miércoles, 23 de mayo de 2018

CRISTO NEGRO


                                                                                                               Viviana Arroz P.
                                                                                                              Santiago – 1972
El sol perdía poco a poco su color, las nubes desaparecían en una noche que al parecer nada tenía de extraño, el ruido constante de los grillos y sapos del lugar se escuchaban en una sonora particularidad, el aire viajaba a la misma velocidad de siempre, las luces del lunapar se apagaron a la hora acordada, los lugareños cerraban sus ventanas, las mujeres recogían las últimas ropas, mientras los hombres amarraban los caballos y soltaban a los perros.
                Pero Leonardo no entendía lo que estaba pasando, la gente guardaba sus cosas, yendo luego a la iglesia a buscar agua bendita, él era el único que no se movía, sin comprender el por qué de tanto alboroto, atónito miraba como el Padre Candelario transpiraba de tanto correr llevando agua bendita para sus feligreses.
                La señora Justiniana  regresaba de llenar la última botella de agua, fue en ese momento cuando le preguntó a Leonardo que hacía allí, parado como una estatua mientras el pánico se apoderaba de la población en esa fecha, él, sin miramientos, preguntó qué era lo que ocurría.
                Mijito, me extraña que no sepa, si fue usted mismo el que anduvo buscando información sobre el Cristo y por qué se encuentra a orillas del puente.
                Pero señora Justi ¿Por eso es todo este alboroto?
                No joven, sin embargo es mejor  que en otra oportunidad conversemos de esto, ya se acerca la media- noche y le aconsejo que se vaya pa´entro de la iglesia  y se me quede bien guardaito, no vaya a ser cosa  que se lo lleve a usted,… calla Justi… calla – y se alejó sin ninguna explicación.   
                Leonardo no pudo pegar los ojos pensando mil cosas, hasta la idea de que por el lugar rondaba un vampiro. Decidió entonces cerrar bien la ventana de la habitación y por si acaso puso un par de ajos al borde de ella.
                Sin embargo la noche extendió su manto delicadamente, dibujando en  cada espacio del paraje una luminosa y perfecta estrella. El alba despertó a los gallos quienes a grito pelado avisaban que el día daba su comienzo. El muchacho totalmente se estiró en la litera, mientras unos rayos juguetones del amanecer se posaban  frente a sus ojos, tomó los lentes y se dispuso a sacar los ajos y abrir la ventana, entre pestañeos observó un tremendo gentío reunido a los pies de una solemne figura de jesús, hasta la señora Justi se encontraba  entre los asistentes, se encaramó en una silla y prestó oídos a lo que el Padre Candelario decia:
                Estimados feligreses, nos encontramos reunidos nuevamente aquí para dar las gracias a nuestro Señor por permitirnos  pasar la noche en paz a nuestros familiares, como es costumbre en la Pascua de Resurrección, recordaremos esa hermosa oración  que Él nos dejó, y de esta forma recordar que no estamos solos en este universo.
                El bullicio del Padre Nuestro causó escalofríos y Leonardo, quién todavía no comprendía a qué se debía toda esta ceremonia, se terminó de vestir, se abrochó los zapatos y partió derechito a conversar con el Padre, quién todavía  estaba aún bendiciendo a los animales que se ofrecían a la figura por  concederles una noche tranquila y sin perturbaciones.
                ¡Oiga! ¡Oiga! Padre Candelario, podría conversar con usted un momento por favor, gritaba, mientras la gente se acumulaba frente al sacerdote para que este le acariciara la cabeza o les tomara las manos ¡Padre, podríamos hablar! gritó nuevamente, alzando las manos para que el sacerdote lo viera.
                El padre miró  y le señaló la oficina parroquial Espéreme allá Leonardo, le musitó  el sacerdote en medio de todo el bullicio.
                Caramba, pensaba Leonardo, por qué pasará todo esto, creo que será un excelente material para terminar mi investigación en eso iba pensando  cuando de pronto en la vereda del frente  apareció  un señor con atuendos muy antiguos y se dirigió a él, la triste mirada  de aquel hombre invadió los ojos de Leonardo quién se mantuvo quieto y sin habla, entonces el hombre puso su mano en el hombro del muchacho y sin decir palabra alguna desapareció junto con el suspiro de terror de  Leonardo. Eran exactamente las ocho de la mañana y la brisa del amanecer  recorrió por el aterrado rostro del joven quien sin pensarlo dos veces corrió con todas sus  fuerzas a la oficina parroquial para pedir una explicación al sacerdote.
