Escritor: Jota Jota Conus
Artista visual: Aclicio Peralta Oyarce
A Julio Arancibia O. y
Jorge Céspedes Romero “El Manguera”
Aquel día, partí con mi botellón de vino tinto
al Cajón del Maipo, para ver qué tan ciertas eran las historias que se relataban
sobre el Diablo.
Cuando llegué al último
paradero de la metrobús setenta y dos en San José, descendí de la micro e
inmediatamente me dio la bienvenida un delicioso olor a pino, el cual guio mis
pasos hacia el puesto de comida desde donde provenía tal efluvio. Una vez ahí, compré
un par de picantes empanadas hechas en horno de barro.
Suelta la lengua a causa del alcohol, y
después de zamparme una de éstas, me puse a conversar con el vendedor:
─Oiga, ¿sabe qué?, ando
buscando al Diablo. Primero iré a El Toyo, sector en donde, según cuenta la
leyenda, a principios del siglo diecinueve, el maligno personaje dejó su huella
en un lugar que hoy es conocido como la Pata del Diablo. La hizo cuando salió
arrancando de la Madre Superiora, luego de que ésta, le arrojara agua bendita, al
sorprenderlo en una de las habitaciones del convento que había en aquel
entonces, seduciendo a una hermosa novicia. El problema es que nunca más se le
volvió a ver, así que es poco probable que lo encuentre, pero de todas maneras…
─Hay
varias versiones sobre el origen de la Pata del Diablo ─me interrumpió el
locatario─. Una de ellas cuenta que un hombre llamado Juan, hizo un pacto con el
Cachu’o. Una mina de oro y una vasija con un vino interminable fueron las
primeras peticiones. La última, antes de entregar su alma en forma definitiva,
fue la construcción de un puente en la Noche de San Juan que le sirviera como
vía para dejar todas las pertenencias, que tenía cuando era pobre, al otro lado
del río. El Cachu’o accedió a este último deseo, pero no pudo terminar el
puente, ya que al comenzar a trabajar, se encontró con cruces de madera,
enterradas la noche anterior por el mismo Juan, en cada lugar que iba siendo
excavado, las cuales, como comprenderá, retrasaron la tarea. De esta manera se
vio sorprendido por el alba, y no le quedó otra que salir arrancando con un
impulso que dejó la marca de un pie. Una huella. Esta historia, tal como la que
me contó, dice que tampoco se le volvió a ver por allí.
─Entonces
tendría que ir a El Melocotón, pues dicen que el Diablo se pasea convertido en
un elegante huaso vestido de negro, en una carreta tirada por cuatro caballos
del mismo color cerca de la medianoche, buscando las almas de quienes hicieron
un pacto con él, y ofreciendo sus servicios a los que desean riquezas materiales.
Si no lo encuentro en esta localidad, no importa, pues en San Gabriel, cerca de
donde confluyen los ríos El Yeso y Maipo, está el Puente del Diablo. La historia
señala que el Señor Jesucristo… ¡él todo amor, el lindo, precioso!... caminó
por la tierra, contemplando el cristalino río Maipo que fluía desde la
cordillera hasta el mar por un precioso valle, pero el poder de su corriente no
permitía que los humanos la cruzaran, así que no se le ocurrió nada mejor que
llamar al Diablo para hacerle una apuesta, la cual consistía en echar una
competencia para ver quién terminaba primero, ¡qué buena idea tuvo! El bueno y
el malo (y a veces feo), comenzaron a trabajar, pero este último la hizo
cortita, pues pescó una gigantesca roca
y la chantó en las aguas cordilleranas. ¡Ya había un ganador!... Jesús, en
cambio, pacientemente construyó un puente de hierro que más tarde fue conocido
como El Puente de Cristo. Los lugareños, hasta el día de hoy, dicen que el mejor
puente es este último, ¡pero qué diablos importa, si al final igual perdió!
Ahora bien, si allí no lo encuentro, iré hasta El Volcán, pues me contaron que
en este ex pueblo minero, también se pasea el Diablo en carreta.
