienes a grito pelado
avisaban que el día daba su comienzo. El muchacho totalmente se estiró en la
litera, mientras unos rayos juguetones del amanecer se posaban frente a sus ojos, tomó los lentes y se
dispuso a sacar los ajos y abrir la ventana, entre pestañeos observó un
tremendo gentío reunido a los pies de una solemne figura de jesús, hasta la
señora Justi se encontraba entre los asistentes,
se encaramó en una silla y prestó oídos a lo que el Padre Candelario decia:
Estimados
feligreses, nos encontramos reunidos nuevamente aquí para dar las gracias a
nuestro Señor por permitirnos pasar la
noche en paz a nuestros familiares, como es costumbre en la Pascua de
Resurrección, recordaremos esa hermosa oración
que Él nos dejó, y de esta forma recordar que no estamos solos en este
universo.
El
bullicio del Padre Nuestro causó escalofríos y Leonardo, quién todavía no
comprendía a qué se debía toda esta ceremonia, se terminó de vestir, se abrochó
los zapatos y partió derechito a conversar con el Padre, quién todavía estaba aún bendiciendo a los animales que se
ofrecían a la figura por concederles una
noche tranquila y sin perturbaciones.
¡Oiga!
¡Oiga! Padre Candelario, podría conversar con usted un momento por favor,
gritaba, mientras la gente se acumulaba frente al sacerdote para que este le
acariciara la cabeza o les tomara las manos ¡Padre, podríamos hablar!−
gritó nuevamente, alzando las manos para que el sacerdote lo viera.
El
padre miró y le señaló la oficina
parroquial –
Espéreme allá Leonardo, −le musitó el
sacerdote en medio de todo el bullicio.
Caramba,
pensaba Leonardo, por qué pasará todo esto, creo que será un excelente material
para terminar mi investigación en eso iba pensando cuando de pronto en la vereda del frente apareció
un señor con atuendos muy antiguos y se dirigió a él, la triste mirada de aquel hombre invadió los ojos de Leonardo
quién se mantuvo quieto y sin habla, entonces el hombre puso su mano en el
hombro del muchacho y sin decir palabra alguna desapareció junto con el suspiro
de terror de Leonardo. Eran exactamente
las ocho de la mañana y la brisa del amanecer
recorrió por el aterrado rostro del joven quien sin pensarlo dos veces
corrió con todas sus fuerzas a la
oficina parroquial para pedir una explicación al sacerdote.
Con
la mano en el corazón y los sentidos
desordenados entró despavorido a la pequeña oficina y se quedó quieto a esperar
la cálida figura del Padre Candelario, cerrando los ojos.
Padre,
es verdad, yo lo vi, venía de esa
dirección, cruzó la calle, me miró y en sus ojos se dibujaba claramente las
tristeza, se lo juro Padre, no entiendo lo que está sucediendo aquí, explíqueme por favor antes que me
desquicie.
Bien,
hijo, creo que tienes derecho a saber los cuentos que se relatan en esta zona,
al principio yo tampoco daba crédito a tantas habladurías, hasta que un
día me sucedió algo parecido a lo que
experimentaste hoy, pero gracias a Dios nada me sucedió, es por esta razón que
tienes que prepararte para lo que viene más adelante.
El
sacerdote explicó a Leonardo cada paso a seguir ahora que sabía la verdad del
lugar. Leonardo respiró profundamente y respondió al sacerdote que por primera
vez en su vida sentía un terror tan grande, que haría cualquier cosa para
deshacerse de aquella pesadilla.
Muchacho,
tendrás que estar frente al Cristo cerca de las doce de la noche y cuando se
apague la última luz del lupanar, debes rezar esta oración y pedirle al difunto
Rodríguez que te deje en paz.
¿Eso
es todo Padre? –preguntó mientras su voz reflejaba el miedo incesante que
recorría cada espacio de su cuerpo.
El
sacerdote le dio la bendición y junto
con esto pidió a Dios que protegiera al muchacho. El día siguió su curso, las nubes se movían a la velocidad de siempre, el viento hacía
aplaudir a los árboles, la tierra soltaba poco a poco su aroma de tarde, en
tanto, Leonardo se preparaba para el ritual. Antes de la hora acordada decidió
caminar; sin querer sus pies lo llevaron ante el cristo, como si una fuerza
espiritual lo condujera flotando al pequeño santuario en el que se hallaba la
figura, lo contempló con una dulzura inexplicable, estaba inmóvil sobre aquella
cruz de madera, tenía la cabeza inclinada hacia un costado, sus ojos expresaban
un sufrimiento carnal a pesar de ser una
figura oscura su presencia no dejaba de ser importante.
Reflexionó
de tantas cosas que le habían sucedido en su vida que sin querer, la noche lo
encontró en el lugar preciso y a la hora acordada, de pronto sus ojos dejaron
de pestañar, un gran trueno se apoderó del silencio, él se estremeció, los
perros aullaban desesperados, la luna cambió de color, un ser espantoso fluía
del centro de la tierra, sus ojos de fuego se clavaron en el joven y con una
voz truenosa exclamó:
Tú
eres la desdichada alma que encontró
Rodríguez para saciar mi hambre, arrodíllate ante tu amo, debéis darme
tu vida, y serás mi concubino eterno.
Sus
escamosas manos se acercaron peligrosamente
al cuello de Leonardo quitando lentamente su respiración, la risa que
emanaba de la boca del demonio, emitía
sonidos de espantos por todo el lugar, casi sin respiración el joven periodista sintió una voz espiritual
que recorrió su cuerpo llenándolo de alivio.
Movió
un poco su cabeza y pudo ver algo jamás presenciado por un ser humano,
Cristo vestido de ropaje celestial
caminaba hacia ellos, en su pecho llevaba un sello de oro, su cabeza y sus
cabellos eran blancos como la nieve, sus ojos como dos gotas cristalinas, casi
irreales; tenía en la mano derecha una llaga de la cual emanaba un rayo
celestial y su voz era como de muchas aguas.
El
sonido de su voz resonó con un fuerte
dolor en los oídos del demonio quien
soltó al pobre muchacho para tapárselos.
Dejadlo
libre, su hora de partir no ha llegado aún, no podéis seguir tomando vidas para
tu propia complacencia.
Acaso
vais a detenerme hijo de Dios, yo fui uno de ustedes y mira lo que soy ahora, el poder, la lujuria,
acaso tu Padre no te enseñó que jugar conmigo es peligroso.
Le
dijo mientras su risa se convertía en llamas y de su cuerpo salía un olor
putrefacto y las serpientes acariciaban su tórax.
Entonces
Cristo levitó sobre la tierra. Su pecho se abrió y de él salieron miles de
luces celestes cubriendo de esta forma al desterrado demonio que maldecía a
Dios nuevamente por perder ante la magnífica figura de aquel espíritu
milenario.
Leonardo
en tanto yacía en el suelo impávido por todo lo presenciado, tratando de
respirar sintió como la suave figura de Cristo se acercó a él y susurrándole al
oído, dijo:…
Nota: Mantengo la ortografía y redacción tal como se encuentran en Arroz P., Viviana “Cristo Negro”. pp. 7-12. Medina Arenas, Magdalena. Puente Alto, Una Crónica, Un recuerdo. Talleres gráficos MACZ Impresores.
Nota: Mantengo la ortografía y redacción tal como se encuentran en Arroz P., Viviana “Cristo Negro”. pp. 7-12. Medina Arenas, Magdalena. Puente Alto, Una Crónica, Un recuerdo. Talleres gráficos MACZ Impresores.