viernes, 27 de marzo de 2020

EL INFIERNO PUENTEALTINO

                                                  JOTA JOTA CONUS









A lo(a)s puentealtino(a)s de corazón





















Este trabajo tiene como principal objetivo exponer las causas, características y personajes de  lo que he llegado a denominar como el Infierno puentealtino, a partir de la lectura de la literatura del poeta José Ángel Cuevas que gira en torno a la capital de la Provincia Cordillera. Esta creación lingüística  la he presentado a  innumerables conciudadanos junto con la de Puente Alto infernal, para referirme a la situación originada en la comuna desde principios de la década de los ochenta y que con el transcurso de los años se ha exacerbado, a tal punto de afirmar que, como mucho(a)s han dicho y/o escuchado, el infierno, efectivamente, se encuentra en la tierra y está más cerca de lo que pensamos. Pero, tranquilo(a)… como dijo Hans Pozo: “Vamos por parte”.

         Tal como señalé en el párrafo anterior, los principales respaldos que utilizaré, serán las creaciones literarias del Pepe Cuevas, estas son, a saber, Odio Puente Alto y textos que se encuentran en Poesía del American Bar, lo cual no significa que me restringiré única y exclusivamente a éstas, pues las mismas, me llevarán a acudir a la crónica Puente Asalto de Kjesed, al microcuento del mismo nombre de Eric Soto Lavín, a “Lamento puentealtino” de Cristina Perona Vega y un largo etcétera que usted, amantísimo(a) lector(a), irá descubriendo a lo largo del relato.

         Con la información entregada hasta el momento, sin duda alguna, mucho(a)s creerán que lo único que me propongo es resaltar los rasgos más nefastos de la comuna, contribuyendo de esta manera a vilipendiar, aún más, la menoscabada imagen que de ella tiene la población chilena en general, tal como sucedió, por ejemplo, con mi compadre Maca, cuando preparábamos un asadito a la parrilla en su casa, ubicada en la Cielo Andino:

−No me gusta ese nombre de “Infierno puentealtino”. Es como “Puente Asalto”. Habla mal de nuestra comuna. Y mira, yo aquí vivo tranquilo. Nunca he tenido ningún problema. Miro a las minitas pasando todos los días frente a mi casa sin nada que lamentar… –me dijo, señalando, con sus brazos y manos abiertas, el estrecho horizonte que se extendía ante nuestros ojos, mientras encendía el fuego.
−Pero es que debes salir de tu metro cuadrado, poh, Maca. Tú sabes que doscientos metros más allá, están las dos plazas en donde pillái a los muchachurris bajo una nube de pasta… ¡yo los he encontrado a las seis de la tarde! ¡a las seis de la tarde! ¡Y en pleno verano! A vista y paciencia de todos los vecinos. En todo caso, lo que tú dices es innegable bajo cierto punto de vista, pero esto obedece a la necesidad de crear consciencia en los puentealtinos para rescatar lo positivo, lo bello y lo ejemplar que posee la capital de nuestra Provincia Cordillera con el fin de plantar una semilla que genere una incipiente crítica social –le señalé.
El Maca solo se limitó a asentir con un débil movimiento de cabeza, manifestando con esto, su poca convicción.
Esta conversación trajo a mi memoria al Felipe.
Recuerdo con mucho cariño al Falapi. Lo conocí en el Colegio Cordillera. Él iba un curso más abajo que yo. Con mis compañeros teníamos un gran equipo de fútbol con el que siempre lo boletéabamos. Solo nos bastaban los quince minutos que duraba el recreo para ganarle, por lo menos, dieciséis a cero (aclaro altiro que esto no es una hipérbole). A mi compadre Falapi le gustaba jugar de portero… la verdad es que no sé si realmente era así. Tal vez, él se colocaba al arco porque nadie más quería hacerlo, o bien, porque era el más malo con el balón en los pies. Esto no lo recuerdo para nada. Lo que sí nunca olvidaré es su eterna sonrisa. Podía estar perdiendo treintaidós a cero, pero ésta permanecía inalterable. Por eso, duro y violento fue el golpe recibido en la guata cuando me enteré de que falleció con treinta y cuatro años de edad. Joven. Tenía toda una vida por delante decía la gente. No éramos amigos. Solo nos juntábamos, a lo lejos, a conversar un rato cuando nos encontrábamos en la calle, en la plaza y en mi casa, donde fue en dos ocasiones, pero nada más.
Estuve triste durante mucho tiempo. Cuando supe que lo estaban velando en su casa, ubicada en la Villa Mariano Latorre, me dirigí hacia ella, completamente ebrio a causa del pesar que me amargaba. Había estado “ahogando las penas en alcohol” como se dice. A lentos zigzagueos avancé de cuneta a cuneta rumbo al que fue su hogar para decirle adiós por última vez. Pero no me atrevía. Un mar de emociones y sensaciones se entretejía: era rabia, ira, angustia, tristeza, cobardía… ante esto, fui por otro ron pelacable, ese que tanto le gustaba a mi compadre, contemplando en el cielo las nubes que me recordaban su sonrisa y un par de estrellas que se asemejaban a sus achinados ojitos. Veía el rostro de mi compadre, clarito en el cielo. El Falapi era de esas personas que se ríe con los ojos, y a cuya intensidad contribuyen las patitas de gallo que los ornamentan. Compré el ron bota caspa y establecí una confusa conversación con aquella noche en donde le pregunté qué frustración, qué trauma, qué castigo lo había llevado a tomar esa atroz decisión. Pero no obtuve respuesta. Solo una sonrisa. Fui por otro perroloco, luego por otro y otro y ya no me acuerdo de nada más… nunca llegué donde el Falapi. A la mañana siguiente, desperté raja de cura’o en una plazoleta junto a cinco petacas vacías, un lápiz y un cuaderno que no sé de dónde salieron. Revisé este último, y encontré el siguiente escrito que mezcla la ficción y la realidad, una realidad que fusiona diversas experiencias callejeras, y que transcribo a ustedes, tal cual lo leí en aquella oportunidad, o sea, sin alteración alguna de mi parte:


La corbata del Diablo

Llevaba más de diez años buscando pega en lo que había estudiado: Ingeniería Comercial. Pero su decrépito aspecto espantaba a todos sus interlocutores el día de la entrevista laboral, por tal motivo, no le quedaba más que salvarse con alguno que otro pololito por aquí, por acá y por allá, concentrándose principalmente en los vehículos. A estos los estacionaba, los vigilaba y cuando le iba bien, le tocaba lavarlos… ¡y claro, así se salvaba! Hacía las moneas y partía altiro para la Carol a comprar su barro. El pan de cada día.
         Muchos se preguntaban cómo con esa vida que llevaba había sacado la carrera. Yo, por misericordia hacia su persona y para no sepultarlo aún más ante el resto, no les decía que en los institutos y las universidades Perico de Los Palotes, solo hacía falta dinero para obtener un título y claro, ahí siempre estaba su papito, quien siempre le daba lo que pedía… ahora, eso sí…, cuando era mucho, tenía que salvarse solo.
         De esta manera se la llevaba viviendo los últimos diez años…
Un día apareció en un brillante Mercedes Benz negro, un elegante hombre vestido del mismo color, muy bien informado de quién era mi compadre:
         −Oye, Felipe, así que eres Ingeniero Comercial. Necesito de tu ayuda. Toma, esta es mi tarjeta. Preséntate mañana a las ocho en mi oficina que está ubicada en la dirección que aparece allí. Eso sí, tienes que ir formal, no semiformal… ¡formal! Que no se te olvide. ¿Tienes terno?
         −Sí, pero no tengo corbata.
         −No te preocupes por ella. Toma, yo te paso la mía, es más, te la regalo… ah… y aquí tienes veinte lucas como adelanto. No vayas a faltar…
         Y el vehículo desapareció raudamente en la oscura noche carente de luna y estrellas.
Como es de suponer, mi compadre no cabía en su regocijo y, para celebrar, partió directo a la Padre Hurtado. Decía que allá estaban mejores. Es cierto. Pero la verdad era que ya no iba más a la Carol porque tenía caleta de dramas en esta pobla, cualquier atao: hacía días que lo andaban buscando, pues se había cagao a unos traficantes que le pasaron una bolsa de cincuenta para que la vendiera, y a unos locos con una moneas que le habían entregado para ir a comprar. Al Gringo se lo cagó con diez lucas.
Ahí en la Padre, compró sus churris y sus cigarros y volvió a la Mariano para contarle a los cauros la razón de su alegría. Todos, muy contentos, vacilaron con él hasta las últimas horas de la noche. Quería ir por más churri, más barro, más monos, pero sus amigos no le aguantaron. Esos sí que eran verdaderos amiguitos:
−¡Ya, tenih que volver a la casa! Recuerda que tenih que ir a la pega y bien terneado, mah encima. No te vai a pegar la falla el primer día, poh, oe… ¡y que no se te quede la corbata!
−Ni cagando.
Metió la corbata en el bolsillo de su pantalón y se despidió de ellos con una sonrisa.
Fue rara la última imagen que recuerdan de él, quienes se despidieron: mi compadre caminando con la cachimba en la mano, mientras iba siendo devorado poco a poco por el tenue resplandor del amanecer.
         Al mediodía fue el taita quien lo encontró. Estaba colgado de la viga de la escalera, con el terno puesto y toda la lengua morada afuera.
Mi compadre se chantó la corbata de una.

         Este relato se lo comenté al Maca en el asadito y quise leérselo para que me ayudara a crear un clímax, pero no aceptó:
         −Hay que dejarlo descansar en paz −. Me dijo, dio vuelta la carne y partió de vuelo en la cleta del Fati a comprar un par de porros y unas churris a la Carol para hacerse un pan con chancho.

Como se puede apreciar, el lenguaje utilizado estará muy lejos de caer en el academicismo, y con ello en el ostracismo intelectual, pues fácilmente se inferirá que uno de los principales intereses es llegar al mayor número de personas posibles, tal como lo comprobarán los relatos en donde el narrador protagonista deambula por las telarañas del averno puentealtino. Quiero que esto lo lea el Krilin, el Chico Antonio, el Pollo Veneno, el Rucio Jano, el Wlady, el Monito Ariel, el Pelao Osorio, el Comanche, el Negro André… todo ese zoológico humano que pulula por la Carol, Las Caletas y la Cielo Andino… y, por supuesto, el Profe Loco, pa qué estamos con güeás.

         ¡Cabros!, para ampliar el vocabulario, se habrán dado cuenta de que utilicé la palabra averno. Esta es sinónimo de infierno, un término que será reiterativo hasta la más absoluta redundancia a lo largo de todo este trabajo. La Real Academia de la Lengua Española entrega más de una decena de definiciones sobre éste, las cuales no citaré para no ser tan latero. Al respecto, solo basta señalar que básicamente se refiere a “un lugar donde los condenados sufren (…)”. Por tal motivo, la primera tarea, consistirá en establecer las causas que originaron este infierno para saber qué había antes de él.  Entonces, sin más preámbulo, partamos, de una vez por todas, con el análisis de los textos de José Ángel Cuevas, ya que éstos nos darán el punto de partida.

         En Odio Puente Alto, el hablante señala que vivir aquí es una temporada en el infierno posmoderno” y en un pasaje del poemario Poesía del American Bar se lee lo siguiente:

 “posmodernidad / lumpenproletariat
/de la pasta básica / un infierno / mi Infierno / mi residencia en la Tierra.”


          Definir y caracterizar la posmodernidad y lo posmoderno, daría origen a un extenso ensayo, pues tendría que hablar de la modernidad, el cristianismo, el marxismo, el iluminismo, el capitalismo, etc. y abundante es la literatura que existe al respecto como para que el lector interesado pueda interiorizarse en ella, así como los videos en la internet. En pocas palabras, para mí la posmodernidad es un movimiento que impera en la actualidad y se caracteriza por la falta de una ideología y de un férreo compromiso social por parte de nosotros. Atrás han quedado las grandes ideologías, ya a casi nadie le importa adherirse a aquellos metarrelatos que guiaban las acciones del ser humano, a casi nadie le interesa adherir a nobles causas asociadas, por ejemplo, al marxismo. A casi nadie le interesa encasillarse en partidos de izquierdas, menos de derecha. A casi nadie. Estos causan  repugnancia. De ahí, que se hable de la muerte de estas ideologías. Qué decir del cristianismo difundido por la vapuleada Iglesia Católica y todas las religiones que se desprendieron de ella. Hoy triunfan la pluralidad de “ideologías” que encasillan a las personas en las famosas tribus urbanas, grupos feministas, de minorías sexuales, ecologistas… la lista es extensa, por lo tanto, finalizaré con un “etcétera”.

Con lo anterior no he dicho mucho, es más, he parafraseado una definición del diccionario… ¡qué chanta! Ante esto, quiero ser sincero con usted como lo seré a lo largo de todo este trabajo: hacer esa pega es una verdadera paja, pues tendría que transformarme en un ratón de biblioteca y si algo no me gustaba de mi universidad eran mis profesores y compañeros que vivían encerrados en sus departamentos, si no era en el de Literatura, lo era en el de Plaza Ñuñoa para arriba… ¡qué asco! Siempre critiqué esa forma de apreciar la literatura, ¡siempre! Y mientras ellos estaban enclaustrados en las cuatro paredes, leyendo Hijo de ladrón de Manuel Rojas     −¿de quién otro?−, aplicando criterios semiológicos y semióticos para desentrañar sus significados, yo estaba con la misma novela, tumbado en el Verde Bosque del Campus Juan Gómez Millas junto a una pilsen heladita, un tinto manjar y un cuete, o si no, con los mismos primordiales elementos, mochileando en el sur de Chile. Así que no me obliguen a darles la lata, explicando en forma extensa lo que es la posmodernidad. Si quiere saber en qué consiste, búsquela usted mismo(a). Yo lo mencionaré someramente a lo largo de este trabajo cuando lo estime conveniente… sí, así de choro… ¿es que se imaginan que comience a citar fragmentos de ese libro de Lyotard, carente de toda pasión, sensibilidad y poesía, titulado La condición postmoderna?... ¡Ay, no!, ¡ahí sí que no! En serio.

Lo que me llama la atención de la cita que aparece más arriba, es la palabra que hace referencia al lumpemproletariado. Una vez más, consulto el diccionario y me encuentro con la siguiente definición: “Sector social más bajo del proletariado desprovisto de conciencia de clase”. Bien podría profundizar en este concepto, recurriendo a la bibliografía marxista para concentrarme en La ideología alemana, libro en el cual Engels y Marx proponen el concepto y, también en el capítulo V de El 18 brumario de Luis Bonaparte, en donde el último filósofo mencionado caracteriza a este tipo de población, lo que me llevaría a transformarme en un intelectualoide ejemplar, función que quiero evitar de por vida. Escribo en serio. No aguantaría demasiado tiempo concentrado en su lectura, pues la calle me llamaría a vivirlo en carne propia… en realidad, en hueso propio. Pero, por lo menos, es necesario realizar una pincelada para que todo vaya quedando más claro.
Para la teoría marxista clásica existen dos clases sociales. A grosso modo, éstas se definen entre los dueños de los medios de producción, los que pagan salarios, y quienes los reciben, los trabajadores; también conocidos como explotadores y los explotados, respectivamente. El lumpemproletariado designa a la población situada socialmente al margen o debajo del proletariado, aquella que no posee medios de producción ni fuerza de trabajo. Con este término, Engels y Marx se referían a vagabundos, saltimbanquis, carteristas, rateros, jugadores, alcahuetes, organilleros, mendigos, entre otros, es decir, personas que están fuera de la directa relación de explotación. El principal problema es que, en determinados contextos, recurre a la caridad y/o al robo de los trabajadores para vivir.

Para citar un ejemplo actual, mencionaré a mis compadres, los parquímetros puentealtinos conocidos como el Mono, El Pan con Ají y el Negro André, a los que pueden encontrar de lunes a sábado en las calles conocidas con el nombre de Sergio Roubillard (ex Santa Josefina), Santo Domingo y Eyzaguirre. Vayan en la tardecita si quieren hablar con ellos y pregúnteles si con el aporte monetario voluntario diario (¡qué cacofonía más horripilante me he mandado!), o sea, con la caridad de las personas, logran salvarse. Vayan de mi parte. Eso sí, estos no son domésticos.

Otro ejemplo, lo constituyen los heladeros que se suben a las micros a vender. Obviamente no me refiero a todos. Recuerdo que en una ocasión venía a Puente Alto, llegando por Eyzaguirre, desde Santa Rosa, y uno de estos lumpemproletarios comenzó a vender cada helado a doscientos pesos. La hizo cortita, pues le compraron toda la mercadería de una. El loco, feliz, tocó el timbre y salió disparado. Yo, con mi habitual inocencia, opté por seguirlo sigilosamente, internándome por intrincadas y sucias callejuelas cuyos nombres no quiero mencionar (si no soy tan sapo, tampoco). Cuando di vuelta en la esquina de una de ellas, lo vi arrodillado en un rincón, cual Popeye El Marino, con la pipa pegada en la jeta, pegándoselo arriba y cruzado a cerro lleno, mientras yo me preguntaba qué hacía ese y otros desdentados espantapájaros cuando no contaban con la caja de helados para comprar el pan de cada día.  Es simple, me respondía, les roban a los trabajadores. Son los que conocemos como domésticos, los que se salvan choréandole la tele al vecino, el notebook al hermano, el celular al pasajero de la micro; esos que la Derecha llama delincuentes, o pobres, y con lo cual aprovecha para fortalecer su aparato de control represivo. Menciono ese episodio, sin recurrir a una generalización apresurada, -pues sabemos que no todos los heladeros se comportan de igual manera- debido a que, como se recordará, el fragmento literario del cual se desprende este sucinto comentario, contiene a esta maldita droga. Además, es lo que me ha tocado vivir en la lleca. Na’a mah… o pregúntenle al Pollo Veneno.

Como se dará cuenta, hemos comenzado a identificar a algunos personajes y características de este Puente Alto infernal. Pero antes de ofrecer una información detallada que me entregue una avalancha de aberraciones y monstruosidades, me gustaría preguntar por el origen de esta situación, su causa. Y gracias a José Ángel Cuevas, la respuesta no se hace esperar:

“los gobiernos, el sistema salvaje fue a depositar a los campos de Puente Alto a miles de allegados, extrema miseria, los pobres del sistema, y en pocos años se desborda a casi 500 mil almas metropolitanas.” (Odio Puente Alto). Hoy casi llegamos al millón.

En el caso de nuestra comuna, todo comenzó con el traslado de las personas a la población Carol Urzúa en la erradicación del año 1982, a la que en los años posteriores le siguió la Nocedal, la Chiloé, la San Guillermo, Villa Horizonte, El Volcán I, II y III. Dichosas todas esas personas, ya que en estas habitaciones se podía cumplir el sueño de la casa propia.

 Mis viejos fueron un claro ejemplo. Dos adultos treintañeros con tres hijos y uno pronto a nacer constituían una familia que llegó a vivir a una casa de dos pisos de la Villa Nocedal 2 en el ochenta y ocho, situada junto a un potrero y al costado de una cantera ubicada en las faldas del Cerro La Cruz. Loco, en el primer piso estaba el “living” o sala de estar, la cocina y el baño, todo esto en dieciocho metros cuadrados, y en el segundo piso, de las mismas dimensiones, dos dormitorios. Obviamente, que mis pobres viejos tuvieron que sacarse la chucha para hacer una ampliación de dos pisos, porque aquí en este país el que es pobre es pobre porque quiere, no olviden esa güeá, y si quieres progresar debes sacarte la chucha trabajando, (no como la elite política empresarial acomodada en su holgado sillón)…, siguieron sacándose la cresta para que sus hijos no crecieran en la pobla y así es como hoy en día viven en Parque Oriente, atrás del Líder, villa a la cual nos trasladamos a finales del noventaicinco. Pero miles y miles de personas no tuvieron la misma oportunidad que mis padres. Sin embargo, donde sea, queridos viejos, seguíamos siendo marginalidad puentealtina… cientos de miles. En el texto del Pepe Cuevas se menciona medio millón porque fue escrito y publicado a finales de la década de los noventa. Hoy somos casi un millón de puentealtinos… insisto… ojo con esto, hermanos.
Por eso, ante esta situación originada en Puente Alto, el hablante lírico creado por José Ángel Cuevas es tan categórico al señalar lo siguiente:

“A nadie le doy el espectáculo feroz
De arrasar/ una comuna entera” (Poesía del American Bar).