─Oiga,
pero no es necesario ir tan lejos si se quiere encontrar con el Cachu’o. Por el
Camino del Cerro, que está trescientos metros más arriba de donde nos
encontramos, se pasea. Yo, todas las noches, escucho el crujido de las maderas de
la carreta y unos sonidos de cadenas que se arrastran. Además de los
enloquecidos ladridos de los perros ─me dijo el vendedor con una sucia sonrisa
en donde refulgía un brillante diente de oro.
Contento por la información obtenida, no
esperé más, así que pagué la cuenta y partí en busca del Maligno. Cuando ya
llevaba medio kilómetro, recorriendo el Camino del Cerro, me encontré con una
anciana, a quien le pregunté si había visto al demonio. Al escuchar esta palabra
se inquietó, con un nudo en la garganta dijo que no y salió corriendo. Yo reí a
carcajadas y celebré la reacción de la vieja con un gran trago de vino. Al
mezclar el tinto manjar con los trocitos de pan, carne, cebolla, pasa y
aceituna que aún se encontraban entre mis dientes, me dieron ganas de comer la
otra empanada. Así que introduje la mano en el bolsillo en donde la tenía
guardada, pero no estaba. Se me había caído en el camino. Ya la había besado el
Diablo como se dice. No quise retroceder para buscarla porque, no cabía duda,
alguno de los perros, los mismos que le ladran al Diablo cuando éste se pasea
por el sector, ya se la habría engullido.
Continué mi viaje hasta llegar al final
del Camino del Cerro en busca de algo extraño, pero no encontré nada que
atrajera mi atención. Ante la frustración de mis expectativas, le pegué un gran
sorbo al botellón y partí a buscar al Demonio
a un riachuelo que está ubicado al costado del camino que lleva a
Lagunillas, y que muy pocos puentealtinos
conocemos. Cuando por fin pude llegar a la orilla de las cristalinas aguas, me
desnudé, y para evitar que mis prendas de vestir se mojaran, dejé cada una de
ellas bien dobladitas sobre la más grande de las rocas que ornamentaban el
paisaje, e inmediatamente empecé a llamarlo:
─¡Oh,
Señor de las Tinieblas! ¡Gran Satanás! ¡Te invoco! ─pero nada sucedió.
─¡Ya,
po’, Mandinga! ¡Cola ‘e Flecha! ¡Príncipe de las Tinieblas, ven pa’ ca, poh!
¡Te estoy esperando!..., ¡te doy miedo!, ¿cierto?, ¡ven, poh! –le gritaba,
mientras le chispeaba los dedos.
─¡Señor
Oscuro, Satán, Demonio, Don Sata, ven pa’ acá!, ¡te meo! ─vociferaba, mientras
orinaba en el cauce del río.
Después de cada trago, lo llamé con
cada uno de los nombres que a él hacen referencia: Belcebú, Espíritu del Mal,
Satanás, Patas de Lija, Tentador, Lucifer, Luzbel, Colu’o, Malulo, Patas Verdes, Diantre, Caballero
Negro, Patas de Hilo, Azufrado, Cola de Bayeca, Catete, Racucho, José Arnero…
mencioné más nombres que Oreste Plath en su libro Geografía del mito y la leyenda chilenos
y que Sonia Montecinos en su Mitos de
Chile.
─¡Ven
pa’ ca, pa’ ver quién e’ má’ choro poh, cochino culia’o!, ¡¿vo’ creí que te
tengo miedo?! ─exclamé, mientras hacía un Pato Yáñez.
Hubo un momento en que creí ver, en la
otra ribera, a un hombre vestido de negro con características similares a la
mías, es decir, alto, delgado y con una delicada y suave tez marfileña, pero lo
atribuí a mi imaginación y al alcohol bebido que, dicho sea de paso, en ningún
momento me curó o me borró. Sólo me envalentonó.
Me aburrí de invocarlo, de manera que
opté por secarme con los calzoncillos, (no había llevado toalla), y colocarme
la ropa. Estaba sequita y yo, impecable:
─¡Diablo
sapo y la conchetumare!, ¡me tení miedo!, ¡chao, culia’o!, ¡te paseo!