                Con la mano en el corazón  y los sentidos desordenados entró despavorido a la pequeña oficina y se quedó quieto a esperar la cálida figura del Padre Candelario, cerrando los ojos.
                Padre, es verdad, yo lo vi,  venía de esa dirección, cruzó la calle, me miró y en sus ojos se dibujaba claramente las tristeza, se lo juro Padre, no entiendo lo que está sucediendo  aquí, explíqueme por favor antes que me desquicie.
                Bien, hijo, creo que tienes derecho a saber los cuentos que se relatan en esta zona, al principio yo tampoco daba crédito a tantas habladurías, hasta que un día  me sucedió algo parecido a lo que experimentaste hoy, pero gracias a Dios nada me sucedió, es por esta razón que tienes que prepararte para lo que viene más adelante.
                El sacerdote explicó a Leonardo cada paso a seguir ahora que sabía la verdad del lugar. Leonardo respiró profundamente y respondió al sacerdote que por primera vez en su vida sentía un terror tan grande, que haría cualquier cosa para deshacerse  de aquella pesadilla.
                Muchacho, tendrás que estar frente al Cristo cerca de las doce de la noche y cuando se apague la última luz del lupanar, debes rezar esta oración y pedirle al difunto Rodríguez que te deje en paz.
                ¿Eso es todo Padre? preguntó mientras su voz reflejaba el miedo incesante que recorría cada espacio de su cuerpo.
                El sacerdote le dio la bendición  y junto con esto pidió a Dios que protegiera al muchacho. El día siguió  su curso, las nubes se movían  a la velocidad de siempre, el viento hacía aplaudir a los árboles, la tierra soltaba poco a poco su aroma de tarde, en tanto, Leonardo se preparaba para el ritual. Antes de la hora acordada decidió caminar; sin querer sus pies lo llevaron ante el cristo, como si una fuerza espiritual lo condujera flotando al pequeño santuario en el que se hallaba la figura, lo contempló con una dulzura inexplicable, estaba inmóvil sobre aquella cruz de madera, tenía la cabeza inclinada hacia un costado, sus ojos expresaban un sufrimiento carnal a  pesar de ser una figura oscura su presencia no dejaba de ser importante.
                Reflexionó de tantas cosas que le habían sucedido en su vida que sin querer, la noche lo encontró en el lugar preciso y a la hora acordada, de pronto sus ojos dejaron de pestañar, un gran trueno se apoderó del silencio, él se estremeció, los perros aullaban desesperados, la luna cambió de color, un ser espantoso fluía del centro de la tierra, sus ojos de fuego se clavaron en el joven y con una voz truenosa exclamó:
                Tú eres la desdichada alma que encontró  Rodríguez para saciar mi hambre, arrodíllate ante tu amo, debéis darme tu vida, y serás mi concubino eterno.
                Sus escamosas manos se acercaron peligrosamente  al cuello de Leonardo quitando lentamente su respiración, la risa que emanaba  de la boca del demonio, emitía sonidos de espantos por todo el lugar, casi sin respiración  el joven periodista sintió una voz espiritual que recorrió su cuerpo llenándolo de alivio.
                Movió un poco su cabeza y pudo ver algo jamás presenciado por un ser humano, Cristo  vestido de ropaje celestial caminaba hacia ellos, en su pecho llevaba un sello de oro, su cabeza y sus cabellos eran blancos como la nieve, sus ojos como dos gotas cristalinas, casi irreales; tenía en la mano derecha una llaga de la cual emanaba un rayo celestial y su voz era como de muchas aguas.
                El sonido de su voz resonó  con un fuerte dolor  en los oídos del demonio quien soltó al pobre muchacho para tapárselos.
                Dejadlo libre, su hora de partir no ha llegado aún, no podéis seguir tomando vidas para tu propia complacencia.
                Acaso vais a detenerme hijo de Dios, yo fui uno de ustedes y  mira lo que soy ahora, el poder, la lujuria, acaso tu Padre no te enseñó que jugar conmigo es peligroso.
                Le dijo mientras su risa se convertía en llamas y de su cuerpo salía un olor putrefacto y las serpientes acariciaban su tórax.
                Entonces Cristo levitó sobre la tierra. Su pecho se abrió y de él salieron miles de luces celestes cubriendo de esta forma al desterrado demonio que maldecía a Dios nuevamente por perder ante la magnífica figura de aquel espíritu milenario.
                Leonardo en tanto yacía en el suelo impávido por todo lo presenciado, tratando de respirar sintió como la suave figura de Cristo se acercó a él y susurrándole al oído, dijo:…

Nota: Mantengo la ortografía y redacción tal como se encuentran en Arroz  P., Viviana “Cristo Negro”. pp. 7-12. Medina Arenas, Magdalena. Puente Alto, Una Crónica, Un recuerdo. Talleres gráficos MACZ Impresores.