Imagínense una aldea, un pueblo y que de un día para otro te instalen poblaciones y poblaciones y con ellas los centros comerciales… ¡qué atrocidad! Pongámonos en el lugar de los antiguos puentealtinos.


“Oye, fue una hermosa estación precordillerana
de quintas y árboles /
se juntaban en la plaza / al anochecer
Se conocían.
Eran 50 mil almas
Hoy son más de 600 mil ¿Cachai o no?” (Poesía del American Bar)

Es por ello que hoy vemos la funesta segregación instalada en la Región Metropolitana, con casitas del barrio alto y largas extensiones de verdes parajes en donde habitan los dueños de los medios de producción y de los aparatos de control burgués, y por otro lado, la clase trabajadora, los pobres, los explotados, el proletariado, en sectores en donde abundan plazas eriazas, llevando a cabo una vida, si a esto se le puede dar tal nombre, en condiciones de hacinamiento y sobrepoblación, alejados de los espacios laborales hacia donde deben viajar en una locomoción colectiva en que se repiten las mismas últimas características, por tal motivo, no nos queda otra que estar eternamente agradecidos con la Reforma Urbana de mil novecientos ochenta y uno creada por la Dictadura Cívico-Militar. ¡Gracias a mi general hemos sido liberados del yugo marxista-leninista!

Observamos que se aplica un modelo de limpieza, se debe extirpar el cáncer marxista, alejar a los pobres de los ricos, entonces como se produce un distanciamiento de los principales centros laborales, de salud y educación, los condenados enfermos debemos trasladarnos decenas de kilómetros, dedicando gran cantidad de horas diarias a este derroche de energía, lo que provoca, evidentemente que las relaciones con los vecinos del barrio y la familia sean casi nulas, pues se comprenderá, el pueblo llega cansado a su hogar. De esta manera, la biopolítica y la geopolítica desarrollada por la Dictadura Cívico-Militar logra uno de sus mayores triunfos al anular casi en su totalidad las relaciones interpersonales entre los integrantes de una comunidad perteneciente a un mismo lugar, debido a esto, es poco común ver hoy en día una sólida Junta de Vecinos. La Cielo Andino no tiene, por ejemplo. Otras villas que las poseen, ocupan las sedes para llevar a cabo sus encuentros de yoga, zumba, baile o alguna celebración familiar como una Fiesta de cumpleaños. Con lo que estoy señalando, no quiero menospreciar las actividades artísticas y espirituales acabadas de enumerar, de ninguna manera, pero en una Junta de Vecinos esos espacios, además deberían ser ocuparlos para discusiones políticas, filosóficas, literarias, etc., pero es una difícil tarea, enajenados como estamos con la pega, los medios de comunicación masiva, las redes sociales, el famoso carrete, etc. Además, tomemos en consideración que, a causa del exceso de trabajo, no olvidemos que somos uno de los países (“Creemos ser un país y somos apenas un paisaje” nos dice Nicanor Parra), cuyos habitantes destina más horas a la pega, generando un cansancio devastador que manda al obrero tumbado a la cama, no sin antes ver un poco de televisión y obtener el alimento que le otorgue las energías necesarias para seguir siendo explotado. Díganme, si no es el mismísimo infierno en la Tierra, pero claro, para la gran mayoría, la labor del padre de familia, por ejemplo, esto representará una verdadera acción ennoblecedora, pues se está sacrificando por el techo, el abrigo, la comida y el estudio de sus hijitos, ¡viejito, te ganaste el paraíso!

Como podemos inferir, el desarrollo social de la persona se ejerce principalmente en el lugar de trabajo en donde, bien sabemos, existe un férreo control por parte de los explotadores; en el traslado desde y hacia el hogar, donde la mayoría de las personas establece un contacto íntimo con el celular, bien para mantener relaciones virtuales a través de WhatsApp, Facebook e Instagram, para escuchar música, etc.,… ah… y si nos encontramos con el vecino en el camino, este contacto se limitará casi única y exclusivamente al saludo cliché (-Hola, vecino, ¿cómo está? –Bien, ¿y usted? –Bien, también, gracias… ¡automatización pura!, ¿te sientes bien, vecino, viviendo en tu infierno, en mi infierno, nuestro infierno puentealtino? ¡Compartámoslo!), si es que nos llegamos a dirigir la palabra. Si es que… ¿o solo yo soy así? Saludémonos entre todos, mirémonos entre todos. Pero primero, despertemos.

“Puente Alto era un pueblo.
Pero se transformó en una gran ciudad principalmente porque Pinocho mandó a construir poblaciones picantes en los alrededores para sacar a los delincuentes de sus barrios altos, poblaciones con casas que la democracia y el señor Perez Yoma construyeron sobre los basurales y que daban a peso, que son conocidas como COPEVA y que se llueven hasta el día de hoy...” (Kjesed, Puente Asalto)

Se habla de delincuentes… delincuentes que se crearon en la propia comuna al observar que las fuentes de trabajo están alejadas, que deben cancelar una locomoción colectiva para trasladarse al centro de Santiago, al barrio alto y por lo cual invierten gran parte de su miserable sueldo. Yo evado. Pero ojo, porque gran parte de este grupo poblacional al cual los cerdos burgueses denomina lumpen, este mismo, no es tonto y no se deja avasallar y se da cuenta que con los “delitos” cometidos, como puede ser el robo a los supermercados y multitiendas, ganan más que como barrenderos o asesoras del hogar, por eso, ellos mismos califican sus actos como “trabajo” y su oficio como mechero o lanza, por ejemplo… ¿y el Pinocho?

Pinochet fue solo la marioneta de los Estados Unidos:

 “Fue una venganza de Perrochet, dice Bataille” (Poesía del American Bar)

Este Perrochet, (fusión de las palabras perro y Pinochet, en donde la última sílaba de esta palabra significa mierda en lengua inglesa ‘shit’, o sea, el PerroMierda o la Mierda de Perro), corresponde a la mascota que le mueve su rabito a su amo, el Diablo, el Imperialismo Yanki. A esta pieza de ajedrez no le dedicaré más palabras, pues no las merece. Este Perrochet es solo eso, es una cara visible de algo más profundo que muchos saben y los que no, lo irán descubriendo en el transcurso del trabajo… ¡El longi culia’o que metió la pasta a las poblaciones! Todos los sabemos… su fin: estupidizar al joven pueblo que evade la oscura realidad revolcándose en las cenizas y el barro[1].

Un amplio sector de Puente Alto defiende a esta mascota hasta nuestros días. Son los que conocemos como fachos pobres, o sea, vendrían siendo los perros de los perros, como los pacos o muchos vecinos de mi Villa Nocedal…. ¡oh, mi Villa Nocedal!, siempre está presente el ministro de Hacienda de Perrochet entre los años 1985 y 1989. Me refiero a Hernán Büchi, primer candidato presidencial de la Derecha, luego de las elecciones de 1970, en donde triunfó Salvador Allende. Y siempre está presente porque pegados en las ventanas del segundo piso de las casas de muchos de mis vecinos estaban los carteles con la imagen de este señor, así como en otras, lo estaba la del Pato Aylwin, el candidato demócrata cristiano y en la minoría de ellas, la del empresario Francisco Javier Errázuriz, mejor conocido como el Fra Fra, quien se hacía llamar independiente. De esta manera, sin que los inocentes niños lo quisiéramos, se transformaron en los espectadores de las pichangas que jugábamos en el pasaje Cerro Esmeralda en el año ’89. Aún resuena en mis oídos aquel cántico que decía “¡Büchi, Fra Fra, / la misma güeá!”. Mis viejos votaron por el Pato Aylwin. Luego, cuando crecimos y fuimos adultos, la realidad nos demostró que Büchi, Aylwin y Fra Fra eran la misma güeá.

Continuemos con el texto de Kjesed, mejor:

“Droga, delincuencia, hacinamiento, asesinatos, niños con pistolas, pandillas, lumpen.... toda la escoria capitalina parece vivir en Puente Alto, concentrada en el Volcán o en la Marta Brunet.

Todos los puentealtinos parecen ser delincuentes, todos viven en casas Copeva, consumen droga, portan armas... son todos flaites y todos van a trabajar a Santiago cartereando en el Metro.

Si te encontrai con un puentealtino es mejor que cuides tu cartera y si vai a puente, casi que es mejor que entres caminando de espalda pa que crean que vai saliendo, porque esas bestias te dejarán en pelota...

Ese es el daño de la tele.

670 mil habitantes de Puente Alto, la comuna más grande de Chile, estigmatizados como delincuentes porque a dos canales de tv se les ocurrió decir que era la comuna más brígida de Santiago.”

Con estas citas, nos damos cuenta de que la causas y las características de nuestro infierno están íntimamente ligadas. Si bien es cierto, que los medios de comunicación masiva han contribuido a destruir la imagen de nuestra comuna, tampoco la literatura de nuestros escritores locales se ha convertido en una manifestación que luche contra dicha estigmatización. Todo lo contario, sigue la misma senda que los canales de televisión. Un ejemplo lo constituye Puente Asalto de Eric Soto Lavín, el cual cito en forma completa:

“De pronto, aquel sujeto caucásico pasó como una exhalación junto a mí y, esquivando a numerosos transeúntes, se introdujo en una pequeña y oscura galería. Lo observé de reojo y advertí que, con la rapidez de un rayo, cambiaba su indumentaria por otra que le entregó un segundo sujeto parapetado en aquel sitio. Y después de entregarle a éste el botín recientemente adquirido, el primer sujeto salió de lo más campante para seguir «trabajando» en su oficio.
A pocos metros de distancia, tres carabineros motorizados (al parecer ciegos) hostigaban a un mercachifle por vender sus productos en la vía pública.”

Este microcuento habla de un lanzazo o un carterazo efectuado en una de las calles puentealtinas. Me imagino Concha y Toro con Sergio Roubillard (ex Santa Josefina) en donde siempre pillo a los pacos culiaos (no puedo evitar llamarlos así) correteando a los comerciantes ambulantes sin permiso municipal. Sin duda, este texto representa una crítica, tanto al accionar del lumpen como a la labor del perro policial, constituyéndose de esta manera en una especie de manifestación panfletaria al buscar la problematización en torno al trabajo que realizan tres sectores de la sociedad para preguntarnos sobre el concepto propiamente tal. ¿Es un trabajo el que realizan los delincuentes?, ¿los pacos hacen su trabajo en forma eficiente al actuar como instrumentos de represión burguesa, dejando de lado al proletario?, ¿y qué hay del trabajo ilegal realizado por el comerciante callejero?

Como se puede apreciar, si bien es cierto que el microcuento de Eric Soto Lavín parte con el lugar común digerido hasta el hartazgo por muchos de nosotros y presenciamos al lumpen delinquiendo, va más allá al criticar la labor de carabineros, lo que casi nunca aparece en televisión y cuando lo hace es para enaltecer su digno accionar.[2] Y esto por la sencilla razón que los canales televisivos están a cargo de los grandes burgueses, mismos dueños de las megatiendas comerciales que ejercen un monopolio, estableciendo de esta forma los precios que estimen convenientes, los cuales, bien sabemos, siempre serán elevados. El comercio ambulante representa un enemigo para los cerdos capitalistas al ofrecer productos más baratos, lo que obliga a utilizar a sus perros policiales para reprimir al pueblo trabajador, justificándose en leyes que solo buscan el beneficio del gran capitalista. Este tipo de comercio es un grave problema para los explotadores, pues no cotiza en AFP ni rinde ante el SII. Más de algún facho pobre dirá que los Carabineros de Chile que aparecen en la creación de Eric Soto Lavín, tal vez, maltrataban al comerciante porque sus productos eran robados de alguna tienda comercial. Robo ínfimo, casi despreciable, un grano de arena en la playa comparado con todo lo que estos grandes empresarios nos han robado a lo largo de su historia…, ¿vas a seguir defendiendo a tu amo, maldito esclavo?
Este tema es extenso y no me quiero disgregar. Todas las dudas que vayan surgiendo por parte del lector deberé resolverlas en el próximo libro, por lo tanto, trataré de no explayarme más allá de los límites que me he propuesto. Es difícil, considerando las profundas problemáticas que se van desprendiendo de los análisis. Debo confesar que me he limitado bastante. Por ejemplo, muchos criticarán el hecho de que mencione a los perros y los cerdos para maltratar a los enemigos del pueblo. Lo hago con todo el respeto que merecen aquellos animales. Estas comparaciones obedecen a la idea de asociar un patrón instintivo y biológico, carente de todo lo que define nuestra “humanidad” en quienes se comportan irracionalmente… pero no nos vayamos por la rama como señalé al principio.

         Decía que la recopilación literaria que he realizado se concentra principalmente en los rasgos negativos de la comuna y por eso cité, a modo de ejemplificación, el texto de Eric Soto Lavín. Sin embargo, en la misma crónica de Kjesed se rescatan rasgos positivos para la autora:

“Pues yo les quiero contar el lado bonito.
Yo que crecí en Puente Alto, que tomaba los colectivos en Mapocho que gritaban A Puente a puente!, que compro en la farmacia Roubillard, que dejé de comprar pan en el Montserrat porque vi los guarenes, que fui a graduaciones en el Palermo y compré pollos en Clavero, que conocí el Economax y tomé helados en el Oasis, que comí Cecinas Soler, que tuve compañeros que vivían en la papelera e hice la cimarra tomándome la Cajón del Maipo, que fui a ver a Lagos prometer el metro en callampa, no soy ni delincuente ni creo que esta sea la comuna de los delincuentes.

Puente Alto era un pueblito. "El pueblo de las arañas", de hecho. Le decían así porque había muchas viñas y terrenos sembrados de trigo donde abundaban las arañas. Y dicen que cuando los cortaron, arrancaban todas hacia el cerro...

Su plaza era preciosa, llena de árboles donde los abuelos se dormían a la hora de la siesta dándole comida a las palomas... Y dicen que vivía un pingüino, mi abuela lo vio, que vivía feliz en la pileta que estaba frente a la "callampa" de la plaza, hasta que un día se murió, igual como murió la plaza cuando llegó el metro. Por eso hay un negocio que se llama El Pingüino en la Calle Concha y Toro, donde se concentra el comercio de un pueblo que cierra a la 1 y abre a las 4 después de almuerzo...
La Papelera era la que le daba trabajo a la mayoría de los puentealtinos antiguos y fue en su plaza donde se estrenó la Negra Ester.”[3]

Decía que es posible encontrar en cuentos, poemas y crónicas, referencias a un Puente Alto digno de admiración producto de las características de su contexto situacional, pero en la mayoría de éstas se encuentran presentes antes de que las garras de la Dictadura Militar intervinieran en la década de los ochenta. Es lo que el poeta José Ángel Cuevas designa con el nombre de “ex Puente Alto” y cuyas principales características se presentan a continuación:

“Una ciudad pequeña que podría haber sido una aldea de Teillier junto a las montañas de la precordilera y el Cajón del Maipo, las asoleadas y puras tardes de aire, sus casas de reja y jardín, allí llegué a vivir por causas del destino hace 12 años, hasta una "victoria" con 2 caballos blancos había en la plaza." (Odio Puente Alto)

Luego de este fragmento es necesario hablar de la poesía lárica de Jorge Teillier. Los poetas de los lares corresponden a creadores que elaboran mundos ficticios concentrados en campos y aldeas con el fin de actuar en contra del caos existencial que representa la vida citadina. La mayoría de estos creadores nació en provincia, el mismo Jorge Teillier lo hizo en Lautaro, Región de la Araucanía, y en sus poemas presenciamos que gran parte de sus hablantes líricos se desenvuelven en la aldea y en la época de la infancia, pues invadidos por la nostalgia, estos poetas láricos buscan la Edad de Oro para no sucumbir ante una ciudad cuyas características encontramos en el mismísimo infierno puentealtino.

  Para reafirmar la idea que nos muestra el contraste del Puente Alto y el “Ex Puente Alto” de José Ángel Cuevas, citaré “Lamento puentealtino” de Cristina Perona Vega:

“¡Me dueles Puente Alto!, verte lacerado y humillado por las multitudes foráneas que hoy pisan tus suelos, otrora terrenos fértiles, bañados por las generosas aguas maipinas.
         Todo entonces, desde que te conocí me parecía hermoso, había sabor a pueblo, a pesar de nuestra corta distancia con la gran capital. A ella viajábamos en el romántico tren del Llano del Maipo. Todo en tus alrededores era verdor, fundos, chacras, viñedos, parcelas, mucho camino de tierra, mucha agua de los canales que surtía el Río Maipo y un viento tibio que bajaba desde el Cajón que aparecía y desaparecía de visita a cualquier hora.
¡Me dueles! Porque también yo, que nací en este pueblo me siento extraña entre las multitudes que se pasean por tus calles. Se acabaron las matinées, las reuniones con los amigos en la plaza, las visitas a las casas de antiguas familias. Si hasta el Raco que nos brindaba su brisa tibia se ha dejado de sentir.
¡Me dueles! Verte viejo, andrajoso, vilipendiado por ser ciudad insegura, no muy santa. Pero más me duele, la ineptitud, y la falta de visión de futuro de aquellos que creyeron que eras el único lugar de esta nación donde podían asentarse, sin medios para sobrevivir, las tribus “civilizadas” del siglo XX, trayendo consigo su pobreza, maldad, vicio y delincuencia. Esos mismos que se sacrifican día a día para lograr que aparezcas en la crónica roja de los medios de comunicación, sin Dios, ni ley.”

Las palabras de Cristina Perona Vega reflejan el dolor y la angustia al presenciar su aldea destrozada, no obstante, existe una ignorante mirada de la autora, pues atribuye el aniquilamiento a la acción directa de un grupo de habitantes que se asentó en la comuna, sin observar que esta obedeció a la política habitacional ejercida por el régimen militar. Esta señora cree que la instalación de los nuevos puentealtinos correspondió a una voluntad propia de estos y no a una geopolítica avasalladora, la cual generó las características del Infierno puentealtino que presento en una avalancha de citas y fragmentos obtenidos de los poemas del gran Pepe Cuevas:
“Las calles están llenas, autos colectivos que humean gente pobre recién llegada de poblados o campamentos obreros, empleados que repletan los negocios, las carnes Darc y Sta. Ana con sus equipos guachacas en las puertas, la Chilenita, el Monserrat, casas de disco y los viejos restaurantes Savoy, La Casona. Donde hubo 2 o 3 quintas de recreo, hoy lucen La Polar, Guendelman, Michaely.” (Odio Puente Alto).

“Como si en una casa serviu de 40 mts metieran 20 personas viviendo juntas y todos se tiran peos, escupen, vomitan con su celular pegado a la oreja que tanto gusta a los arribistas pobres, a los pobres idiotizados, a los pobres bacanizados que miran los mall y sacan tele y sacan microonda los culiados.” (Odio Puente Alto).

“(…) todo está lleno, el Banco del Estado colas enormes y el Banco de Chile, del Desarrollo, todo lleno. Y la inocente Papelera, del grupo Matte-Larraín donde entran y salen enormes camiones por las calles laterales, el humo que cubre las noches de la Papelera iluminada. O de la Volcanita.       Por encima vuelan las nubes y las grandes montañas parecen que fueran a salir disparadas por el cielo” (Odio Puente Alto).