Después de estas palabras, sentí que una
extraña fuerza que hasta el día de hoy no he experimentado, ni creo que volveré a
experimentar jamás, me elevó por los aires durante unos segundos y me empujó al río. Inmediatamente, salí del cauce con un acrobático salto en retroceso para ver cuál había sido la
causa, pero créanme, nada ni nadie se encontraba a mi alrededor. Solo yo, de
nuevo en pelota, y toda mi ropa rasgada, siendo arrastrada río abajo.
─¡¡Oh,
Diablo sapo culi’ao y la conchetumare, me cagaste!!, ¡¡guajajajajaja!! –no pude
evitar la carcajada.
Aprovechando la exuberancia vegetal de
mi entorno, corté una hoja de un
desconocido árbol para abrigarme. Y así, cual Adán, siendo expulsado del
paraíso, me interné por un bosquecillo.
Lo que ocurrió después, no lo puedo relatar con
precisión. Lo único que recuerdo, es que corrí por largas horas, entre medio de
oscuros y húmedos árboles, sumergiendo en el fango mis agotadas piernas y
siendo rasmillado, rasguñado y arañado por espinosos arbustos, totalmente
desorientado. Hubo un momento en que creí perderme para siempre. Nunca sabré
dónde estuve. Pero por suerte, cuando recién empezaba a oscurecer, di con el
Camino al Volcán. Nunca me acuerdo de Dios, pero aquella vez le di las gracias
por ayudarme a reencontrar esta conocida vía.
Con
mis escuálidos cachetes todos arañados, empecé a hacer de’o a todos los
automovilistas que bajaban, pero nadie me quiso llevar. Lo único que hacían, era
tocarme la bocina. Yo, por respeto, no les gritaba que mejor me tocaran la
corneta.
Exhausto, caminé hacia el centro de San José, y
casi al llegar al paradero de la metrobús setenta y dos, pasé a mendigar un café
cargado donde el empanadero.
─¿Y por qué viene vestido así? ─me preguntó con una sarcástica sonrisa y
ojos de huevo frito.
─Es que tropecé con una
piedra y caí al río ─dije tiritando de
frío. No quise contarle lo que realmente me había ocurrido, para que no se
burlara aun más de mí–. ¡Ahhhh… ahhh chuuu!
─¡Salud!
─¡Gracias!
─¡Gracias!
─Parece que se resfrió, amigo mío. Oiga, ¿y se
comió la otra empaná?
─¡No!,
¡no sabe ná! Se me cayó cuando iba por el Camino del Cerro.
─¡¡Guajajajajaja!!...
amigo mío, fue el Diablo el que se la quitó… ¡¡guajajajaja!!
─¡¡Ahhhh…
chuuu!!
─Escuche,
ya comenzaron a ladrar los perros.
………………………………………………………………………………………………..
Por picarme a
choro con el Diablo, contraje una fulminante neumonía , que me tumbó en la cama, por dos largos y
provechosos meses. En uno de los breves momentos de lucidez, permitidos por los constantes delirios febriles que me acompañaron durante
los primeros días, recordé haber leído que el gran grupo Queen, canceló su gira el año setenta y
cuatro, a causa de la hepatitis que sufrió Brian
May, enfermedad que lo llevó a hospitalizarse, y que este virtuoso guitarrista
aprovechó para componer la canción Now I´m here (con la Red
Special en manos, obviamente). Siguiendo, en parte, este ejemplo, yo, ni tonto ni perezoso, con mi
guitarrita eléctrica y con la acústica también,
me dediqué a sacar los cien mejores solos de la historia del rock, según
la revista Guitar world. De esta
manera, en una semana, ya me sabía de memoria, mirando todo el rato hacia el
techo, y cuando no, con los ojos cerrados: Stairway
to heaven, Comfortably numb, All along
the watchtower, November rain, Hotel California, Crazy train, Layla, Highway star, Bohemian Rhapsody, Sultan of the Swing, Aqualung, Brighton Rock… y ochenta y ocho otros solos más… los saqué todos en
un mes, y a la perfección. “¡Soy un genio!” me dije, y seriamente pensé tocarlos en la locomoción colectiva, y dedicar mi vida laboral a ello, para dejar
por siempre, mi trabajo como profesor frustrado. Pero antes tenía que resolver
una deuda pendiente con el demonio.