“(…) la UDI ofrece regalos para el Cambio” (Odio Puente Alto).

“Unos metros más allá se produce el milagro, se levantan los grandes templos del consumo Líder, Home Depot, Plazuela Independencia llena de tiendas y cines Hoyts tipo Miami, es Miami, es Norteamérica puesta allí por las megacorporaciones porque Puente Alto lo necesita porque ya no es una aldea pre-cordillerana, es una gran ciudad de la pobreza con medio millón de chilenitos que va dejando sus billetitos día a día porque les gusta lo moderno y lo bonito. La gente que el sistema tiene agarrados del alma, que antes se les decía sin conciencia de clase o enajenados y que a la fecha son la inmensa mayoría” (Odio Puente Alto)

“vivir aquí es una temporada en el infierno posmoderno, de estos países patio trasero de las producciones yankys, japonesas, chinas, coreanas.” (Odio Puente Alto)

“Ni paso de camiones cargados” (Poesía del American Bar).

“Oye, no les doy este lugar para vivir mis guachos
aceite quemado / chunchules vienesas tiradas a la calle” (Poesía del American Bar)

 “Sí, pero tenemos Mc Donalds / loco / igual que Moscú / o Berlín /del ex – mundosocialista Unas salas grandes
a la entrada / del maldito Puente Alto.

 Y pronto van a traer un Mall /
escaleras automáticas y Metro donde la gente orina
y sacar la cabeza
por la ventana / loco estamos miao de perro” (Poesía del American Bar)

Nuevamente, volvemos a los medios masivos de comunicación controlados por los explotadores, pues en ellos se difunde una publicidad que busca generar deseos que nuestro pueblo no necesita. Se nos enseña que el ser es tener, ¡cacha la güeá que se nos enseña!, que mientras más tengas más eres, de esta manera, quien tenga dos automóviles vale más y ha sido más exitoso que aquel que tiene solo uno, y que este lo es más que quien no lo tiene y debe viajar en la locomoción colectiva. Qué puedo hacer entonces, se preguntará el acongojado consumidor, deberá endeudarse para adquirir el automóvil o el celular de moda o el plasma. Y para eso te instalaron los moles, para no establecer una reflexión crítica en torno a esta problemática y esto ocurre porque no hemos recibido una educación de calidad por parte del Estado, que en este sistema neoliberal gobierna junto a los grandes empresarios, originando seres alienados sin consciencia de clases quienes estarán ah, sobre todo los fines de mes, en los patios de comida, (y si no, es porque estás más endeudado) deleitando sus paladares con la oferta de las grandes cadenas alimenticias y que después a muchos veré, tomando como desayuno un par de sopaipillas con pebre… dime, Maca, ¿no es un infierno este? Puta, Maquita, me mostrarás la Ciudad del Sol, y yo veré todas sus casas y pasajes enrejados como mis vecinos de Parque Oriente… ¿Y qué pasa con los personajes que habitan este Infierno puentealtino? Al principio, algo vimos cuando nos referíamos al lumpemproletariado. Observen la marea que se viene ahora:

“En la plaza circulan los punk y trascher, flaites, con risotadas y equipos negros ¡pulento bacán! ¡lo molesto con una moneda papito! Terribles de pulentos, dónde la viste allato, acato, los flaites reconchas ya al tope de gente.” (Odio Puente Alto).

“corro esas calles con sus gritos evangélicos míseros, a un lado están conectados los charros de jehová, aúllan a Dios a sus parlantes negros (…) mientras los mendigos zamarrean pidiendo moneas,” (Odio Puente Alto)

“yo también vivo al lado de nuevos ricos, tipos de la papelera, patanes de nuevo cuño, groseros ex pinochetistas, pero con 2 y hasta 3 autos que ponen sus equipos a todo volumen cuando se les ocurre, "pschh estoy en mi casa hago lo que quiero", los nuevos ricos arreglan sus frontis conversan de fútbol, de tele, de autos que chillan sus alarmas inalámbricas. Son la nueva clase del sistema.” (Odio Puente Alto).

“están parados, sentados, tirados los más grandes destacamentos de alcohólicos unidos que se haya visto, salen de mañanita y se paran allí durante años, se juntan para beber y beben día y día, son unos espectros que después quedan despedazados allí con sus locuras. Y en la esquina de Eyzaguirre las corneteras que se paran, de las poblaciones, o cogoteras que asaltan a los curados de los restaurantes viejos y destripados.” (Odio Puente Alto).

 “¿Es vida esa? ¿Es vida ir en una micro llena por 1 o 2 horas para recorrer paradero por paradero oyendo conversaciones de mierda? "Ay que me compré esto, o voy a sacar este aparato que tiene incorporado este otro aditivo que vi en la tele" y hablando fuerte, desenfundando el celular "con el Johoannatan y la Jakcye, y el Byron y el Matías... oche cachai". Los nuevos chilenos ... Es la ley de la selva porque de pronto uno baja del bus y llega, pero cae encima de un muerto que hay botado en el suelo por una pelea, mataron a un punk, mataron al viejo que vende sopaipillas, mataron a un neoprenero papito, mamita, la pulenta” (Odio Puente Alto).

“Y recordar la canción "venceremos" y "el pueblo unido jamás será vencido" y mirar a los mendigos y macheteros y vendedores de micro "por encargo de Importadora Iberoamericana..." y las corneteras, los punks, trascher, skin, mis vecinos lumpen, esa masa de ordinarios y grotescos que rueda y rueda, pero mirarlos a los ojos al fondo de los ojos y decirse uno mismo:
........ ¡Ama al prójimo como a ti mismo” (Odio Puente Alto).

 “miles y más que miles
  en la Erradicación forzosa 1982” (Poesía del American Bar)

“menesterosos / cesantes / adictos / enfermos / madres
solteras de gorro para atrás / tipos raros / turnios / tuertos / tatuados
mujeres violadas / degenerados / torturadores / ex obreros
de aro / y gordos mórbidos / prostitutos / bacán
bacán /
Que vienen llegando desde
La Reina
Las Condes
Ñuñoa

¿Cachai o no?

Se tensan los nervios / el peligro encima
Estamos miao de perro. Son hordas que dan jugo /
Terrible de cuático / sabís que sí.
Con el alma de Hanz Pozo / A ti te digo

Más cagados que palo ‘e gallinero /
pero filo con esos cuerpos tirados
por los cerros en la ley de la vida mirando las nubes.” Oye, no se lo doy a nadie /
ni pedazos de pan
ni paño de lágrimas
no es una película Isat /
Es pura fantasía dejada de la mano de Dios.” (Poesía del American Bar)

“pero váyase al Poblado Esperanza
un viernes de sangre / ahí verán lo que es vida
¡Oigan, reconchas de su madre / chillando ¡ahua¡ ahuai¡ ¡ahua¡

Es pura boca en el laberinto del lenguaje
sus autos zumban / su basura de música
carrete ¡loco!
y mover papelillo encima del pobrerío.

Porque nadie dice nada / viejos trabajadores / ex obreros
Sentados / ni mujeres sufridas / Piola / nadie pesca
No poseen autoridad nadie les ha enseñado nada
Sólo la tele
Están dando la hora los locos /” (Poesía del American Bar)

“Porque se lo merece Puente Asalto
se lo merecen las pobres madres
y los viejos alcohólicos tirados en la calle Eyzaguirre /
carnicerías Darc
la Chilenita
el Turquito y los Skin head
ex neopreneros que pasan y se miran al espejo

La Animita de Hanz Pozo / su brazo / su pie /
Era un buen chato
el carne e’ perro.
Repartido su cuerpo a lo largo de la gloriosa Puente Alto

¡Ey, Están dando la hora!
Están dando jugo.” (Poesía del American Bar)

Como habrá notado, uno de mis principales intereses es provocar a los puentealtinos que se enfadan cuando se habla mal de Puente Alto, sobre todo, tal cual dice Kjesed, en los medios de comunicación. Esto tiene como objeto mostrarnos tal cual somos por mucho que nos duela y reencontrarnos con nuestra verdadera identidad y no con la que se nos ha impuesto, además de rescatar todo aquello que ofrece nuestra comuna en la actualidad, porque en la poesía de José Ángel Cuevas se presenta con características positivas, pero éstas se encuentran en el pasado, o bien, son lugares y personas que han sobrevivido hasta el presente:

“Estoy hablando como un conservador que añora a la gente antigua, que decía "provecho" cuando entraba a un restaurante donde había alguien almorzando, gente que se saludaba, la amistad comunal, dicen ellos: "podíamos salir en la noche, en Puente Alto todos nos conocíamos" y todavía están allí y ven perplejos su ciudad hecha mierda. El ex-Puente Alto bebe en La Rueda, el Rancho Chileno, chicha cruda y cocida, el Rancho, donde iba hace muchos años con mis amigos cuando yo mismo vivía en los campos de la pintana junto a los cuequeros y jugadores de rayuela que todavía existen en la calle Eyzaguirre. (Odio Puente Alto)

Como puede apreciar existen elementos positivos, pero son los lugares y personas que han sobrevivido al descuartizamiento.
Las personas observan la mierda, habitan en el infierno.
No se menciona nada bueno que provenga del Puente Alto. El ex Puente era bueno.

Lo que me está hartando es la incansable enumeración de aspectos negativos que posee la comuna. Verdaderamente para quien escribe todo este trabajo ha sido agotador y angustiante, incluso estresante ver cómo desfilan uno tras otros los defectos del lugar donde habito y que las virtudes, insisto, solo correspondan a aquello que ha hecho frente a la violencia. Es que como se dice vulgarmente “¡Es lo que hay!”. Yo me dediqué a recopilar cuentos, poemas, crónicas, relatos, etc. sobre Puente Alto y me he encontrado con esto. Tuve la esperanza de obtener manifestaciones literarias en donde se expresara lo bonito y ejemplar de nuestra comuna en un encuentro de pobladores y escritores que se efectuó en La Bandera durante el 2018 cuando presentaron al poeta Patricio Contreras. En esa ocasión al mencionar parte de sus antecedentes laborales, se indicó que ejerció como bibliotecario en un colegio de la Villa Padre Hurtado de Puente Alto y que algunos de sus poemas hablaban de su experiencia en esta población y bueno… con esto me encontré. Con más de lo mismo, pero de otra forma, de una forma brillante. Loree:

“Villa Padre Hurtado

Aquí las ratas comen gatos
los gatos comen hambre
y el hambre se come a las personas

Aquí el futuro es esquivo como
esos niños jugando a esconderse
en ese laberinto de escaleras
que hay entre un block y el otro

Aquí en verano
hay piscinas de plástico
en plazas y pasajes angostos
donde niños y niñas chapotean
con sus pupilas chispeantes


Aquí esos mismos pequeñitos
te apuntan tonteando con sus manos
en lo que bien podría ser
–según tu criterio o su imaginación–
una cámara fotográfica o un arma corta
ambas totalmente cargadas”

Sabemos que estamos concentrados en Puente Alto, pero veamos qué pasa en su comuna vecina. Echémosle un somero vistazo a La Pintana para ver qué sucede en la lleca y así aprovecho de citar a otro gran poeta, su nombre: David Añiñir.

MARIA JUANA… LA MAPUNKY DE LA PINTANA

Gastarás el dinero
del antiquísimo vinagre burgués
Para recuperar lo que del no es.

volarás sobre la nube de plata
arrojarás bolas y lanzas de nieve
hacia sus grandes fogatas

Eres tierra y barro
mapuche sangre roja como la del apuñalado
Mapuche en F. M. (o sea, Fuera del Mundo)
eres la mapuche "girl" de marca no registrada
de la esquina fría y solitaria apegada a ese vicio,
tu piel oscura es la red de SuperHiperArchi venas
que bullen a gorgotones sobre una venganza que condena.

Las mentiras acuchillaron los papeles
y se infectaron las heridas de la historia.
Un tibio viento de cementerio te refresca
mientras de la nube de plata estallan explosiones elektricas
llueven indios en lanza
Lluvia negra color venganza.

Oscura negrura of Mapulandìa street
si, es triste no tener tierra
loca del barrio La Pintana
el imperio se apodera de tu cama

Mapuchita kumey kuri Malén
vomitas a la tifa que el paco Lucia
y el sistema que en el calabozo crucificó tu vida

In the name of father
of the son
and the saint spirit
AMÈN
y no estas ni ahí con ÉL

Lolindia, un xenofóbico Paco de la Santa Orden
engrilla tus pies para siempre
sin embargo,
tus pewmas conducen tus pasos disidentes


Mapulinda, las estrellas de la tierra de arriba son tus liendres
los ríos tu pelo negro de deltikas corrientes

kumey kuri Malèn
loca mapunky pos-tierra
entera chora y peluda
pelando cables pa’ alterar la intoxicada neuro

Mapurbe;
la libertad no vive en una estatua allá en Nueva York
la libertad vive en tu interior
circulando en chispa de sangre
y pisoteada por tus pies

amuley wixage anay
Mapunky kumey kuri Malèn
LA AZCURRIA ES GRATIS."


Para comentar este poema, debemos definir el concepto de mapurbe. El mapuche que vive en la ciudad marginal y con esto estaríamos dando origen a una digresión en el trabajo. Sin embargo, esta no se alejaría de su médula, ya que nuestros hermanos se han asentado en los territorios de Puente Alto producto de la misma centralización que vive el país, por lo tanto, es conveniente dejarlo hasta este punto porque yo ya me estoy yendo para La Pintana, y conociéndome, estoy seguro que después partiré a La Granja, luego a San Ramón para ver estos infiernos…además, lo único que he hecho ha sido ofrecer una avalancha de citas y fragmentos literarios… ¡suficiente! Ahora es tiempo de experimentar la Universidad de la Calle, que dicen, es la que más enseña. Por eso, los siguientes corresponden a algunos relatos que logré rescatar de mi vagabundeo por el Infierno puentealtino en su manifestación más extrema, esto es, en la noche callejera, y cuando no, todo amanecido, después de mi gargoleo.

Debo señalar que, para pasar piola, tuve que tomar litros y litros de ron pelacable y pegarme sus cachimbazos hasta quemar pestañas, cejas y labios. Muchas veces caí en la inconsciencia absoluta, y al día siguiente poco o casi nada era lo que podía rescatar. Lo que entrego a ustedes es lo que viví en la lleca y plasmé a duras penas en textos de paupérrima calidad literaria, incluso, a veces, tiré hasta la talla, así que no se molesten en corregírmelos. Por ningún motivo.


























                                                La revancha

Para que no se me apague la tele con las cuatro violentas granadas de ron blanco o negro, (el color da lo mismo. La idea es quedar loco.), que han explotado en el interior de mi deteriorada cabeza, justo después que se ha extinguido el vespertino arrebol, cual raquítica gárgola, extiendo mis enormes alas y vuelo desde el mirador que está Cerrito Arriba hasta la Carol Urzúa para contemplar a las mentes más inteligentes de la población, detrás de los angustiosos pipazos que las obligan a fumar como locomotoras chinas con el fin de juntar cenizas, y pedirles la tecla. Pero para el güeón, nada más queda. Para el güeón, que cuando tiene moneas se raja con todos los güeones, nada más queda. Para mí, el más güeón de todos los güeones, no hay mano… ¿qué me ha pasado?, ¿en qué me he transformado? ¿Voy a decir que es el sistema capitalista quien me ha masticado, deglutido y vomitado? A mí me hace mal, entiéndelo. A ellos no. Si al Chico Antonio la churri lo rejuvenece. Va a cumplir cuarenta años pasado mañana, pero ya representa dieciséis. Si anteayer no más tenía recién la mayoría de edad. El Pancho de los Churros, que los vende con y sin manjar durante el día en la feria, por la noche se sigue ganando la vida por cada uno de los innumerables rincones de la Carol, vociferando “¡Churro por churri!, ¡churro por churri!, ¡churro por churri!”. Y más encima con pirueta incluida. “¡Churro por churri!”. El Pancho de las Churris. Y el Monito Ariel, al mismo que mandé la otra noche a comprar con tres lucas y que no volvió más porque se quedó petrificado con la primera luz del amanecer, a ese mismo, solo le sirve, según sus propias palabras “Para matar las ansias. Nada más.” Pero a mí me hace mal. Cacha, que digo que es igual a un orgasmo, y por eso no tengo ni una mina. La única, se podría decir, es esa desdentada pelaita que me la chupa por luca. Me hace mal. No entiendo. Solo he de recordar ese profundo y frío vacío que se expande en el centro del pecho. Te hace mal. ¡Entiéndelo de una vez por todas, güeón!, si ellos mismos lo dicen, “Le hace mal. Usté no eh pa’ ehto, Profe”.
          Así que protestando y culebreando de cuneta a cuneta por las oscuras calles de Puente Alto me alejo y cual caracol voy dejando un hilillo de jugosa baba por donde paseo sin importarme la historia, la arquitectura y la geografía de esta ciudad, mientras lengüeteo las últimas gotas de ron que van quedando. Lo he conseguido. Ya nada percibo, pronto nada recordaré, cualquiera diría que está la mano para todos los cogoteros culia’os. Pero sin ni uno me paseo por este “Infierno posmoderno” que es mi comuna, tal como lo escribió el ex poeta José Ángel Cuevas, para llegar a la calle Eyzaguirre donde están las “corneteras” y “los más grandes destacamentos de alcohólicos unidos que se haya visto”, según el mismo ex poeta José Ángel Cuevas. El tremendo Pepe Cuevas, a quien, cuando quiero me lo paso por la cue’a… de pronto, llego a la calle Eyzaguirre: sexo, drogas y por supuesto rock ‘n roll. El Café Barón Vip ya está abierto y me da la bienvenida con un You can leave your hat on, y con una engrupida rucia teñida, (¡Qué importa el color de su cabello!) a la cual más que conversa, ofrezco descontroladas caricias en su jugosa concha lampiña que, junto con las de sus amigas, tiene el local pasado a una salada brisa marina. Beso sus impíos labios con una sonrisa porque debe creer que llevo dinero, pero ya no está. Me cachó, güeón, ya no está conmigo. Corta. Giro la cabeza y veo cómo un morenazo igual a Daddy Yankee, igualito, pero más musculoso y entero ‘e pica’o a choro se la está comiendo, y una vez más me alejo, protestando con unas palabras que ni yo mismo comprendo.

         Pateando la perra salgo a la calle y esta vez me sorprendo yo mismo, pues pensaba que iba fuerte y derecho a la cantina del Amaro a mendigar por una cañita de pipeño, pero doblo hacia el sur por Santo Domingo que de santo no tiene nada, ni siquiera la Iglesia Nuestra Señora de Las Mercedes que está tres cuadras más allá. Menos ella, que exhibe sobre su coro un mural pintado por el Fray benedectino Pedro Subercaseaux Errázuriz, nieto de Ramón Subercaseaux Mercado, quien obtuvo su fortuna por un pacto que hizo con el diablo, gracias al cual Pirque debe su connotación edénica. Historia que, me han dicho, siempre cuento cuando comienzo a peinar la papa y a rallar la muñeca con la presencia del maligno en la Provincia Cordillera… mejor dejo de patear la perra, ¿cómo quiero que esa puta me pesque si aquel morenazo, igual a Daddy Yankee, igualito, pero más musculoso y entero ‘e pica’o a choro me pega mil patah en la raja , a mí, un desnutrido ejemplar directamente sacado de la tierra de los zombis?, ¿a mí, que, má’ encima, no ando con ni uno?, ¿cómo?