Debía
idear un proyecto para vencerlo, de tal forma que me instruí con todo lo referente
que hay, sobre la relación existente
entre Satanás y los instrumentos de
cuerda. Gracias al celular con plan libre de internet, que me obsequió mi mamita, ahondé en la visita que en sueños realizó el Cola de Flecha a Giusseppe
Tartini, quien, después de diversas peticiones,
lo desafió para que tocara una pieza musical, que el maligno personaje
ejecutó de manera magistral y que el
músico, una vez despierto, trató de imitar, pero que jamás llegó a igualar, en
una composición que tituló bajo el
nombre de La Sonata para violín en sol
menor, más conocida como “La sonata
del Diablo” o “El trino del Diablo”; en
el pacto que hizo la madre de Niccolo
Paganini, cuando éste tenía cinco años,
para convertirlo en el mejor
violinista de la historia, y en la otra versión existente, la cual señala que
fue él mismo, quien personalmente le hizo esa petición al Señor Oscuro a cambio
de su alma. También logré viajar por
google maps hasta el cruce de la actual
autopista sesenta y uno con la cuarenta y nueve en Clarksdale, Missisipi,
lugar donde Robert Johnson se juntó con Don Sata para venderle su alma y
convertirse en el blusero más grande del mundo.
Y así, fui nutriendo mis
conocimientos con el Don Chosto. Guitarronero de Pirque de Jorge Mercado, documental que
aparece en youtube, con La Poesía Tradicional Popular Chilena del
Manguera, que es posible encontrar en la Revista Chilena de Literatura, disponible en google, pero que yo compré personalmente al Manguera, y que, junto con
El Diablo guitarrero de
Horacio Pacheco y la joyita, conocida como Los
cantores populares chilenos de Antonio Acevedo Hernández, pedí a mi vieja que
me los llevara para la posta, pues era
la única que me iba a ver y quien llevaba todo lo que pedía. Si me pusiera a
relatar todo lo que aprendí, este sería un cuento de nunca acabar,
transformándose en una novela infinita, por ende, queridísimo y paciente
lector, digo a usted, sin nota a pie de página alguna, que a su entera
disposición, se encuentra gran parte de los textos y videos que estudié, en el
blog Literatura sobre La Provincia Cordillera de Jota Jota Conus, en donde
podrá conocer al Tarifeño, Tarimbeño o Tarisfeño. Mi maestro, mi tutor, el loco
que venció al diablo; al Mulato Taguada, que dicen, se ahorcó con las cuerdas de
su guitarra, luego de que Javier de La Rosal lo venciera, después de
preguntarle por saberes que solo la lectura de libros podían responder. De
manera que estudié, estudié y estudié, día y noche, noche y día, para vencer al
demonio. Leí, leí, escribí, escribí, guitarreé, guitarreé, leí, leí y volvía a
leer, a escribir y a guitarrear. Cuando ya
me sentí listo, concluí que podía vencer al demonio de una deteminada manera y grité, despertando a todo el Sótero del Río:
“¡El guitarrón satánico será mío! ¡Mío! ¡Y de nadie más!”, así que, abusé de la
visita dominical.
─¿Cómo
estás? −preguntó mi viejita linda en aquella ocasión.
─¡Aburridísimo!
─le respondí, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
─¿Y
qué podemos hacer, mi hijito? ─me preguntó, muy acongojada.
─¡Cómprame
un guitarrón chileno! ─le ordené enérgicamente.
─¡No
se diga más! ─gritó mi vieja, dio media vuelta y se fue.
Y
al día siguiente, a primera hora, ya
estaba conmigo este fabuloso instrumento de cuerdas, originario de Pirque. Y
por un largo mes, me dediqué a ejecutarlo, sacando más de cuarenta toquíos, para
complementar las décimas espinelas que me salían como cerillas de los
oídos… sí, así de fácil.
Cuando por fin mejoré, y
pude salir del hospital, fui altiro a la
verdulería por un poco de comida, y al lado de ésta, por un par de cuetes, luego
a la farmacia con la receta del doctor, para comprar dos botellones de tinto, y
enseguida partí, hecho un peo, a Pirque, en la última Metrobús ochenta que salía
esa noche para encontrar al Diablo y darle su merecido. Pero esa vez no bebí ni
una gota de alcohol en el viaje, pues quería encontrármelo lúcido. De manera
que, en todo momento, los botellones estuvieron fondeados en la funda del
guitarrón y éste, siendo lisonjeado a
cada instante por mis callosas manos. Cuando la micro llegó a a Santa Rita,
descendí de ella, y empecé a caminar
kilómetros y kilómetros por la tierra donde nació el autor del contrapunto
del Diablo con Jesús, Liborio Salgado,
de quien se dice que payó con el
mismo Demonio, a plena noche, en pleno
campo, hasta que encontré una piedra partida en dos que sirvió para sentarme a esperarlo. Ya
había caminado harto. Caleta. Allí esperé por horas y horas, incluso pude dormir
un buen rato. Cuando desperté, no había nada, nadie ni nadien. Pensé
que no se presentaría. Ya iba a volver a Puente Alto, creyendo que todo lo
ocurrido en el Cajón del Maipo había sido una invención mía, solo atribuida al
exceso de alcohol y a nada más… pero al girar mi cabeza pude darme cuenta de que ante mí, estaba él.
Yo esperaba a un huaso
bonito y elegante para la ocasión, pero, en cambio, se presentó ante mí, la formidable figura de un gran macho cabrío con su guitarrón chileno y
un par de chuicas. De la nada, sacó una silla de madera y se sentó en ella. Tal
fue mi admiración cuando descubrí que, más encima, era zurdo, el inmundo. Así de
choro. Ante este atrevimiento, agarré mi
instrumento musical, lo comencé a rasguear
y, sin preámbulos, empecé a cantar:
Hola, te estaba
esperando,
como sabes más por viejo
vo’ cachái desde muy
lejos
en cuál parada es la que
ando.
De aquí saldrás
lloriqueando
por enfrentar a mi
mente.
Desgraciado delincuente,
vil, sucio y ruin
animal,
tú que siembras tanto
mal,
quemando en vida a la
gente.
Su réplica no se hizo esperar:
No te quieres presentar,
veo que eres muy poco hombre,
pero qué me va a importar
si ya sé cuál es tu nombre.
Yo lo haré aunque no te asombre:
soy tu Majestad, el Rey.
Cuanto digo y hago es ley,
por eso anda con cuidado,
pues por envalentonado,
esta noche te haré gay.
Pero yo no me
quedaba atrás:
Escucha bien, Satanás,
hoy obtendré honor y gloria,
quedando escrito en la historia,
quién de los dos sabe más.
Pues para payar soy un as
y te lo demostraré.
La victoria aseguré,
leyendo y tocando duro,
así que ten por seguro
que pronto al palo te haré.
hoy obtendré honor y gloria,
quedando escrito en la historia,
quién de los dos sabe más.
Pues para payar soy un as
y te lo demostraré.
La victoria aseguré,
leyendo y tocando duro,
así que ten por seguro
que pronto al palo te haré.
Ante esto, él respondió inmediatamente:
Veo que buscas la
Gloria,
mas hace rato fue mía,
al igual que su gran tía,
la señora Victoria.
Grábatelo en la memoria
hasta que llegue tu muerte,
que para tu mala suerte,
sigue veloz su camino
y es tu vida su destino,
por más que te hagái el fuerte.
mas hace rato fue mía,
al igual que su gran tía,
la señora Victoria.