         Sin importarme las dos faltas ortográficas que hay en el letrero del Extacis, entro por la revancha y a la primera ninfómana que respetuosamente se sienta en mis muslos le aplico una llave, que no sé adónde aprendí, para separar sus adiposos cerros de carne con el fin de hurguetear en un mar de vellos que ornamentan la oscura estrella de mar que comienza a bailar con mi lengua al ritmo de Still loving you, sin importarme ninguna enfermedad venérea, mientras el seboso guatón de al lado me mira con una mueca que irradia al mismo tiempo la envidia y el asco. Después la empujo hacia la barra, pesco el combinado del guatón, me lo tomo al seco y me retiro sin dar las gracias. Por lo menos, da las gracias, po’ loco. Chaaaaaa… cuídate, loco, no olvides que estás en Puente Asalto. Cuídate, güeón. Cuídate, en serio, te andai puro regalando…


                                     
¡¿Qué saen de calle, loh gileh?!

Desperté con un tremendo dolor de cabeza. Era la costumbre de cada mitad de semana laboral, pero aquella vez no fue un hacha la que se incrustó directamente en la región frontal del cerebro, sino en el parietal derecho (si igual me sirvieron las clases de biología que me enseñaron en la Estela Segura, por lo menos para localizar el sector que bombeaba, bombeaba, bombeaba y que en cualquier momento sentía que iba a estallar). Otra vez me sentía más solo que la chucha. Ya no estaba la mamita para que viniera a cuidar a la guagüita… ¡tengo que salvarme solo!

         Llamé al Domingo Faustino Sarmiento… ¿pero a quién chucha se le ocurre ponerle a un colegio el nombre de un hombre que asoció la civilización y el progreso a lo europeo y la barbarie al indio?, ¿a quién? Desde el primer día que trabajé ahí, me lo pregunté a mí mismo y a nadie más. Obvio que a la güeona de la sostenedora. Odiaba dar mis pencas y fomes clasecitas pasadas a copete en ese lugar, odiaba seguir las órdenes de un coordinador académico que insistía en llamar “contepto”, tanto al contexto temático como situacional, odiaba que los profes siempre tuvieran la culpa porque los estudiantes no querían hacer lo que sus nombres los llamaba a hacer: ¡¡estudiar!!… hay que decirles estudiantes, más encima, a las linduras porque erróneamente se ha difundido que alumno significa “sin luz”, cuando lo cierto es que no se trata de una palabra compuesta, sino que simplemente significa “el que se alimenta”. Pero ya todos se la creyeron sin cuestionamiento alguno y ningún profe como yo, menos como yo, ni como ningún otro, jamás bajará del Olimpo de la sabiduría para alumbrar a esas oscuras mentes sobresaturadas con sexo, drogas y reguetón… llamé: “¡Aló!... Buenos días… ¿ah, sí? Buenas tardes, entonces… sí, sí, soy yo, el Profe… hoy no podré ir porque estoy junto a mi hijito que está enfermito acá en el Sótero del Río, así que avise, por favor. Gracias… muchas gracias… usted también. Chao”

         ¡Mentí! y más encima utilicé a Jaimito, inocente criatura que vive escondida en la séptima región, entre Molina y Cumpeo, para protegerse de la infernal locura que atente contra su vida, la locura del Profe Loco. ¡Proooofe! ¡ja, ja, ja, ja, ja! Me auto asumo como Profe, si no me alcanza para ser profesor… Prooofe, ¡ja, ja, ja, ja, ja, ja! de Profe me va quedando la pura P.                                                    
         Aquella madrugada ese trío de domésticos conocidos como el Caeza e Tele, el Fido y el maldito del Lindo Pelo, me pusieron su botellazo para cogotearme. No encontraron ni uno, pero pelás no se las iban a llevar, así que me chorearon la tarjeta Bip con menos trescientos ochenta pesos, ¡¡qué liiiinda la hicieron el trío de choritos!!, ¡¡esos sí que son choros!!... me la busqué, los tenía chatos, les decía que se creían choros y no sabían a dónde estaban para’os, que esa era la Villa Mariano Latorre:
          − ¿Quién fue Mariano Latorre?, ¿quién fue?, ¿a ver? Un escritor chileno, autor de Los Mallines, Las Zurzulitas, Ully
          − ¡Los pájaros! −gritaron a coro los tres pajarones, pensando que el nombre de este pasaje era, al igual que los anteriores, la fiel copia del título de un texto del autor.
         −¡No güeones! −los corregí enérgicamente− La isla de los pájaros. Y la calle a la cual le están dando la espalda es On Panta, título de un cuento que habla sobre un personaje llamado Pantalón Letelier a quien el resto de los personajes llama con aféresis y apócope, ¿pero saben en qué consisten estos metaplasmos?, ¿saben lo que es un metaplasmo?, ¡no tienen idea! ¡Y para qué les voy a explicar lo que es un hipocorístico! Pero para no irme en la rama, mejor hablemos de los mosaicos, ya que éstos están en directa relación con lo que les estoy enseñando. Ellos representan algunos territorios de Chile: la zona central y sur de nuestro país (el norte no sé por qué está excluido), pues Mariano Latorre situaba sus historias en estos lugares, y como ustedes pueden apreciar, en ellos observamos un volantín, un trompo, una vaca, campesinos, palafitos, el mar, y un largo etcétera. Y en el mosaico que está en la pared de la zapatería se encuentra escrita la frase que Pablo Neruda, (¡me imagino que saben quién fue Pablo Neruda!), le dedicó al novelista, el día de su funeral “Él amó las tierras y las aguas de Chile, las conquistó con paciencia, con sabiduría y con amor, las selló con sus palabras y con sus ojos azules”. Eso sí le faltan dos tildes, adivinen adónde, adivinen adónde, -les repetía, y ante el silencio, yo mismo respondía - “En la E del pronombre personal de la tercera persona, género masculino y singular, en la “ó” de “amó” (palabra aguda terminada en vocal) y en la í de Sabiduría, “ía”, vocal débil más vocal fuerte producen un hiato ¡No tiene idea el trío de choros! ¡Dicen que son calle, que la calle es la mejor escuela y no saben dónde están parados! ¡Yo les voy a enseñar la calle!, ¡Ja, ja, ja ,ja, ja!, ¿Qué? ¿Qué son choros? ¡Si ustedes son choros, entonces yo soy el gran pico!
         Acto seguido. Me puse en cuclillas, con mis manos sobre la cabeza y el tronco bien erguido para proyectar con su sombra la forma de un gigantesco falo…
          La clase no se terminó ni con el ring ring del timbre colegial ni con el tilín tilón tilín tilón de las campanadas escolares, sino con el sonido de un botellazo que me mandó casi muerto a la cama…
        
 Me miré en la pantalla de una tele que siempre está apagada y vi al Profe. Prooofe, si no me alcanza para profesor, nunca me ha alcanzado, la pura P, ¡Quééé!… ya no me alcanza ni para la P… Descansó mejor, el longi. Era un puro longi. Un longisor. Eso es lo que soy. Un puro longisor… ¡Igual loh gileh, no tienen idea de lo que es la calle!


En las sucias chicherías de Chichaguirre

En las sucias chicherías de Chichaguirre, más sabe el diablo por diablo que por viejo.
          La experiencia de años, años y años arrastrados por sus vidas bajo ningún argumento son respaldos de sabiduría.

         Muchos me refutarán, diciéndome que la avalancha de condoros y cagazos cometidos por estos viejos chichas servirá para alumbrar la pedregosa vía de los más cauros… ¡olvídenlo! El copete ha cercenado sus recuerdos y sus monosílabos y oraciones a medio hilvanar jamás contendrán la simiente de un mundo mejor, a no ser que su lenguaje verbal, paraverbal y no verbal nos sirva como constante antiejemplo, como una advertencia de lo que no debemos hacer y hasta dónde podemos llegar si seguimos chupando como todos estos condenados del infierno puentealtino.

         No me lo nieguen. Y si lo hacen, les preguntaré si alguna vez se han tomado una cañita en el Rincón, en La Cañada, adonde la Guasa o donde el Amaro. Si lo han hecho, entonces se habrán dado cuenta que entre más viejo no eres más sabio, sino que, entre más viejo, más cagado estás. Si yo mismo los he visto a las nueve de la mañana pegados en el televisor, mirándoles el poto y las tetas a las animadoras de cualquier matinal chileno, ¡esto hacen a las nueve de la mañana!

         Malditos antros carentes de poesía. Bebedores insaciables, atormentados por la locura dionisíaca, títeres de satanás… sí, si entre ustedes alguna vez hubo un poeta, un músico, un pintor… el copete ya los hizo cagar para siempre.

         Me dirán que todos tenemos algo importante que decir. Se escudarán en clichés como “no hay mal que por bien no venga”. Pero aquí, en las sucias chicherías de Chichaguirre no hay nada digno de reproducción literaria, ¿o acaso quieren que escriba sobre fútbol, sobre la cornetera que cogoteó al Juano el otro día o a lo mejor prefieren que cuente cómo le quedó el pico a mi compadre, después de mandárselo a guardar a la pelaita esa?

         No hay arte en este espacio público. Si en el gurlitzer del Rincón todos los días suena “Valparaíso de mi amor”. Estoy chato con la güeá.  Insisto. Tal como señalé, acá el diablo sabe más por diablo que por viejo. El mil veces maldito ha cubierto con su oscuro manto hasta el último rincón de las tabernas y se los ha culeado a todos, a todos… menos a mí, eso sí, menos a mí… pero está a punto de hacerme suyo. Falta poco. Si ya siento su putrefacto aliento tras el lóbulo de mi oreja izquierda.
         Para quienes aún se niegan a creer lo que digo, recurriré a un claro ejemplo ocurrido donde el Amaro.
         La semana pasada, después de ofrecer mis microcuentos en la locomoción colectiva, llegué hasta este lugar en busca de mis cañitas de pipeño, total, para esto trabajaba. Mientras miraba mis creaciones en busca de infinitas correcciones, una raquítica cornetera, con quien siempre he tratado de mantener la distancia, porque conozco lo cochina que es (aparte es más fea la güeona, siempre he pensado que es un güeón, si tiene hasta bigotes), se me acercó para preguntarme qué tenía entre las manos. Le dije que eran unos cuentos que ofrecía en la micro, se los mostré y en voz alta empezó a leerlos con grave dificultad. El primero fue Llorente, texto que transcribo, igual como lo haré con las otras creaciones que mostré en este lugar:
                                                
Había una vez un niñito que se llamaba Llorente. Él era muy llorón. Por todo derramaba sus copiosas lágrimas: cuando lo mandaban a comprar pan, cuando tenía que cepillarse los dientes, cuando tenía que andar en bicicleta hasta cuando tenía que comerse el postre. Ante esto, sus hermanos, sus primos, su tío, su abuelo y hasta su papá hacían una ronda alrededor de él para cantarle “¡Es niñita, es niñita, es niñita!” porque creían que solo las mujercitas lloraban.
         Un día, aburrido de ser molestado, se escapó de la casa y huyó al bosque. En este lugar, al caer la oscura noche con su silencio, Llorente escuchó el canto del búho, el ruido de sus pasos que hacían crujir la alfombra de hojas secas, al viento bailando con las ramas de los frondosos árboles, y sintió miedo, mucho miedo… ¿y adivinen qué? Empezó a llorar, llorar y llorar.
         Mientras tanto en la aldea, la familia gritaba desesperadamente “¡Llorente, Llorente, Llorente!” Pero el niño llorón no los escuchaba. De pronto, la mamá vio un río que nunca antes había presenciado, ante tal fenómeno se arrodilló y saboreó sus aguas. Al darse cuenta de que éstas eran saladas, sin pensarlo dos veces, se tiró un piquero al lecho del río y comenzó a nadar contra la corriente con toda la fuerza del amor más grande de todos: el amor de madre. La familia tampoco lo pensó dos veces y se lanzó tras ella.
Al llegar al final del arroyo, todos se percataron de que este se originaba en los ojos de Llorente. Entonces, llorando de alegría por haber encontrado a su ser querido, volvieron al hogar por el mismo río hecho de lágrimas, amor y miedo. Y hermanos, primos, tío, abuelo y papá prometieron nunca más volver a molestarlo.
                                                                                     Jota Jota Conus

“¡Qué bonito!”. Exclamó la pelaita al finalizar la lectura y me preguntó quién lo había escrito. Le dije que yo, pero no me creyó. “¡Este cree que uno es güeona!” les gritó a los viejos chichas que plagaban la cantina. Le insistí en que yo era el autor de Llorente, pero, una vez más, no me creyó. De nada sirvió contarle que lo escribí cuando mi hijo se puso a llorar, pues tenía que despedirse de mí para volver con su madre al sur, de modo que, para evitar el mutuo sufrimiento, tuve que distraerlo recordándole que nos quedaba poco tiempo para hacer la tarea, la cual consistía en escribir un microcuento para el concurso literario “Cuenta tu cuento en familia” organizado por la Fundación Integra (Sala Cuna y Jardines Infantiles), pero sus lágrimas caían por sus mejillas con desesperación, nada le importaba, solo quedarse con el papá Jorge. No sabía cómo calmarlo así que empecé a decirle “Había una vez un niñito que se llamaba Llorente. Él era muy llorón. Por todo lloraba. Todos le decían…”, pero fue peor, se le empezaron a caer los mocos, a babear… así que continué, mientras marcaba el ritmo con mis palmas, a gritar “¡Es niñita, es niñita, es niñita!”. Esto último resultó, pues rápidamente secó sus lágrimas con sus puñitos. Luego le pregunté a mi hijo porqué lloraba Llorente, “Porque no le gustaba la comida”, “Muy bien… y porque lo mandaban a comprar, también…” , “Sí, papá”, “Y él se aburrió de que siempre le dijeran niñita, ¿y adónde se fue Llorente, hijo?, “Al bosque”, “Sí, hijito, y allá sintió miedo, ¿de qué pudo haber sentido miedo?”, “Del búho, papá”… y así le fui contando a la cornetera cómo se fue gestando el microcuento, que mi hijo quería que la mamá se fuera en un submarino a rescatar a Llorente, pero le dije que mejor sería que lo hiciera nadando ella misma para que sintiera el contacto directo con el río de lágrimas. Pero la cornetera no me creía, y más fuerte gritaba “¡Este cree que nosotros somo’ güeones!”. De pasadita le dije que obtuvimos el primer el lugar y que nos ganamos cincuenta lucas que nunca vi, porque pasaron por las manos de la mamá, pero que de todas formas el trato con ella había sido que, si ganábamos, el dinero sería para nuestro hijo. Al escuchar esto, la pelaita echaba humo. Violentamente cogió otro de mis cuentos y también, al igual que el anterior, comenzó a leerlo en voz alta y a trastabillones:

                                      La muchacha de la carretera
Hasta el día de mi muerte recordaré aquella oscura y helada madrugada del primero de noviembre del año dos mil trece, cuando después de una orgía que celebró la fiesta de Halloween, desperté a orillas de la carretera muerto de hambre, de frío y de sed.
         La carretera estaba solitaria. No había casa, vehículo, animal… nada. Pero de pronto, caminando en el sentido contrario al que yo llevaba, una silueta femenina se me acercó. Las excitantes formas de sus pechos, caderas y piernas encendieron el calor en mí, sin embargo, lo que más me atrajo, fueron los verdes luceros almendrados que iluminaban un lozano rostro canela coronado por una cascada de cabellos azabaches.
−Buenas noches, señorita, ¿usted sabe adónde puedo encontrar agua? –le pregunté con el último aliento que me quedaba.
−Un kilómetro más allá −me respondió secamente, señalándome el sur con su delicado mentón.
         Sin despedirme ni dar las gracias, a duras penas, caminé la distancia señalada hasta llegar a una animita, atrás de la cual se encontraba un grupo de botellas con agua. Después de beber todo el contenido de una de ellas, observé que en el interior de la capillita había unas brillantes letras que decían “Socorro de Los Ángeles” y abajo de este nombre una barra de chocolate junto a una deteriorada fotografía en donde aparecía la misma muchacha que me ayudó en la carretera.
                                                                                         Jota Jota Conus

La pregunta fue la misma “¿Quién lo escribió?”, “Yo”, le respondí. Y los insultos no se hicieron esperar “¡Ya, güeón!, ¡deja de vacilar, cochino culia’o, no estoy na’ pa´ tu güeve’o!”. Le insistí en que era yo el autor del texto y que su historia estaba basada en un hecho real. Que en un fría madrugada, le pedí agua a una morena que se paseaba semidesnuda en la carretera Panamericana, a la altura de San Fernando y que el resto, eso sí, era ficción. En ese momento iba a explicar en qué consiste este término, pero bruscamente tomó otro de mis relatos impresos y lo empezó a leer:
                           
                                               Que en paz descansen
Hace mucho tiempo había un zorzal al que le gustaba cantar todos los días sobre una verde ligustrina para despertar muy temprano a su Aurora Alba, de quien se sentía profundamente enamorado. Ella le correspondía, pues se juntaban a las cuatro en punto de la madrugada. Sin embargo, la rutinaria melodía de sus rítmicos trinos terminó por desesperar a los vecinos, quienes probaron los más diversos remedios para combatir lo que consideraban un maleficio. Desde tapones para los oídos hasta balazos dirigidos al pecho del ave, pasando por pastillas para conciliar el sueño. Pero no había solución alguna. Desesperados, entonces, decidieron crear una junta de vecinos con el único fin de acabar con el problema.
−¡No soporto a ese pájaro!
−¡Yo he gastado ya todos mis cartuchos, tratando de matar a ese ave!
−¡Ese animal me tiene aburrido!, ¡Nosotros llegamos agotados de nuestros trabajos y sólo queremos descansar!
“Pájaro”, “ave” y “animal” lo llamaban, ya que desconocían que su nombre era zorzal. A tal grado llegaba su desconocimiento de la fauna.
−¡No se preocupen! ¡Yo tengo la solución! −dijo el presidente. −Noten ustedes que ese pájaro siempre se posa en el mismo arbusto.
−¡Tiene razón! ¡Siempre se coloca en la misma planta! –exclamaron, al unísono, el secretario y el tesorero.
−¡Es cierto, es cierto! ¡Siempre se posa en el mismo vegetal! −Afirmó en un tono seco el resto de la comunidad.
“Arbusto”, “planta” y “vegetal” la llamaban, ya que desconocían que su nombre era ligustrina. A tal grado llegaba su desconocimiento de la flora.
−¡¿Qué les parece si juntamos dinero y compramos una pala y una picota para sacar ese arbusto?! −Les preguntó el presidente.
−¡Qué brillante idea! ¡Con razón lo elegimos! −fueron las palabras con las cuales manifestaron su alegría.
         Ese mismo día no se esperó más y, después de comprar las herramientas, arrancaron de raíz la verde ligustrina. Con esto, al fin pudieron descansar en paz, pues el zorzal nunca más cantó, lo que trajo consigo que su amada Aurora Alba nunca más despertara y de esta forma sumergiera al pueblo en una oscura noche negra que hasta hoy mantiene a los vecinos durmiendo bajo un manto de tinieblas.
                                                                                     Jota Jota Conus

“¿y este, seguro que me vai a decirme que también lo escribihte voh?”. Con este relato iba a explicarle los mecanismos de referencialidad, la sinonimia con los hiperónimos y los hipónimos, pero sabía que no me dejaría. Así que no comenté nada sobre este relato. En esa oportunidad, extraje mi cédula de identidad del bolsillo para mostrárselo y leerle, al mismo tiempo que le señalaba con mi dedo índice, el espacio en donde decía: “Jorge Alfredo Jeria Conus”, luego puse el documento junto a mi rostro para que lo comparara con la fotografía. Le dije que Jota Jota Conus es mi seudónimo… pero nada. Solo se limitó a exclamar “¡Sale pa´llá, oh!”, y prefirió pescar y leer un cuarto cuento:
                                              