Grábatelo en la memoria
hasta que llegue tu muerte,
que para tu mala suerte,
sigue veloz su camino
y es tu vida su destino,
por más que te hagái el fuerte.
Yo
no me quedaba atrás y al observar la desbordada manera que tenía de beber
alcohol, le respondí:
Soy payador puentealtino,
a la altura de El Manguera,
pues yo le gano a cualquiera
que se cruce en mi camino.
Suelta la chuica de vino
que abusar de él hace daño.
Te lo dice quien por años
ha destrozado a Dionisio.
Cuida que no sea un vicio,
ten, mejor fúmate un caño.
Y así fueron pasando horas y horas entre trago y
trago, entre chuica y chuica… el cabrón no sé de dónde sacó una tercera y una cuarta. Bebíamos y bebíamos, eso sí, yo
con mucho cuidado para no nublar mi mente… y por más que nos echábamos la
choriá, ninguno cedía. Hasta que decidimos llegar a las cuartetas redondas. Y,
por supuesto, más empinábamos el codo entre una y otra, pues la extensión de
esta, evidentemente es más corta que la décima espinela, lo cual nos permitía
tomar más y más tinto:
Si no sabes sería el colmo:
di quién es el creador,
¡quiero el nombre del señor
que hizo Las
peras del olmo!
A lo que él, como un rayo respondió:
Tu ingenio no tiene brillo,
no faltaba nada más:
su nombre es Octavio Paz.
Responderte fue sencillo.
La situación era preocupante, pero yo no me quedaba
callado:
Te las das de ultrapulento,
ahora quiero saber,
cómo puedo conocer
los astros del firmamento.
El muy pillo esto cantó:
Con una maniobra bella,
solo acércame tus pasos,
que de un gran guitarronazo,
verás todas las estrellas.
Ante tales salidas, yo no quise arriesgarme más,
pues muy pronto a él le tocaría interrogarme. Nunca he sido amigo de los
clichés, pero se dice que “Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo” y no
iba a ser que al pasar al ataque con sus complicadas preguntas, me pusiera en
graves aprietos y me venciera, tal cual
lo hizo el culto latifundista Javier de la Rosa con el Mulato Taguada, cuando aquel le pidió respuestas obtenidas de libros y que el Invencible no pudo satisfacer, debido
al escaso conocimiento que manejaba sobre éstos. Y entretejiendo esta información con el documental Don Chosto Ulloa. Guitarronero de Pirque del insigne Jorge Mercado, la recopilación y
transcripción titulada El Diablo guitarrero de Horacio Pacheco, el libro que hizo el poeta popular y payador
puentealtino, Jorge Céspedes Romero, (poco y nada en comparación con todo lo
que sabía mi contrincante, según la sabiduría popular, claro está) decidí
recurrir de inmediato al canto a lo divino para salvarme:
Ordena tu despedida
el hijo del carpintero.
Ya te tirita el guargüero,
pues dejarás esta vida.
Ya la bestia fue abatida
en el nombre de Jesús,
el que es divina luz
y perdona los pecados,
además nos
ha inspirado
la postura de la cruz.
Y frente a él, hice la sacrosanta maniobra.
El Diablo al percatarse
de que ante él estaba la mismísima postura de la cruz, de la cual tantas
veces había escapado, se levantó de su asiento y dio media vuelta, pero como yo
ya había leído que éste, o se reventaba para volver a aparecer más adelante o
bien, apretaba cachete altiro, agarré su silla
y con la misma le di en la cabeza, dejándolo aturdido, seminconsciente,
en el suelo, así que para llegar a la inconsciencia absoluta, con el guitarrón
de mi viejita linda, empecé a rematarlo.