Caprichitos
 Había una vez una mimada niñita a la que todo el mundo conocía con el nombre de Caprichitos; pues todo lo que pedía, su mamá se lo concedía. Solo bastaba que su pequeño dedo índice señalara el objeto deseado para que este se le concediera en forma inmediata. De esta manera, desfilaban unos tras otros los más numerosos muñecos, dulces, vestidos coloridos y los más diversos animales, cada uno de los cuales duraba cinco segundos con ella, pues apenas conseguía lo apetecido se deshacía de él.
 −¡Mami, mami, mami, quiero ese caramelo bañado en chocolate! −gritó en una ocasión como bruja consumiéndose en el fuego, mientras rasgaba un vestido de princesita que se ceñía a su diminuta figura.
−Pero, Caprichitos, si te acabo de comprar el vestido de princesita… −le dijo la madre.
−¡Mami, mami, mami, si no me lo compras voy a…!
         −Ya, Caprichitos, pero última vez que te aguanto esto.
Pero esta última vez nunca llegaba.
 −¡Mami, mami, mami, quiero esa muñeca Barbie! −le gritó como un ogro hambriento, luego de escupir al suelo el caramelo bañado en chocolate.
 −Pero, Caprichitos, si te acabo de comprar un caramelo bañado en chocolate.
−¡Mami, mami, mami, si no me lo compras voy a…!
−Ya, Caprichitos, pero última vez que te aguanto esto.
Pero esta última vez, como decíamos, nunca llegaba.
De esta forma, obtenía todo lo que quería, pues si esto no era así, los llantos de Caprichitos, que comenzaban con leves lagrimitas que delicadamente se deslizaban por sus mejillas, muy pronto se transformaban en un diluvio universal que retumbaba en cada uno de los infinitos rincones del planeta. Bastó escuchar esto solo una vez para percatarse de ello y evitarlo de por vida. Fue en aquella oportunidad cuando pidió un hipopótamo como mascota, luego de rajar los lóbulos de sus orejitas para arrancar los aritos de perla que arrojó al alcantarillado.
Después de ese día, sin excepción alguna, su madre atendía todas las demandas. Hasta que una vez le dijo:
−¡Mami, mami, mami, quiero el sol y la luna!
 −Pero, Caprichitos, eso no puedo dártelo, por más que quisiera. Además, acabo de comprarte un elefante que pediste.
         −¡Mami, mami, mami, si no me…!
−¡Ya, córtala, Caprichitos! ¿Hasta cuándo? ¿Crees que siempre te daré lo que se te antoja?... crees que, si un día me pides que salte del edificio, ¿voy a tener que saltar de éste?
 −¡Mami, mami, mami… salta del edificio!
−Pero, Caprichitos…
−¡Mami, si no voy a…!
Y como esto se lo podía dar sin problema alguno, la madre se arrojó desde la ventana del decimotercer piso y azotó su cuerpo contra el duro pavimento. Sin embargo, con esto, no pudo evitar que, al asomarse por el balcón, de los ojos de Caprichitos brotaran leves lágrimas que delicadamente se deslizaron por sus mejillas cuando se percató de que su madre, con una gran sonrisa en la frente, yacía reventada sobre el suelo.
 Jota Jota Conus

Al igual que con los cuentos anteriores, sucedió lo mismo. En esta oportunidad, de nada sirvió contarle que mi inspiración fue la nieta de mi ex pareja, a quien se le daba todo lo que pedía. No me dejó. “¡Voh creí que soy güeona!”, “¡Voh no podí escribir esto!”, “¡¿Qué te creí voh que veníh a reírte de losotroh?!” … para detener un vendaval de insultos, extraje de mi mochila un cuaderno para leerle

 El niño más cochino de la Tierra

Hubo una vez un niño que apareció en la gruta de una gigantesca montaña hecha con cabezas de pescados, pañales defecados, yogures vencidos y fiambres descompuestos, luego de que sus padres lo arrojaran al camión de la basura completamente envuelto con negras bolsas de nylon.
Desde que fue descubierto en el vertedero de la aldea se hizo habitual verlo en desayunos, almuerzos, onces y cenas realizadas en las casas de los distintos habitantes, quienes se turnaban para atenderlo como si se tratase de su rey, así como también verlo jugar a las canicas y a la pelota con decenas de niños y a la casita de muñecas con decenas de niñitas. Sin embargo, transcurrido un par de semanas, todos los que compartían con él se dieron cuenta de que no le gustaba bañarse ni cepillarse los dientes. A causa de esto, las invitaciones y los juegos poco a poco fueron disminuyendo hasta desaparecer. Al preguntársele por qué no se aseaba, con un hálito que mezclaba el olor a perro muerto, cebollas en escabeche y huevos podridos, simplemente respondía «Porque no». Nadie insistía con otra pregunta porque eso significaba que el niño abriera la boca para responder y con esto que su oyente sintiera, una vez más, el pestilente tufo. Por lo tanto, nadie sabía la causa, motivo o razón de esa conducta. De esta manera, la presencia del niño más cochino de la Tierra se volvió insoportable para la comunidad, y solo por lástima aún seguía siendo admitido en ella.
A diferencia de los aldeanos, algunos animales estaban contentos con el niño: durante el día, los obesos piojos hacían escandalosas fiestas entremedio de los enmarañados cabellos de la grasosa cabeza en donde chupaban sangre hasta caer inconscientes con sus borracheras. En la noche le correspondía el turno a todos los patos del mundo, pues cuando el niño más cochino de la Tierra dormía… el pato silvestre, el pato negro, el pato colorado, el pato crestón, el pato de torrente, el pato vapor hasta el Pato Lucas y el Pato Donald, todos, sin excepción alguna, hacían una larga fila en dirección a las fétidas orejas para ocuparlas como inodoros desde cuyo interior se expelía un nauseabundo efluvio que dejaba en la cama, acompañado por vómitos y diarreas, a cada uno de los aldeanos.
En un último esfuerzo, los vecinos más resistentes, provistos de mascarillas conectadas a voluminosos tanques de oxígeno, con ayuda de un megáfono, y a diez metros de distancia, le pidieron que, por favor, se bañara, ya que todo el pueblo estaba enfermo por su culpa, pero como siempre se rehusó. Ante la rotunda negativa optaron por agarrarlo a la fuerza para quitarle su piñiñenta ropa y bañarlo, pero el niño más cochino de la Tierra logró escapar y, sin importarle estar desnudo, corrió por toda la aldea hasta el bosque para ocultarse en él.
En este lugar muchas imágenes pasaron por su mente, entre ellas, la de los desconocidos padres que lo habían abandonado y también las de quienes creía que eran sus verdaderos amigos, pero que lo habían abandonado debido a su pestífero hedor. Pese a esta situación, el niño más cochino de la Tierra evitó derramar lagrimitas de tristeza, pues sabía muy bien que, si lo hacía, éstas limpiarían aquellos ojos cubiertos por fosforescentes telarañas de verdes legañas por donde se paseaban innumerables arañas que competían entre sí para cazar a los millares de moscas que atraídas por la suciedad quedaban atrapadas en la pegajosa red.
Las densas nubes grises, al no soportar el espectáculo que se les ofrecía, se juntaron y empezaron a llorar, provocando una copiosa lluvia que cayó sobre el niño más cochino de la Tierra, quien trató de ocultarse bajo las copas de los árboles más frondosos, pero al percatarse de su intención, la fuerza del viento echó a volar todas las hojas.
Completamente indefenso, el niño fue sujetado por las ramas de los arbustos y comenzó a ser restregado por las manos del peumo y el quillay; con las cerdas de su cola embetunadas en una mezcla de piedras pómez trituradas, sal, agua, uñas de buey, cáscara de huevo, mirra y menta, el Gran Jabalí cepilló los dientes del niño; el Rey Salmón salió del cristalino río, se desprendió de toda su carne y con su esqueleto peinó al niño, mientras los jazmines, las fresias, las lavandas y los azahares ofrecieron sus alegres e intensos aromas para desodorizar su cuerpo. Una vez que estuvo completamente limpio, las nubes se dispersaron, y el sol con todo su esplendor ofreció sus rayos para secarlo.
Desde las blancas montañas descendió una oveja para vestir con su lana al niño que ya no era ni sería más cochino, pues a partir de ese momento sus hábitos habían cambiado, al darse cuenta de que bañarse era algo maravilloso. Lo mejor de la Tierra.
Cuando volvió al pueblo, los adultos se percataron del revolucionario cambio y lo invitaron a sus hogares, los niños jugaron una vez más a la pelota y a las canicas con él, y las niñitas le hicieron una ronda al sentirse atraídas por el perfume tan rico que emanaba de sus poros. Decían que tenía la fragancia de la Madre Tierra.
Desde entonces, el niño siempre se cepilló después de cada comida y se bañó, antes de dormir y después de despertar, en la ducha, en la tina, en el lavamanos, en el lavaplatos, en el río, en el lago y en la laguna. Y nunca le dio un resfrío, pues jamás dejó de agradecer, por haber estado junto a él en los malos y buenos momentos de su vida, a quien se convirtió en su verdadera madre, la Madre Naturaleza.
Al igual que los viejos chichas, por breves instantes, la pelaita me escuchó atentamente y en varios pasajes del cuento su desdentada sonrisa demostró su deleite estético. Les conté que este texto, junto con Llorente, Que en paz descansen y Caprichitos formarían parte de una gran obra que titularía Cuentos para Adultos con Alma de Niños. Aunque no lo crean, seguía sin creerme, yo le mostraba mi cuaderno en donde estaba El niño más cochino de la Tierra escrito con mi puño y letra… , pero no hubo caso…

         En esta chichería ni ella ni nadie estaba acostumbrado a ese tipo de manifestaciones artísticas hechas por sus jaliscos. Tal vez, ustedes afirmarán que han visto a músicos saliendo de las tabernas y quienes se hayan tomado sus copetes en estos lugares habrán cantado junto con ellos. Al respecto mencionaré unos músicos callejeros que pasaron con guitarra y charango a servirse unas chelitas y tocaron sus temas de Violeta Parra y Víctor Jara. Está bien. No lo niego. Pero yo me refiero a expresiones artísticas verdaderas, originales e innovadoras y no a covers ni tributos. Así de corta.

De esta forma, como sentí que no me quería no solo ella en ese lugar, sino el montón de viejos chichas, al ver la indiferencia en sus miradas, pesqué el montón de cuentos que tenía repartidos en el mesón, compré un litro de pipeño, di media vuelta y partí en dirección a la calle, mientras     a lo lejos escuchaba una extensa enumeración de garabatos: “agüeona’o”, “güeón”, “saco é güea”, “jil culia’o”, “conchetumare”… solo por haber mostrado mis creaciones literarias.                           











                             
 Cuando Dios me castigó a palos

No me quedaba ningún cuento para repartir. Los había perdido todos en mi último lanzamiento y necesitaba urgentemente una cañita de pipeño para calmar los temblores de la mano izquierda. Con mi sucio dinero había dejado raja de cura’o a todo el mendigo que se cruzó por mi camino. Así es: tal cual lo hacía el Padre Alberto Hurtado, fui ayudando a los desposeídos, a los marginados por el sistema, a los desamparados, pero en vez de aplicar las célebres palabras “¡Contento, Señor, contento!” iba yo, pregonando “¡Con tinto, Señor, con tinto!”.

         Sentado en el paradero de la micro, me encontré con un loco:

−¡Hey!, ¿me dice la hora?
−No tengo.
−¡Compadre!, ¡¿me dice la hora, por favor?!
−Te dije que no tengo, güeón.
−¡Compadre, dígame la hora, por favor! ¡Se la estoy pidiendo “por favor”!
−¡Oh!, ¡El conchetumare porfia’o! ¡¿Me estai’ güeando?!
−¡¿Y pa’ qué me sacai’ la madre, feo culia’o?!
−¡Sale pa‘ lla, oh! ¡Tai cura’o! No te saco la chucha porque ando con mi hija, no má’.
−¡¿Y vo creí que es tu hija?! ¡Es mía! ¡Pregúntale a tu señora!
−¡¿Qué me dijiste?!
−¡Ya, vira de aquí, nomá! ¡¿Qué te vení a picar a choro conmigo?! ¡Vira, te dije!
−¡Ya te voy a pillar solo, conchetumare!
−¡Camina, longi culia’o!
−Papá, papá. Ese es mi profesor.

Así es, no me había dado cuenta de que iba con una de mis alumnas, la Lisollete, quien ya me había visto en una ocasión, copeteando en la esquina del colegio y a la cual había retado por sus calumnias en mi contra “Profe, el otro día lo vi más cura’o al frente de La Papelera. Se estaba tomando, no sé si un vodka o parece que era un ron… Señorita, no me venga con mentiras, ¡¿cómo se le ocurre que voy a estar tomando vodka o ron?! Ese era un güisqui Lloni Guoquer Etiqueta negra. Mire que me voy a estar tomando un vodka o un ron. Última vez que le aguanto eso.” Pero filo, estaba afuera del colegio… seguí preguntando por la hora:
−Señora, ¡Señora!, ¡¿Me dice la hora?!... ¡señora!, ¿señora? Se asustó la vieja culiá… ¡socio!, ¡socio!, ¡dígame la hora!
−Las ocho y media.
−¡¡¡¿Las ocho y media?!!!

Luego se acercó un disfónico beodo que iba tocando una desconocida melodía en su oxidada armónica.

−¡Hey, viejo! ¡Te acompañaré, y con las monedas que hagamos, nos tomaremos unos copetes!
−A esta hora está todo cerrado −. Me repuso.
−¡Me extraña, compadre! En el Rincón abren todos los días a las siete de la mañana. Mira, allá viene la Metrobús.

Subimos a la micro, pero sólo iban tres pelagatos. No importa, me dije, con dos gambas que pase cada uno, hacemos para dos cañitas y después de estas, algo original se nos ocurriría. El viejo empezó a tocar un desabrido blues y yo a hablar sobre mi alcoholismo, tratando de conectarme en todo momento con la melodía del loco:

“¡Las glándulas salivales trabajan
a mil litros por segundo.
Infaltables resultan las punzadas
con las que el hígado te reclama
estos once días sin alcohol
gritándote que ¡Ya basta!
 ¡Bastaaa!
Que necesita desayunar,
almorzar,
merendar
y cenar
por lo menos una cañita
para su desesperación apaciguar,
pero su enemigo ubicado
espacialmente adentro de mi cabeza,
¡Sí! ¡Adentro de mi cabeza!
aún celebra su victoria
y lo hace proyectando frente a mi frente
una imagen consistente
en un melón con vino
y yo,
con una estatura de dos milímetros,
nadando y ahogándome en él.

Las cascadas de tinto y las de cerveza
tampoco me abandonan
y mi esófago
aún rememora el calor
del ron
¡Fuerza, conchetumare,
fuerza!
¡Estás…

−¡¿Cómo que “conchetumare”?! –me interrumpió el chofer− ¡Bájate al tiro del buh, conchetumare! ¡Al tiro!
−¡Oiga, espere!, ¡déjeme pedir las monedas!
−¡Ya bájate, conchetumare! ¡Nadie viene a decir garabato’ aquí!
−¡Cuidado, no empuje!
−¡Ya, te dije que te bajarai’, conchetumare!
−¡¿Usted parece que quiere pelea?!

         Sin darme la respuesta, el güeón del chofer me pescó del cuello de la camisa, me dio media vuelta y me puso una pura patá en la raja para dejarme en la calle. Se viró altiro, con todo mi dinero, dejándome un domingo por el mañana, tirado frente a la Iglesia Las Mercedes. Pateando la perra, me dirigí a la misa. Necesitaba calmar mi estado de ánimo y por sobre todo mi sed. Para pasar piola, me persigné, pero no pude evitar beber un gran sorbo de agua bendita cuyo ruido distrajo por unos segundos a todos los parroquianos. Aguardé en la puerta, esperando el momento preciso para cuando pasara frente a mí el cesto de la ofrenda. La niñita que venía se paseaba lentamente por cada fila, extendiendo una canastita en donde los fieles depositaban los billetes de una, dos… hasta de cinco lucas. De diez y de veinte no vi. Pero era mucha plata. Caleta. A medida que se acercaba hacia mí, yo me iba refugiando para mis adentros en aquel lugar común que dice “Ladrón que roba a otro ladrón, tiene cien años de perdón”, pero yo decía “mil” para perdonarme por mucho más tiempo: “Ladrón que roba a otro ladrón, tiene mil años de perdón”, “Ladrón que roba a otro ladrón, tiene mil años de perdón” “Ladrón que roba a otro ladrón, tiene mil años de perdón”

Cuando por fin llegó hasta mí, puedo asegurar que vio al mismísimo demonio, pues quedó completamente petrificada, por lo tanto, fue más fácil aprovecharme de ella para quitarle todas las lucas y guardarlas en mis bolsillos. Salí corriendo de ese lugar, no había nada más que hacer allí y me fui a chupar, sin escala alguna, directo adonde el Amaro. Ese día justo hubo clásico, jugó la U contra el Colo, y ahí pude estar hasta altas horas de la noche. Incluso, con lo recaudado, me alcanzó para invitar varias rondas de pipeño a los viejos chichas que infestaban el lugar. Los dejé a todos rajas, meados, incluso uno de ellos hasta se cagó. Había que celebrar el robo de los siglos.
Regresé a casa caminando de cuneta a cuneta. Iba por Chichaguirre, cantando “Aunque no ganemos en la cancha / esta hinchada no te dejará / ¡ni cagando! / es tan grande lo que llevo dentro / ¡sentimiento! / que no lo podemos evitar / te alentaré, aunque vaya perdiendo / te seguiré / esta locura no la pararé / yo soy del Bulla ( no me queda ni una duda / es la mejor / la del Leóooon”, cuando aconteció lo que nadie me va a creer y que tengo por seguro atribuirá a mi estado de ebriedad, a una alucinación o algo por el estilo, pues desde las copas de los árboles comenzaron a caer racimos de gárgolas, vinchucas, zombis y espantapájaros y me pidieron que les entregara todo lo que tenía. En las condiciones en las cuales me encontraba no opuse resistencia alguna. Podrían haber hecho lo que quisieran conmigo, lo que quisieran, pero solo se limitaron a registrar cada uno de mis bolsillos. Al no encontrar nada, una de las gárgolas pegó un chiflido y desde las alcantarillas comenzaron a salir en filita india, decenas y decenas de negras zorras con las camisetas del Colo alternativa, provistas de bates y con estos me empezaron a sacar la chucha, dejando hasta el día de hoy, profundas cicatrices en mi cabeza, las cuales cubro con mi larga e hirsuta cabellera. Pero no se conformaron con agarrarme a palos, no, también me mechonearon, me chantaron sus rodillazos en el fémur, me agarraron a pollos, me pusieron su cachamal, una me puso hasta su chirlito, la maricona, y otra me pellizcó los codos… ¿pa´qué, poh?

Cualquiera, en las condiciones en que me encontraba, hubiera partido a dejar constancia a los pacos, al Alejandro del Río o al Sótero a ponerse puntos, pero yo no estoy ni nunca he estado para esas mariconadas. No. Yo simplemente, cojeando a duras penas, caminé hasta la plaza de la Matte, me acosté sobre el césped, esperé a que el rocío curara mis heridas y mientras miraba el campanario de la Iglesia Nuestra Señora de Las Mercedes a cada rato, con el puño izquierdo apretado y alzado hacia el cielo, le preguntaba a Dios por qué chucha me había hecho eso.





Cogoteao

En una destartalada habitación de tres por tres, me encuentro, una vez más, entre zombis, gárgolas y espantapájaros, pegándome unos desesperados cachimbazos. Gastando parte importante de mi sueldo que bien podría haber destinado a la compra de zapatillas para mi hijo, a sushi para mi polola y a un asadito con los viejitos. Pero este es el sacrificio que debo pagar si quiero conocer las entrañas del infierno puentealtino.

         A cada integrante del círculo ritualístico de la pasta base le voy entregando dos, tres hasta cuatro papelinas para compartir la palabra, pero estos condenados no hablan nada, todo lo contrario, rompen a cada rato el círculo y se arrinconan en una esquina para aislarse, no importándoles nada, solo la cachimba, las cenizas, el encendedor, el mono y el barro. En cambio, yo soy el único que ha tratado de hablar durante horas, sin embargo, lo único que he obtenido han sido apagadas miradas de duro dolor y tristeza.

         Por uno de los agujeros del pedazo de cartón que está instalado en la ventana, he observado el frenético, angustioso y triste deambular de personas que se sabe, corresponden a familiares que buscan a quienes me rodean y que echan furtivas miradas a este pequeño averno, buscando al hijo, al nieto, a la madre, al padre de familia, sin atreverse a entrar, pues saben que solo les está permitido a los que llegan con la monedas, la prenda de vestir o el electrodoméstico que se intercambia por la maldita churri.

         La droga se acaba rápidamente y mi dinero, también. Hace casi una hora cometí un grave error al colocar música en mi aifon siete con el fin de alegrar un poco el ambiente, pero nadie la pescó, así que mejor lo guardé. Desde ese entonces, no he dejado de introducir la mano en el interior del bolsillo derecho de mis pantalones para ver si aún se encuentra ahí. Ojalá que no me pidan que lo saque para poner música porque ahí sí que coopero. Ando con la pera, entero perseguido. Juro que todas esas miradas se concentran en mi bolsillo. Trato de conversar:
         … y como les decía hace un rato: estamos inmersos en el infierno puentealtino. Pero no se crea que este solo se refiere a la Carol, la Nocedal, La Teniente, La Veintinueve y al gueto más grande de Chile ubicado en Bajos de Mena… noooooo… también lo encontramos en los templos del consumo, llámese Espacio Urbano, Plazuela Independencia, Mol Tobalaba…

         Resultan infructuosas las palabras cuyo principal objetivo no apunta tanto a despertar consciencia, sino más bien a desviar su atención de mi bolsillo… o a la mejor me estoy puro persiguiendo.
         ¿Puedo pasar al baño?
         Pasa nomá’ me dice el dueño de casa. Si a esto se le puede dar tal nombre.
         ¿Dónde está?
         Al fondo a la derecha.

         Me abro paso entre un par de raquíticas gárgolas y comienzo a avanzar por un largo y oscuro pasillo. Apenas distingo los objetos con los cuales voy tropezando en el camino, pero poco a poco mi mirada se va acostumbrando a la tiniebla imperante, quizá porque ya soy parte intrínseca de ella… pero no… no es así… sigo tropezando a cada paso y me doy cuenta de que no queda más remedio que sacar mi aifon siete para ocupar su linterna. Es lo más seguro, considerando, además, que ya he dejado atrás a todos esos nefastos seres.

         A mi derecha se encuentra una pieza con una descolorida cocina cubierta de grasa seca por donde se la mire, encima de ella como largos gusanos petrificados y lombrices disecadas se encuentran pegados un montón de tallarines y cabellos de luciferinos ángeles acompañados por montículos de arroces que se asemejan a pálidas larvas. No hay refrigerador ni horno microondas ni ningún electrodoméstico, los muebles están sin tapas y en su interior no muestran nada, solo un par de platos quebrados a medio lavar…
         ¡¿Qué andái sapiando?! grita alguien a mis espaldas.
         ¡Ando buscando el baño! ─grito enérgicamente y con gran seguridad para no mostrar cobardía.
         ¡Te dije que estaba al fondo a la derecha!
         No hay tiempo para detenerse en la contemplación descriptiva, pero no por eso voy a dejar de echar un somero vistazo a este antro. Alumbro por un segundo la habitación de mi izquierda y en mi retina se graba un desvencijado y gastado sillón café desde donde sobresalen oxidados resortes. Junto a él, reposan sobre una mesa cuadros familiares con la tierra pegada en sus rostros. Sigo avanzando, por ahí alcanzo a ver un desnutrido gato negro dando vueltas. En lo que resulta ser un dormitorio, diviso un armario empotrado que en vez de puertas posee una hilachenta cortina corrida gracias a la cual es posible observar ropa vieja desordenada, mangueras, cajas de cartón, bolsas de nailon. No hay ningún cuadro, ningún adorno que decore este espacio, solo más ropa vieja amontonada en los rincones y un colchón en donde duerme un esperpento… avanzo y avanzo… en otra pieza llena de tierra, más y más colchones tirados en el piso, hoyos en el techo… un colchón sobre el cual duerme un perro, veladores rotos. No hay más… cortinas negras, desgarradas y rasgadas. Pese a que estoy iluminando el pasillo, este sigue siendo oscuro. Finalmente doy con el baño y aquí me encuentro con un guater sin tapa en cuyo interior quedan restos de descontroladas cagaderas, en el rincón en donde se supone que está el papelero hay una montaña de papeles higiénicos con la mierda a toda vista y arrugadas páginas y páginas de diarios que llegan hasta una ducha sin cañería ni cortina. Esto es un asco, pero, así y todo, por lo menos siento que mi aifon siete ya no corre peligro… de pronto siento un estruendoso golpe…

         ¡Carabineros de Chile, todos los güeones al suelo! ¡Al suelo dije, mierda!
         ¡Conchetumare, loh pacoh! gritan a coro los muchachurris.
        
         Loh pacoh… chucha. Pero dicen que no hay mal que por bien no venga… oigo gritos incomprensibles, en verdad estos son unos monstruos… con la labia que me gasto le tocaré música a lo pacoh, a lo mejor me sueltan altiro, así que hay que puro entregarse, nomah. Mi aifon siete ya no corre peligro, ¿quién iba a pensar que estos conchesumadres me iban a salvar un día? Paco, ya no te diré más “paco”, ni te cantaré “¡Ula, ula, ula, ula / loh pacoh tienen teta, / lah pacah tienen tula!”, ya no. Ahora cantaré contigo “Somos del débil, el protector”.
Apago la linterna de mi aifon siete y luego guardo este. Ya no es necesario, pues con la luz que trajo carabineros es posible observar mi entorno.
         Para entretenerme echo una meada en un mojón hasta partirlo en dos y justo llega un paco… un carabinero… como mosca a la mierda:
         ¡¿Y qué hací voh, aquí?!
         Estoy dividiendo un mojón en tres.
         Ah, chistosito, ven pa’ ca.
         El paco se arrodilla ante mí y comienza a acariciarme los tobillos. Observo lo que está haciendo y sí, es verdad: tiene tetas… saca la lengua para mojar sus labios. Y luego aprieta sus mejillas en mis muslos. Yo me dejo, acepto su protección. Es mi perro… mi perrita. Acaricio la nuca de su casco y mueve su colita… el confuso griterío va disminuyendo hasta desaparecer y el pac… el carabinero se aleja con la jauría. Ya cuando todo está en profunda calma, introduzco la mano al bolsillo para ocupar la linterna de mi aifon siete… ¡pero por la cresta, no está! Saco mi encendedor y lo prendo para registrar el baño, reviso cada uno de los rincones, escarbando en la montaña de papeles, inspeccionando la ducha, registrando el interior del guater, pero no hay nada… nada…
         … ¡Ooooooooh!, ¡paco conchetumaaaaaare! ¡hijo de la gran perra!

___________

Tal como lo han apreciado, mi viaje por el Puente Alto infernal ha sido pura pérdida. He terminado todo golpeado y sin ni uno. He sido protagonista de innumerables historias, pero gracias al mismísimo infierno puentealtino -sí, le echo la culpa a este y a nada ni nadie más- solo he podido relatar por medio de la escritura solo cinco de ellas. Mejor me voy a recorrer la Plazuela y el Espacio Urbano, tal vez, me vaya mejor. Recordemos que estos, también forman parte del averno. Para allá me voy derechito. Doy mi palabra… eso sí, ojalá que en el trayecto no se me vaya a ocurrir partir al Cajón del Maipo o a Pirque… ¿pa qué, poh?


La búsqueda
                Dedicado a Julio Arancibia O.

Aquel día, partí con mi botellón de vino tinto al Cajón del Maipo para ver qué tan ciertas eran las historias que se relataban sobre el Diablo.
Cuando llegué al último paradero de la Metrobús setenta y dos en San José, descendí de la micro e inmediatamente me dio la bienvenida un delicioso olor a pino, el cual guio mis pasos hacia el puesto de comida desde donde provenía tal efluvio. Una vez ahí, compré un par de picantes empanadas hechas en horno de barro.
Suelta la lengua a causa del alcohol, y después de zamparme una de éstas, me puse a conversar con el vendedor:
−Oiga, ¿sabe qué?, ando buscando al Diablo. Primero iré a El Toyo, sector en donde, según cuenta la leyenda, a principios del siglo diecinueve el maligno personaje dejó su huella en un lugar que hoy es conocido como la Pata del Diablo. La hizo cuando salió arrancando de la Madre Superiora, luego de que ésta le arrojara agua bendita al sorprenderlo en una de las habitaciones del convento que había en aquel entonces, seduciendo a una hermosa novicia. El problema es que nunca más se le volvió a ver, así que es poco probable que lo encuentre, pero de todas maneras…
         −Hay varias versiones sobre el origen de la Pata del Diablo −me interrumpió el locatario−. Una de ellas cuenta que un hombre llamado Juan hizo un pacto con el Cachu’o. Una mina de oro y una vasija con un vino interminable fueron las primeras peticiones. La última, antes de entregar su alma en forma definitiva, fue la construcción de un puente en la Noche de San Juan que le sirviera como vía para dejar todas las pertenencias, que tenía cuando era pobre, al otro lado del río. El Cachu’o accedió a este último deseo, pero no pudo terminar el puente, ya que al comenzar a trabajar se encontró con cruces de madera, enterradas la noche anterior por el mismo Juan, en cada lugar que iba siendo excavado, las cuales, como comprenderá, retrasaron la tarea. De esta manera, se vio sorprendido por el alba y no le quedó otra que salir arrancando con un impulso que dejó la marca de un pie. Una huella. Esta historia, tal como la que me contó, dice que tampoco se le volvió a ver por allí.
         −Entonces, tendría que ir a El Melocotón, pues dicen que el Diablo se pasea convertido en un elegante huaso vestido de negro en una carreta tirada por cuatro caballos del mismo color cerca de la medianoche, buscando las almas de quienes hicieron un pacto con él, y ofreciendo sus servicios a los que desean riquezas materiales. Si no lo encuentro en esta localidad, no importa, pues en San Gabriel, cerca de donde confluyen los ríos El Yeso y Maipo está el Puente del Diablo. La historia señala que el Señor Jesucristo… ¡él todo amor, el lindo, precioso!... caminó por la tierra, contemplando el cristalino río Maipo que fluía desde la cordillera hasta el mar por un precioso valle, pero el poder de su corriente no permitía que los humanos la cruzaran, así que no se le ocurrió nada mejor que llamar al Diablo para hacerle una apuesta, la cual consistía en echar una competencia para ver quién terminaba primero, ¡qué buena idea tuvo! El bueno y el malo (y a veces feo), comenzaron a trabajar, pero este último la hizo cortita, pues pescó una gigantesca roca y la chantó en las aguas cordilleranas. ¡Ya había un ganador!... Jesús, en cambio, pacientemente construyó un puente de hierro que más tarde fue conocido como El Puente de Cristo. Los lugareños hasta el día de hoy dicen que el mejor puente es este último, ¡pero qué diablos importa, si al final igual perdió! Ahora bien, si allí no lo encuentro iré hasta El Volcán, ya que me contaron que en este ex pueblo minero también se pasea el Diablo en carreta.
         −Oiga, pero no es necesario ir tan lejos si se quiere encontrar con el Cachu’o. Por el Camino del Cerro que está trescientos metros más arriba de donde nos encontramos, se pasea. Yo todas las noches escucho el crujido de las maderas de la carreta y unos sonidos de cadenas que se arrastran. Además de los enloquecidos ladridos de los perros −me dijo el vendedor con una sucia sonrisa en donde refulgía un brillante diente de oro.
         Contento por la información obtenida no esperé más, así que pagué la cuenta y partí en busca del Maligno. Cuando ya llevaba medio kilómetro recorriendo el Camino del Cerro me encontré con una anciana a quien le pregunté si había visto al demonio. Al escuchar esta palabra se inquietó, con un nudo en la garganta dijo que no y salió corriendo. Yo reí a carcajadas y celebré la reacción de la vieja con un largo trago de vino. Al mezclar el tinto manjar con los trocitos de pan, carne, cebolla, pasa y aceituna que aún se encontraban entre mis dientes, me dieron ganas de comer la otra empanada. Así que introduje la mano en el bolsillo en donde la tenía guardada, pero no estaba. Se me había caído en el camino. Ya la había besado el Diablo como se dice. No quise retroceder para buscarla porque, no cabía duda, alguno de los perros, los mismos que le ladran al Diablo cuando éste se pasea por el sector, ya se la había engullido.
         Continué mi viaje hasta llegar al final del Camino del Cerro en busca de algo extraño, pero no encontré nada que atrajera mi atención. Ante la frustración de mis expectativas le pegué un gran sorbo al botellón y partí a buscar al Demonio a un riachuelo que está ubicado al costado del camino que lleva a Lagunillas y que muy pocos puentealtinos conocemos. Cuando por fin pude llegar a la orilla de las cristalinas aguas me desnudé, y para evitar que mis prendas de vestir se mojaran, dejé cada una de ellas bien dobladitas sobre la más grande de las rocas que ornamentaban el paisaje e inmediatamente empecé a llamarlo:
         −¡Oh, Señor de las Tinieblas! ¡Gran Satanás! ¡Te invoco! −pero nada sucedió.
         −¡Ya, po’, Mandinga! ¡Cola ‘e Flecha! ¡Príncipe de las Tinieblas, ven pa’ ca, poh! ¡Te estoy esperando!... ¡te doy miedo!, ¿cierto?, ¡ven, poh! –le gritaba, mientras le chispeaba los dedos.
         −¡Señor Oscuro, Satán, Demonio, Don Sata, ven pa’ acá!, ¡te meo! ─vociferaba, mientras orinaba en el cauce del río.
         Después de cada trago lo llamé con cada uno de los nombres que a él hacen referencia: Belcebú, Espíritu del Mal, Satanás, Patas de Lija, Tentador, Lucifer, Luzbel, Colu’o, Malulo, Patas Verdes, Diantre, Caballero Negro, Patas de Hilo, Azufrado, Cola de Bayeca, Catete, Racucho, José Arnero… mencioné más nombres que Oreste Plath en su libro Geografía del mito y la leyenda chilenos y que Sonia Montecinos en su Mitos de Chile. Enciclopedia de seres, apariciones y encantos.
         −¡Ven pa’ ca, pa’ ver quién e’ má’ choro poh, cochino culia’o!, ¡¿vo’ creí que te tengo miedo?! −exclamaba, mientras hacía un Pato Yáñez.
         Hubo un momento en que creí ver en la otra ribera a un hombre vestido de negro con características similares a la mías, es decir, alto, delgado y con una delicada y suave tez marfileña, pero lo atribuí a mi imaginación y al alcohol bebido que, dicho sea de paso, en ningún momento me curó o me borró. Sólo me envalentonó.
         Me aburrí de invocarlo, de manera que opté por secarme con los calzoncillos, (no había llevado toalla), y colocarme la ropa. Estaba sequita y yo, impecable:
         −¡Diablo sapo y la conchetumare!, ¡me tení miedo!, ¡chao, culia’o!, ¡te paseo!
         Después de estas palabras, sentí que una extraña fuerza que hasta el día de hoy no he experimentado ni creo, volveré a experimentar jamás, me elevó por los aires durante unos segundos y me empujó al río. Inmediatamente salí del cauce con un acrobático salto en retroceso para ver cuál había sido la causa, pero créanme, nada ni nadie se encontraba a mi alrededor. Solo yo, de nuevo en pelota y toda mi ropa rasgada, siendo arrastrada río abajo.
         −¡¡Oh, Diablo sapo culia’o y la conchetumare me cagaste!!, ¡¡guaaa, ja, ja, ja, ja, ja!! −no pude evitar la carcajada.
         Aprovechando la exuberancia vegetal de mi entorno, corté una hoja de un desconocido árbol para abrigarme. Y así, cual Adán, siendo expulsado del paraíso, me interné por un bosquecillo.
          Lo que ocurrió después no lo puedo relatar con precisión. Lo único que recuerdo es que corrí por largas horas entremedio de oscuros y húmedos árboles, sumergiendo en el fango mis agotadas piernas y siendo rasmillado, rasguñado y arañado por espinosos arbustos, totalmente desorientado. Hubo un momento en que creí perderme para siempre. Nunca sabré dónde estuve. Pero por suerte, cuando recién empezaba a oscurecer, di con el Camino al Volcán. Nunca me acuerdo de Dios, pero aquella vez le di las gracias por ayudarme a reencontrar esta conocida vía.
         Con mis escuálidos cachetes todos arañados, empecé a hacer de’o a todos los automovilistas que bajaban, pero nadie me quiso llevar. Lo único que hacían era tocarme la bocina. Yo, por respeto, no les gritaba que mejor me tocaran la corneta.
          Exhausto, caminé hacia el centro de San José y casi al llegar al paradero de la Metrobús setenta y dos pasé a mendigar un café cargado donde el empanadero.
         ¿Y por qué viene vestido así? −me preguntó con una sarcástica sonrisa y ojos de huevo frito.
−Es que tropecé con una piedra y caí al río −dije tiritando de frío. No quise contarle lo que realmente me había ocurrido para que no se burlara aún más de mí–. ¡Ahhhh… ahhh, chuuu!
−¡Salud!
−¡Gracias!
−Parece que se resfrió, amigo mío. Oiga, ¿y se comió la otra empaná?
         −¡No!, ¡no sabe ná! Se me cayó cuando iba por el Camino del Cerro.
         −¡¡Guajajajajaja!!... amigo mío, fue el Diablo el que se la quitó… ¡¡guaaa, ja, ja, ja, ja!!
         −¡¡Ahhhh… chuuu!!
         −Escuche, ya comenzaron a ladrar los perros.