No satisfecho con esta acción, pues veía que aún respiraba, agarré las chuicas
vacías para darle más duro. Ahí la bestia se acordó de su creador, y me pidió
que, por Diosito, no siguiera masacrándolo. Pero yo, y mi choreza puentealtina, no tuvo piedad con él. Saqué todas las cuerdas de mi
guitarrón, las veinticinco, las junté y me instalé sobre el lomo del animal, para rodear con ellas su cuello, a fin de estrangularlo. Con todas mis energías
apreté, apreté y apreté, hasta que la sangre salió a borbotones. Ante esto, comencé a chupetear
y lengüetear en toda su extensión la larga herida del cabrón, sin aplicar
aliño, pues ya iba a tener el tiempo suficiente
para preparar el satánico manjar con
la cebolla, el ajo, el cilantro, el merquén y el kilo de limones que había
llevado para la ocasión. Y mientras recordaba El encuentramiento de
Juan Radrigán, −texto dramático en donde
el payador Genaro dice que el
Mulato Taguada se ahorcó con las cuerdas de su guitarra, después de ser
humillado por Javier de la Rosa− apliqué un último chupón con las penúltimas fuerzas de flaqueza que iban
quedando, hasta que por fin la bestia
quedó abatida.
Después, con las aceradas cuerdas, extraje el pelaje del macho cabrío. Una vez
que estuvo completamente desnudo, con el
mismo brazo del guitarrón, que se desprendió cuando le asesté los golpes en su
cabeza, lo atravesé por el culo, mientras probaba kilos y kilos de un
fortificante ñachi, que me dieron las energías suficientes para decapitar, de una
vez por todas, al famoso chivato, arrancar sus cuernos, y servirme en uno de
ellos, un Casillero del Diablo y en el otro, un Clos de Pirque. Luego de esto, con los pedazos de madera, que quedaron tirados por el campo pircano, preparé una grandiosa fogata que alimenté con
la leña esparcida por el sector, y me dediqué a asar un tremendo trozo de carne.
Como
se pudo apreciar, yo me consagré a la transcripción, análisis e
interpretaciones de las leyendas, a tocar guitarra eléctrica, acústica y
guitarrón chileno, a la invención de décimas espinelas y cuartetas, mientras
estuve enfermo, y con esto, reafirmo que gracias al estudio, y solo gracias a él,
logré derrotar al mal que imperaba sobre la Tierra. Que me digan que el gran
Chosto Ulloa sabía miles y miles de
historias bíblicas de memoria y que pasaba examinándolas y descifrándolas. Que
me lo digan. Él es más grande que yo. Un sabio. No lo niego. Pero no sabía leer
ni escribir. Era analfabeto, en cambio yo, gracias al estudio de las letras,
tengo en mi poder el guitarrón satánico. Mi trofeo. Solo mío. De nadie más. Y
ante esto, no me quedó otra que celebrar
mi gran proeza, por medio de la palabra:
Brindaré por mi locura,
pues supo vencer al mal,
me hace un tipo especial
y nace de la lectura.
Al Diablo le dio
amargura,
mandándolo al otro mundo.
Reinar deseaba el inmundo,
pero se encontró conmigo
y tuvo un fuerte castigo
en este pircano fundo.
Y aquí estoy,
escribiendo en mi celular lo ocurrido (queda cinco por ciento de batería), mientras
me como el azufrado asadito. Se me había
olvidado que esta bestia despide ese hedor. Solo preparé la mitad. Nada más. La
otra me la llevo para la casa, pues
mañana, quiero hacer un jugoso estofado con pebre cuchareado, y pasado mañana, una
cazuelita para compartir con mi viejita linda… ¡esa es!, así que… ¡salud,
mierda! ¡Salud!
Me encantó este relato, y trajo a mi mente de inmediato el registro dónde Don Chosto cuenta que un remolino, seguramente obra de Satanás, le arrebató unos versos muy lindos por el Cantar de los cantares, esta vez el diablo no se salio con la suya.
ResponderEliminarCamila, no sabes cuánto me alegra que te haya gustado esta creación. Muchas gracias por tu comentario y, por favor, sigue atenta a este blog, pues queda mucho por entregar.
EliminarEstimado Jorge, tu trabajo es muy valioso, espero seguir leyendo más.
ResponderEliminarQuerido Florencio... ¡hay una gran sorpresa que estoy preparando para ustedes! Muchas gracias.
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