                                         El guitarrón satánico

          Dedicado a Jorge Céspedes Romero “El Manguera”

Por picarme a choro con el Diablo, contraje una fulminante neumonía que me tumbó en la cama por dos largos y provechosos meses. En uno de los breves momentos de lucidez que permitieron los constantes delirios febriles que me acompañaron durante los primeros días, recordé que había leído que el gran grupo Queen tuvo que cancelar su gira el año setenta y cuatro por la hepatitis que sufrió Brian May, enfermedad que lo llevó a hospitalizarse, y que este virtuoso guitarrista aprovechó para componer la canción Now I´m here (con la Red Special en manos, obviamente). Siguiendo, en parte este ejemplo, yo, ni tonto ni perezoso, con mi guitarrita eléctrica y con la acústica también, me dediqué a sacar los cien mejores solos de la historia del rock, según la revista Guitar World. De esta manera, en una semana ya me sabía de memoria, mirando todo el rato hacia el techo, y cuando no, con los ojos cerrados: Stairway to Heaven, Comfortably Numb, All Along the Watchtower, November Rain, Hotel California, Crazy Train, Layla, Highway Star, Bohemian Rhapsody, Sultan of the Swing, Aqualung, Brighton Rock… y ochenta y ocho otros solos más… los saqué todos en un mes, y a la perfección. “¡Soy un genio!” me dije, y seriamente pensé tocarlos en la locomoción colectiva y dedicar mi vida laboral a ello para dejar por siempre mi trabajo como profesor frustrado. Pero antes tenía que resolver una deuda pendiente con el demonio.
         Debía idear un plan para vencerlo, de tal forma que me instruí con todo lo referente que hay sobre la relación existente entre Satanás y los instrumentos de cuerda. Gracias al celular con plan libre de internet que me obsequió mi mamita, ahondé en la visita que en sueños realizó el Cola de Flecha a Giusseppe Tartini, quien, después de diversas peticiones lo desafió para que tocara una pieza musical, que el maligno personaje ejecutó de manera magistral y que el músico, una vez despierto, trató de imitar, pero jamás igualar, en una composición que tituló bajo el nombre de La Sonata para violín en sol menor, más conocida como “La sonata del Diablo” o “El trino del Diablo”; en el pacto que hizo la madre de Niccolo Paganini cuando éste tenía cinco años para convertirlo en el mejor violinista de la historia, y en la otra versión existente, la cual señala que fue él mismo quien personalmente le hizo esa petición al Señor Oscuro a cambio de su alma. También logré viajar por Google Maps hasta el cruce de la actual autopista sesenta y uno con la cuarenta y nueve en Clarksdale, Missisipi, lugar donde Robert Johnson se juntó con Don Sata para venderle su alma y convertirse en el blusero más grande del mundo.
Y así fui nutriendo mis conocimientos con Don Chosto. Guitarronero de Pirque de Jorge Mercado, documental que aparece en youtube, con La Poesía Tradicional Popular Chilena del Manguera, que es posible encontrar en la Revista Chilena de Literatura disponible en Google, pero que yo compré personalmente a este payador, y que junto con El Diablo guitarrero de Horacio Pacheco y la joyita conocida como Los cantores populares chilenos de Antonio Acevedo Hernández, pedí a mi vieja me los llevara para la posta, pues era la única que me iba a ver y quien llevaba todo lo que pedía. Si me pusiera a relatar todo lo que aprendí, este sería un cuento de nunca acabar, transformándose en una novela infinita, por ende, queridísimo y paciente lector, digo a usted sin nota a pie de página alguna, que a su entera disposición se encuentra gran parte de los textos y videos que estudié en el blog Literatura sobre La Provincia Cordillera de Jota Jota Conus, en donde podrá conocer al Tarifeño, Tarimbeño o Tarisfeño, mi maestro, mi tutor, el loco que venció al diablo; al Mulato Taguada, que dicen se ahorcó con las cuerdas de su guitarra, luego de que Javier de La Rosa, lo venciera, después de preguntarle por saberes que solo la lectura de libros podían responder. De manera que estudié, estudié y estudié, día y noche, noche y día para vencer al demonio. Leí, leí, escribí, escribí, guitarreé, guitarreé, leí, leí y volvía a leer, a escribir y a guitarrear. Cuando ya me sentí listo, concluí que podía vencer al demonio de una manera y grité, despertando a todo el Sótero del Río: “¡El guitarrón satánico será mío! ¡Mío! ¡Y de nadie más!”, así que, abusé de la visita dominical.
         −¿Cómo estás? −preguntó mi viejita linda en aquella ocasión.
         −¡Aburridísimo! ─le respondí con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
         −¿Y qué podemos hacer, mi hijito? −me preguntó, muy acongojada.
         −¡Cómprame un guitarrón chileno! −le ordené enérgicamente.
         −¡No se diga más! −gritó mi vieja, dio media vuelta y se fue.
         Y al día siguiente, a primera hora, ya estaba conmigo este fabuloso instrumento de cuerdas, originario de Pirque. Y por un largo mes me dediqué a ejecutarlo, sacando más de cuarenta toquíos, para complementar las décimas espinelas que me salían como cerillas de los oídos…sí, así de fácil.
Cuando por fin mejoré y pude salir del hospital, fui al tiro a la verdulería por un poco de comida, y al lado de esta por un par de cuetes, luego a la farmacia con la receta del doctor para comprar dos botellones de tinto y enseguida partí hecho un peo a Pirque en la última Metrobús setentaitrés que salía esa noche para encontrar al Diablo y darle su merecido. Pero esa vez no bebí ni una gota de alcohol en el viaje, pues quería encontrármelo lúcido. De manera que en todo momento los botellones estuvieron fondeados en la funda del guitarrón y este siendo lisonjeado a cada instante por mis callosas manos. Cuando la micro llegó al terminal, descendí de ella y empecé a caminar kilómetros y kilómetros por Santa Rita, tierra donde nació el autor del contrapunto del Diablo con Jesús, Liborio Salgado, de quien se dice payó con el mismo Diablo, a plena noche en pleno campo hasta que encontré una piedra partida en dos que sirvió para sentarme a esperarlo. Ya había caminado harto. Caleta. Allí esperé por horas y horas, incluso pude dormir un buen rato. Cuando desperté, no había nada, nadie ni nadien. Pensé que no se presentaría. Ya iba a volver a Puente Alto, creyendo que todo lo ocurrido en el Cajón del Maipo había sido una invención mía solo atribuida al exceso de alcohol y a nada más… pero al girar mi cabeza, pude darme cuenta que ante mí, estaba él.
Yo esperaba a un huaso bonito y elegante para la ocasión, pero, en cambio, se presentó ante mí la formidable figura de un gran macho cabrío con su guitarrón chileno y un par de chuicas. De la nada sacó una silla de madera y se sentó en ella. Tal fue mi admiración cuando descubrí que más encima era zurdo, el inmundo. Así de choro. Ante este atrevimiento, agarré mi instrumento musical, lo comencé a rasguear y sin preámbulos empecé a cantar:
Hola, te estaba esperando,
como sabes más por viejo
vo’ cachái desde muy lejos
en cual parada es la que ando.
De aquí saldrás lloriqueando
por enfrentar a mi mente.
Desgraciado delincuente,
vil, sucio y ruin animal,
tú que siembras tanto mal,
quemando en vida a la gente.

Su réplica no se hizo esperar:

Veo que eres muy poco hombre
y no te va’ a presentar,
pero qué me va a importar
si ya sé cuál es tu nombre.
Yo lo haré, aunque no te asombre:
soy tu Majestad, el Rey.
Cuanto digo y hago es ley,
por eso anda con cuidado,
pues por envalentonado,
esta noche te haré gay.

          Pero yo no me quedaba atrás:

Escucha bien, Satanás,
hoy obtendré honor y gloria,
quedando escrito en la historia
quién de los dos sabe más.
Pues para payar soy un as
y te lo demostraré.
La victoria aseguré,
leyendo y tocando duro,
así que ten por seguro
que pronto al palo te haré.

Ante esto, él respondió inmediatamente:


                                 Veo que buscas la Gloria,
mas hace rato fue mía,
al igual que su gran tía,
                                         la señora Victoria.
Grábatelo en la memoria
hasta que llegue tu muerte
que para tu mala suerte
sigue veloz su camino
y es tu vida su destino
por más que te hagái el fuerte.

         Yo no me quedaba atrás y al observar la desbordada manera que tenía de beber alcohol, le respondí:


Soy payador puentealtino
a la altura de El Manguera,
pues yo le gano a cualquiera
que se cruce en mi camino.
Suelta la chuica de vino
que abusar de él hace daño.
Te lo dice quien por años
ha destrozado a Dionisio.
Cuida que no sea un vicio
ten, mejor fúmate un caño.

Y así fueron pasando horas y horas entre trago y trago, entre chuica y chuica… el cabrón no sé de dónde sacó una tercera y una cuarta. Bebíamos y bebíamos, eso sí, yo con mucho cuidado para no nublar mi mente… y por más que nos echábamos la choriá, ninguno cedía. Hasta que decidimos llegar a las cuartetas redondas. Y, por supuesto, más empinábamos el codo entre una y otra, pues la extensión de ésta, evidentemente es más corta que la décima espinela, lo cual nos permitía tomar más y más tinto:

Si no sabes sería el colmo:
di quién es el creador,
¡quiero el nombre del señor
que hizo Las peras del olmo!
        

         A lo que él, como un rayo respondió:

Tu ingenio no tiene brillo,
no faltaba nada más:
su nombre es Octavio Paz.
Responderte fue sencillo.

         La situación era preocupante, pero yo no me quedaba callado:

Te las das de ultrapulento,
ahora quiero saber
cómo puedo conocer
los astros del firmamento.

         El muy pillo esto cantó:

Con una maniobra bella,
solo acércame tus pasos
que de un gran guitarronazo
verás todas las estrellas.
Ante tales salidas, yo no quise arriesgarme más, pues muy pronto a él le tocaría interrogarme. Nunca he sido amigo de los clichés, pero se dice que “Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo” y no iba a ser que al pasar al ataque con sus complicadas preguntas me pusiera en graves aprietos y me venciera, tal cual lo hizo el culto latifundista Javier de la Rosa con el Mulato Taguada cuando aquel le pidió respuestas obtenidas de libros y que el Invencible no pudo satisfacer debido al escaso conocimiento que manejaba sobre éstos. Y entretejiendo esta información con el documental Don Chosto Ulloa. Guitarronero de Pirque del insigne Jorge Mercado, la recopilación y transcripción titulada El Diablo Guitarrero de Horacio Pacheco, el libro que hizo el poeta popular y payador puentealtino, Jorge Céspedes Romero, (poco y nada en comparación con todo lo que sabía mi contrincante, según la sabiduría popular, claro está) decidí recurrir de inmediato al canto a lo divino para salvarme:

Ordena tu despedida
el hijo del carpintero.
Ya te tirita el guargüero,
pues dejarás esta vida.
Ya la bestia fue abatida
en el nombre de Jesús,
el que es divina luz
y perdona los pecados,
además, nos ha inspirado
la postura de la cruz.
                                              
         Y frente a él, hice la sacrosanta maniobra.

El Diablo al percatarse de que frente a él estaba la mismísima postura de la cruz, de la cual tantas veces había escapado, se levantó de su asiento y dio media vuelta, pero como yo ya había leído que este o se reventaba para volver a aparecer más adelante o bien, apretaba cachete altiro, agarré su silla y con la misma le di en la cabeza, dejándolo aturdido, seminconsciente, en el suelo, así que para llegar a la inconsciencia absoluta con el guitarrón de mi viejita linda  empecé a rematarlo. No satisfecho con esta acción, pues veía que aún respiraba, agarré las chuicas vacías para darle más duro. Ahí la bestia se acordó de su creador y me pidió que por Diosito no siguiera masacrándolo. Pero yo, y mi choreza puentealtina, no tuvo piedad para con él, pues saqué todas las cuerdas de mi guitarrón, las veinticinco, las junté y me instalé sobre el lomo del animal para rodear con ellas su cuello a fin de estrangularlo. Con todas mis energías apreté, apreté y apreté, hasta que la sangre salió a borbotones. Ante esto, comencé a chupetear y lengüetear en toda su extensión la larga herida del cabrón sin aplicar aliño, pues ya iba a tener el tiempo suficiente para preparar el satánico manjar con la sal, la cebolla, el ajo, el cilantro, el merquén y el kilo de limones que había llevado para la ocasión. Y mientras recordaba El encuentramiento de Juan Radrigán, −texto dramático en donde el payador Genaro dice que el Mulato Taguada se ahorcó con las cuerdas de su guitarra, después de ser humillado por Javier de la Rosa− apliqué un último chupón con las penúltimas fuerzas de flaqueza que iban quedando, hasta que por fin la bestia quedó abatida.       
         Después, con las aceradas cuerdas extraje el pelaje del macho cabrío. Una vez que estuvo completamente desnudo, con el mismo brazo del guitarrón que se desprendió cuando le asesté los golpes en su cabeza, lo atravesé por el culo, mientras probaba kilos y kilos de un fortificante ñachi que me dio las energías suficientes para decapitar de una vez por todas al famoso chivato, arrancar sus cuernos y servirme en uno de ellos un Casillero del Diablo y en el otro, un Clos de Pirque. Luego de esto, con los pedazos de madera que quedaron tirados por el campo pircano preparé una grandiosa fogata que alimenté con la leña esparcida por el sector y me dediqué a asar un tremendo trozo de carne.
         Como se pudo apreciar, yo me consagré a la transcripción, análisis e interpretaciones de las leyendas, a tocar guitarra eléctrica, acústica y guitarrón chileno, a la invención de décimas espinelas y cuartetas, mientras estuve enfermo y con esto reafirmo que, gracias al estudio, y solo gracias a él, logré derrotar al mal que imperaba sobre la Tierra. Que me digan que el gran Chosto Ulloa sabía miles y miles de historias bíblicas de memoria y que pasaba examinándolas y descifrándolas. Que me lo digan. Él es más grande que yo. No lo niego. Pero no sabía leer ni escribir. Era analfabeto, en cambio yo, gracias al estudio de las letras, tengo en mi poder el guitarrón satánico. Mi trofeo. Solo mío. De nadie más. Y ante esto, no me quedó otra que celebrar mi gran proeza por medio de la palabra:
Brindaré por mi locura,
pues supo vencer al mal,
me hace un tipo especial
y nace de la lectura.
Al Diablo le dio amargura,
mandándolo al otro mundo.
Reinar deseaba el inmundo,
pero se encontró conmigo
y tuvo un fuerte castigo
en este pircano fundo.
                  
Y aquí estoy, escribiendo en mi celular lo ocurrido (queda cinco por ciento de batería), mientras me como el azufrado asadito. Se me había olvidado que esta bestia despide ese hedor. Solo preparé la mitad. Nada más. La otra me la llevo para la casa, pues mañana quiero hacer un jugoso estofado con pebre cuchareado y pasado mañana una cazuelita para compartir con mi viejita linda… ¡esa es!, así que… ¡salud, mierda! ¡Salud!




















Entre las arenas del tiempo
Un breve viaje histórico-literario por la Plaza de Puente Alto

Al volver de Pirque en la Metrobús ochenta y tres, tuve que pasar frente al que se supone es el principal lugar de Puente Alto, y al observarlo reaccioné con total espanto al contemplar su presente y contrastarlo con mis recuerdos de infancia. Y me dije que algo tenía que hacer al respecto, por amor a todos los puentealtinos de corazón.

 Y es así como decidí crear este capítulo cuyo objetivo consiste en exponer los cambios experimentados por la plaza de armas de la capital de la Provincia Cordillera en base a una primera lectura de Imágenes Evanescentes, cuento creado por Eric Soto Lavín que da cuenta de las alteraciones, mutaciones, violaciones, ultrajes y la trágica muerte que sufrió dicho espacio público para luego convertirse en algo que no resulta ser más que la negación misma de su propia esencia extraviada. Después de realizar esta labor, dedicará algunas palabras a los poemas Con Cuánta Tristeza y De Nuevo de Erasmo Domínguez Santibañez con el fin de señalar las diferencias y semejanzas, principalmente estas últimas, entre las creaciones de ambos escritores para posteriormente concentrarse en un párrafo de la crónica Puente Asalto de Kjesed, el cual hace referencia al lugar que atrae nuestra atención. Todas estas tareas permitirán establecer una interesante aseveración sobre los puntos de vista que comparten los escritores mencionados, y que el privilegiado lector podrá comparar con el discurso manifestado por las autoridades políticas a quienes, más de alguno ha dado su voto, confiando en que las adecuadas gestiones que realizan siempre tengan como horizonte el bien común. En otras palabras, como podrá apreciar, lo que en un primer paso se presentará como un inofensivo e imparcial estudio literario con ingenuas pinceladas de historia, se transformará en un incipiente análisis político que busca ser complementado por el comentario del lector para que entre todos acabemos con este Infierno Puentealtino.
                                                                            
          El punto de partida nos lo entrega la lectura de Imágenes Evanescentes. En este texto encontramos a un narrador protagonista que nos relata y describe su estrecha relación con la plaza. Para ello ejecuta distintos saltos temporales que van desde el presente, donde se manifiesta su voz, hasta el pasado para regresar al presente, y desde un pasado cercano a uno lejano. Por lo tanto, a modo de organización, una de nuestras principales misiones será exponer el orden cronológico de los cambios que se llevaron a cabo en este espacio público.

         Para desembocar en el análisis directo del texto es necesario establecer una semejanza entre el escritor y el narrador protagonista del cuento para afirmar, basándonos en el año en que Eric Soto Lavín creó este relato, que el personaje se sitúa en la plaza de Puente Alto en el 2008. Su primer recuerdo se remonta al último período del gobierno de la Unidad Popular, es decir, al año 1973, al cual denomina el “Tiempo del Caos”, que como muchos sabrán, se caracterizó por una fuerte división política en todo el país, que por un lado tenía a los partidarios de un gobierno que buscaba establecer la revolución marxista por la vía democrática y por el otro, a los conservadores detractores que sólo buscaban mantener el poder económico, político, social, cultural, etc. en manos de una minoritaria elite burguesa. En este contexto situacional la “Plaza” es definida, según las palabras del propio narrador, pero lo correcto sería decir que la describe, ya que nos entrega rasgos específicos y particulares de este lugar, como “provinciana”, opuesta a la modernidad ofrecida por Santiago de Chile, capital de la Región Metropolitana.

         El protagonista menciona breve y muy someramente las violaciones a los derechos humanos perpetrados por el gobierno de la dictadura militar[4]. Pudiera parecer que el temor por haber vivido bajo este terrible régimen le impidiera al escritor explayarse en un tema que jamás se terminará de citar -por más que algunos sectores apelen a la destrucción de la memoria y a la reconciliación nacional como remedios- debido a las profundas heridas que dejó en la historia chilena y que dudo algún día cicatricen. Pero solamente lo es en apariencia, ya que los enormes conocimientos que maneja el autor sobre este tema, sin duda, darían lugar a la creación de innumerables cuentos. En lo personal, me hubiera gustado que Eric Soto Lavín dedicara algunos párrafos para referirse a las atrocidades que se cometieron en la principal plaza de Puente Alto, pero comprendo muy bien que el interés es otro, como usted, atentísimo lector, podrá observar en el transcurso de este trabajo. Por ende, todo lo que tenga que mencionar sobre las acciones del gobierno militar será a través de pocas, pero certeras palabras que darán cuenta de la relación de este lugar con las autoridades políticas y con la ciudadanía:

“Más tarde, luego de testificar numerosas vejaciones hacia la población local, las poco imaginativas autoridades decidieron desentenderse de ella; y las multitudes parecían esquivarla debido, tal vez, a las casi tangibles reminiscencias de un oscuro y autoritario bando que prohibía a la gente reunirse en grupos”.

         Todos sabían que si alguien no cumplía con la orden impuesta, corría el riesgo de sufrir castigos por parte de los agentes del Estado, los cuales consistían en la detención de la persona por unas cuantas horas en las comisarías, la que muchas veces desembocó en la tortura, el ultraje, la violación, el homicidio, la desaparición, etc. sólo por el hecho de pensar distinto. Entonces, no es de extrañar que la angustiada población en este oscuro período de la historia universal no se reuniera en el lugar más importante de nuestra comuna. Por tal motivo, al no conseguirse el principal fin para la cual fue creada, esto es, ser un centro de reunión social, la plaza en esa época adquirió un aspecto opaco, afligido y apesadumbrado.

       Aproximadamente cinco años después, al poco tiempo de que la familia de Eric Soto Lavín emigre desde Conchalí a Puente Alto para establecerse en forma definitiva en esta última comuna, esto es alrededor de 1977, según datos proporcionados por el propio autor a quien escribe, el narrador protagonista recuerda una escena vivida junto a sus padres, en donde los ve disfrutando de unos helados que son descritos, utilizando aquella figura lírica llamada sinestesia[5], como “multicolores en color y sabor”, los cuales la madre, después de cruzar “la calle del Guerrillero”, es decir, Manuel Rodríguez, compra en el “Oasis”, heladería, cafetería, gelatería y pastelería que desde mediados de la década de los cincuenta ofrecía sus productos en donde actualmente se encuentra la galería comercial del mismo nombre[6]. Una vez que ha sido ingerido el delicioso helado de pistacho y frutilla, (sabores que hasta el día de hoy se pueden  disfrutar), le pregunta a su padre por el pingüino. El progenitor cree que se trata de la famosa revista creada en 1956 por Guido Vallejos, El Pingüino[7], cuya popularidad se debió al hecho que sus páginas contenían atractivas fotografías de preciosas mujeres semidesnudas, las que eran acompañadas por las caricaturas de los más destacados dibujantes de aquella época, entre los cuales sobresale Themo Lobos, junto con notas de la farándula nacional. Pero aquel se refiere al ave que solía bañarse en la pileta de la plaza. El papá sabe del plumífero personaje solo por lo que le ha contado Jalisco, su compañero de trabajo, pues nunca ha tenido la oportunidad de verlo. Esto provoca, sin duda alguna, una incertidumbre en el lector en cuanto a la veracidad del animal. Sobre éste he recogido las siguientes informaciones, la mayoría de ellas obtenidas de los comentarios surgidos a partir de la pregunta (sin signos de interrogación) que realiza Samuel Miranda en la página web de la plaza de Puente Alto: “Alguien sabe del pingüino de la plaza de puente alto”[8]:

   Mario E. Moreno Rodríguez nos cuenta cuándo vio al pingüino y dónde tenía su domicilio, pero no sabe de dónde vino ni qué fue de él “(…) yo me acuerdo que por el año 1978 había un Pingüino en la pileta de la Plaza de Puente Alto, en el centro tenía su casa. Verlo era obligación cada vez que pasabas por la plaza. Desconozco el origen y el destino que tuvo […]. Por su parte, Natalia nos dice que nunca ha oído hablar sobre la presencia de tal ave y se manifiesta muy curiosa ante tal hecho “(…) En serio había un pingüino en la plaza!!?? …Yo quiero saber más de eso ajaja que (…) intriga (…)”. Lucía, basada en un diálogo que sostuvo con un colectivero, menciona quién era el dueño del ave y la causa de su trágico destino “Un chofer de colectivo me contó que el pingüino era de un Sr. jubilado y que lo acompañaba a todas partes, hasta que un día iba detrás de su amo a buscar el pago al banco del Estado y un auto lo atropelló y lo peor es que lo atropelló de puro malo. Eso me contó, no sé …”. diego cortes, a partir de una fuente obtenida en internet, cuyo nombre lamentablemente no recuerda, señala que era un par de pingüinos el que vivía en la comuna y que éstos murieron producto de la edad avanzada. Además, nos habla sobre el dueño del animal “un amigo hace un par de años tenía la duda de los pingüinos, existe un blog, donde pueden encontrar información de puente alto y san jose … lamentablemente no lo recuerdo como para apuntarlo…. el tema de los pingüinos por lo q decia el tipo: eran dos, uno se llamaba juanito (el otro no recuerdo el nombre), pertenecian al dueño de una pescaderia que se encontraba en el centro (puente alto) y murierion de viejos…eso.. en caso de encontrar el blog lo apunto….”[9]. Jorge Santander confirma la convivencia de los dos pingüinos, basándose en los mosaicos que se ubican en la plazuela Bernardo O´higgins[10] -más conocida por la mayoría de nosotros como la Plaza de la Matte, en donde actualmente podemos contemplar, no sin cierta sensación de angustia y tristeza, la representación de un par de pingüinos decapitados debido al deplorable estado en que se encuentran las obras- y también en lo que ha escuchado “En la Plaza de la Matte está la historia en Mosaicos… Ahí aparecen los pinguinos… También me contaron que eran del dueño de la pescadería (Estaba en la calle del estadio creo) … Cuando pase por la plaza un Domingo temprano, le voy a preguntar a los viejitos que se sientan a tomar el sol a ver si me ilustran con más detalles…”. LIGIA BECERRA afirma que era uno solo el pingüino y, al igual que Jorge Santander, lo relaciona con una tienda donde venden pescados, y supongo que mariscos también, pero entrega una dirección distinta. Además, aprovecha el espacio que le brinda la página web para recordar algunas características de la Edad de Oro puentealtina “El pingüino pertenecia a una Pescaderia que habia en Concha y Toro por la vereda donde esta el ServiEstado ,y salia caminando todos los dias a bañarse en la pileta de la Plaza , acompañado por los niños que jamás le hicieron daño. Obviamente eran otros tiempos, muy poca gente, casi todos conocidos y se disfrutaba de una gran tranquilidad, lamentablemente eso se perdió con la gran invasión de erradicados de otras comunas que ha cambiado el paisaje.”. Por último, viktor pregunta si “No hay fotos del pinguino por ahi??? […]” pues considera que “[…] seriaa mas kompleta la historia kn imagenes… ;)”. Claro que sí las hay, una de ellas fue publicada en el facebook de Historia Puente Alto[11] y nótese que en los comentarios nuevamente encontramos diferentes informaciones sobre el pingüino.

   En unas de las innumerables tertulias desarrolladas por la Corporación Mutual Melchor Concha y Toro se mencionó un solo pingüino, al cual se le llamó Carlitos, y no Juanito como afirma diego cortes. Llegó desde la costa de la Región del Bío Bío y, tal como lo señala LIGIA BECERRA, era muy querido por los niños. La información obtenida también coincide con la de lucía cuando se menciona su fallecimiento, pues se dice que fue atropellado por un vehículo, eso sí, la corporación es más específica al afirmar que se trató de un medio de transporte público.

 “Carlitos” aquel pingüino llegado de Talcahuano y que pasó a ser uno más de la comuna. Era habitual verlo retozar en la pileta que existía en la hermosa plaza de aquellos tiempos. “Carlitos” logró ganarse la simpatía y el cariño de la gente, especialmente de los niños. Murió aplastado por las ruedas de un pesado vehículo de locomoción pública, culminando así una historia casi increíble, pero veraz, en Puente Alto.”[12]

  Como también se puede apreciar, el texto anterior coincide con lo afirmado por LIGIA BECERRA y Mario E. Moreno Rodríguez, al señalar que era común ver al pingüino en la pileta.
 
         Después de presentar algunas de las informaciones que aparecen en internet sobre este animalito, no pude evitar la tentación de poner en práctica la idea de Jorge Santander. Esta fue conversar con algunos abuelitos que se sientan en la plaza para disfrutar de los rayos solares. Pero antes de hacerlo, primero hablé con mi padre, quien viajó desde la comuna de San Joaquín hasta Puente Alto para cursar quinto y sexto de humanidades en la Escuela Industrial en el año 1972 y 1973, respectivamente. Él me dijo que un ex compañero de escuela en una reunión que sostuvieron en el 2008, le contó que eran dos pingüinos los que tenía el dueño de la pescadería El Muelle, la cual actualmente está ubicada en la calle Santa Elena. Al preguntarle más sobre el ave, me señaló que durante esos años nunca se enteró de su muerte. Lamentablemente, más datos no me pudo proporcionar debido a que su vida laboral y familiar la desarrolló en su lugar de residencia y en Santiago. Tomando en consideración lo anterior, resulta muy extraño que el protagonista de Imágenes Evanescentes no conozca al pingüino, siendo que la primera escena que recuerda pertenece al año 1973. Lo mismo sucede con 1978, que corresponde al año en donde pregunta al padre por la existencia del ave. Pero resulta, como ya se indicó, que tampoco lo ha visto y según el testimonio de Mario E. Moreno Rodríguez, el personaje emplumado aún vivía en el último año citado. Algo no calza.

          Cuando llegué a la plaza de Puente Alto, pregunté sobre los pingüinos a un simpático viejito que se encontraba cerca de uno de los bancos donde se juega ajedrez. Él me dijo que efectivamente fue una pareja la que llegó en una camioneta que traía pescados desde el sur y que pertenecían al dueño de la Pescadería El Muelle cuando ésta se ubicaba en la esquina de las calles 21 de mayo con Santa Elena y que posteriormente se trasladó a Santa Elena, pasando la calle José Luis Coo cuando uno va hacia el norte. Le comenté que a un cuidador de vehículos con quien me encontré antes de llegar a la plaza le pregunté, entre otras cosas, por la historia de las aves, después de introducirlo en el tema, pero al escuchar el plural y el accidente, me dijo que estaba equivocado, que era imposible, ya que al pingüino (insistió en que era uno a cada instante) todos lo respetaban, que cuando se cruzaba por la calle el tránsito paraba, sin ninguna excepción, incluso la patrulla de carabineros, carros de bomberos y/o ambulancias se detenían sin importarles si había alguna emergencia. Si hasta el tren que venía desde Santiago lo hacía cuando al puentealtino -porque ya era considerado uno más de nosotros- más querido de todos se le ocurría atravesar por la línea ferroviaria de El Llano del Maipo. Luego de una estruendosa carcajada, el abuelito me dijo que lo que le acababa de contar era imposible porque los pingüinos, que eran dos, llegaron mucho después de 1962, que fue el año en que el tren dejó de funcionar y el par de aves apareció a comienzos de la  década de los setenta. Sobre la muerte no pudo proporcionarme dato alguno, pero supuso que murieron de viejos, igual como acontecería con él. Agradecí al anciano y me despedí con un beso en una de sus mejillas, a causa del entusiasmo que de mí se apoderaba e inmediatamente llegué al número 345 de la calle Santa Elena[13]. En este lugar saludé a una señora que fileteaba una brillante sierra, me presenté y hablé sobre la investigación que estaba desarrollando, lamentablemente sólo me dijo que “El dueño vendió y se fue”, le pregunté si sabía adónde. Imaginé que a Talcahuano, y pensé que me iba a tener que pegar el medio pique hasta allá mismo, pero con un tono seco me respondió “No sé. El dueño vendió y se fue.”
Acto seguido, miré cómo con su enorme cuchillo extraía las tripas de una corvina, recordé el microcuento Impensada suerte[14] de Eric Soto Lavín, en donde el protagonista señala que el carnicero le corta la mano al cliente, luego de que éste le reclame por la calidad de la carne, y sabiamente opté por no continuar con las molestosas interrogaciones, pues si insistía, mi vida correría grave peligro.

  Con gran decepción decidí caminar hasta mi hogar, pero recordé que está la tienda de calzado y vestuario El Pingüino [15], por lo tanto, di la media vuelta y dirigí mis pasos hacia allá[16]. Apenas llegué al local que está ubicado en la avenida Concha y Toro, vi que era atendido por cuatro mujeres. Decidí hablarle a la cajera, quien era la que más años de edad representaba, y al igual como lo había hecho en la Nueva pescadería El Muelle saludé, di mi nombre y en breves oraciones le expliqué por qué estaba allí, es decir, le conté que estaba realizando un trabajo de investigación en donde hablaba sobre Puente Alto y un poco de su historia. Al escuchar esta última palabra comenzó a mover su canosa cabeza de un lado para otro en señal de negación y me indicó que por muy veterana que ella fuera no tenía tiempo suficiente para dedicármelo. No le entendí, así que con una gran sonrisa insistí al decirle que sólo pretendía saber por qué el lugar adonde trabajaba recibía el nombre de “El Pingüino”. También sonrió y me señaló que se debía a un antiguo apodo. “¿Tiene alguna relación con el pingüino que vivió en Puente Alto?” fue mi pregunta, ante la cual respondió tajantemente “No. Ya me habían preguntado eso. No tiene nada que ver.” Después de esto agradecí y me despedí, no sin antes darle a conocer que en el letrero de la tienda se lee “Pinguino”, ya que le falta la diéresis a la u, o sea, los dos puntitos. Inmediatamente después de esta corrección aceleré mi caminata y salí corriendo para evitar un posible zapatazo en mi nuca, mientras me preguntaba quién me mandaba a preguntar tantas leseras.

          Con dicha información regresé a casa, no sin antes pasar nuevamente por la plaza, en donde pregunté por última vez acerca del pingüino a una abuelita que estaba sentada en una de esas bancas que se encuentran entre los jardincillos enrejados. Ella me precisó que no era uno, sino dos: una pingüina y un pingüino, pero que no recordaba sus nombres. Lo que sí nunca olvidará es que a la hembra la atropellaron y que su macho murió, poco tiempo después, a causa de la profunda tristeza que experimentó al sentirse solo.

         Como apreciará los datos, hechos y opiniones que sobre el pingüino se entregan son incontables. Bástenos observar el Facebook de Historia Puente Alto que cité más arriba para darnos cuenta que se nos habla de un pingüino, otros de dos, que pertenecían al dueño de una pescadería que se encontraba en distintos lugares del centro de la comuna, que su nombre era Panchito, para otros Juanito, otros dicen que se llamaba Carlos o Carlitos, hay quien afirma que se llamaba Carlitos María. Sobre este último, mi estimado amigo Edison Carreño Ulloa afirma que existe una confusión, ya que Carlos María era un homosexual que a causa de sus particulares características se transformó en todo un personaje puentealtino, ¿se fija, querido lector, cómo van surgiendo otras sabrosas informaciones? Incluso en el mismo Facebook leí que al pingüino lo habían matado los militares para el setentaitrés. Por su parte, Martin Cea Arluciaga, hijo de los dueños de la pescadería Vasca y de los pingüinos, trata de imponer la verdad verdadera sobre el personaje en el Facebook de Frases puentealtinas[17]. Nos cuenta que ambos pingüinos se llamaban Pepe. El primero llegó desde el puerto de San Antonio, en un camión que traía pescados y mariscos, hasta la pescadería que funcionaba donde hoy se encuentra el supermercado Monserrat del centro de Puente Alto, que luego se cambió a Balmaceda con 21 de mayo. Lo mató por error un trabajador de la pescadería y un mes después llegó el segundo. Sus dueños fueron Tomás Cea y Concepción Arliciaga.

         Con respecto a toda esta información, debo aclarar a usted que más que llegar a la veracidad de un hecho histórico, me interesa dar cuenta de las innumerables historias que surgen a partir de él, sean éstas verdaderas o falsas, y que originarán innumerables oraciones, frases y/o narraciones ficticias que se compartirán con amigos, familiares, vecinos, conocidos, etc.[18] algunas de las cuales desembocarán en la invención de un texto, llámese poema, obra dramática, novela o un cuento como ya ha ocurrido en algunas oportunidades. O sea, mi trabajo principalmente apunta a entregar información que motive a los escritores de la zona con el fin de difundir y conservar el patrimonio de la Provincia Cordillera a través de diversas creaciones literarias. Y créanme, ya he visto algunos satisfactorios resultados con los cuales pronto se sorprenderá. Por ejemplo, el mismo Eric Soto Lavín presentó una compilación de cuentos para el Fondo del Libro, entre los cuales se encuentra Atisbo hacia el pasado, texto que trata sobre el pingüino. Por ahora, las historias de este personaje llegan hasta acá, pues esta será una aventura de nunca acabar. Por lo tanto, lo más conveniente es dejar el relato en puntos suspensivos, confiando en que éste se transformará en un texto literario que muy pronto compartiremos.
        
         Ahora volvamos directamente a las palabras de Imágenes Evanescentes, justo en aquel punto en donde el protagonista imagina al pingüino en el pasado y habla de la época en donde había tiempo para conversar, tomar un helado y pasear con la familia. Después de esto, recuerda la llegada de la democracia, esto es, en el año 1989. En este período la “Plaza” fue modificada en un par de ocasiones y su aspecto se transformó totalmente. Se instalaron “soberbios parterres” desde donde se podía observar el entorno de la plaza en completa tranquilidad, incluyendo a aquellos innumerables militares pertenecientes al Regimiento de Ingenieros n° 2 de Puente Alto que tanto repudia “Y en muchas ocasiones llegué a pensar, no sin falta de fundamentos y pese a los conscriptos de cabellos e ideas cortas que todavía la infestaban durante los fines de semana que la Plaza era lo único realmente atractivo de nuestra comuna y ciudad.” Fundamentos que, sin duda, se basan en la nefasta experiencia que la mayoría de los ciudadanos ha vivido con un ejército que se comporta como un instrumento más de la alta burguesía, cuyo único fin solo apunta a proteger sus intereses económicos.

               Al comparar las características de aquella plaza con las que se nos ofrece hoy, el panorama es desalentador, ya que resulta imposible contemplar la misma debido a que la monstruosa distribución de sus elementos obstaculiza la observación del entorno inmediato. Las mismas personas que se sientan cerca de uno, dificultan aún más la realización del objetivo. Créanlo. He experimentado esto en muchas oportunidades en las bancas que se encuentran en el costado sur de la plaza. Así es. Entre rejas y árboles he tratado de estudiar la plaza y muchas veces me he topado con las temerosas miradas de muchas personas, sobre todo mujeres, quienes nerviosamente han reacomodado los sostenes sobre sus pechos, “Ya todos saben que muchas guardan el celular en esta ropa interior”, me gustaría susurrarles cariñosamente al oído, pero he preferido no aumentar su miedo y concentrarme en otras tareas, como por ejemplo, obtener más información sobre el Zangandongo, una ghymkhana comunal, que dejaré como tarea para dedicarle la atención que merece en un trabajo que gira en torno a Obsolescencia Súbita, otro cuento de Eric Soto Lavín en donde también aparece mencionada esta extraña palabra.

         En relación a los noventa no hay mucho que referir, en realidad casi nada, ya que, según el protagonista, durante esta década, la “Plaza” se mantiene casi inmutable “Sólo algún arreglo por aquí, un cambio de baldosas por allá, una mano de gato para alguna fecha importante, y nada más” se observa.

         Los últimos recuerdos que el protagonista tiene de su padre aparecen cuando después de cambiar un cheque en el Banco de Chile, que en aquél entonces se ubicaba en la calle Domingo Tocornal, descansan en un asiento que “Juan” dice pertenecerle, pues aparece grabado dicho nombre, sin embargo, el protagonista bien sabe que su progenitor es incapaz de escribir su nombre en los maderos. Juan le dice que en este asiento siempre descansa cuando pasa por la plaza, información con la cual el narrador infiere que esa es la razón por la que llega tarde a la casa. El padre asiente, mientras observa a un artista callejero que se concentra en la creación del popular rostro del guerrillero Ernesto “Che” Guevara. Finalmente deciden volver a su hogar, sin imaginar la brutalidad que se avecina. Este recuerdo, al igual que todos los anteriores, también se destruye en innumerables fragmentos, lo cual provoca que los puntos de referencia desaparezcan fugazmente, a tal punto de que hoy sea imposible indicar con certeza dónde se encontraba el asiento en que el padre de Eric Soto Lavín a menudo descansaba. En efecto, la desintegración total de todos los elementos que conformaban el paisaje de la plaza y que desencadenaban los recuerdos del escritor y con él, el del narrador-protagonista, evidencia la violenta agresión que se efectuó contra la ciudadanía a mano de las autoridades políticas y empresariales que a comienzos de este siglo trajeron consigo el Metro “y con éste vendría aparejada la modernidad. Aquella que todo lo arrasa sin cuestionarse nada ni perdonar a nadie.” Veamos qué ocurrió:

         En cuanto a la flora, “Las añosas encinas […] fueron salvajemente mutiladas y sus muñones —mudos testigos de una realidad ya muchas veces vista en otros lugares de nuestro país—, junto a las plantas y arbustos de menor envergadura, arrancados de cuajo” por aquellas máquinas automóviles llamadas buldócer, las cuales son magistralmente descritas como “insensibles y articuladas bestias amarillas.”. “Además, desaparecieron las dos únicas palmeras.”[19]

         El elemento mitológico también se vio afectado, ya que “Junto con las encinas desaparecen sus respectivas dríades”, o sea, las ninfas de los bosques, cuya vida duraba lo mismo que la del árbol a que se suponía unida. Estas hermosas divinidades[20] “escondidas ante la vista de todos, nos hacían soñar y rememorar tiempos mejores cuando descansábamos a la sombra de tan exuberante follaje”. Entonces, se puede afirmar, junto al narrador, que al desaparecer las dríades con las encinas también se esfumaron los gratos sueños de lo que, con una lectura superficial, podríamos asociar a una Edad de Oro, tópico literario que trata sobre el recuerdo de un tiempo pasado que se considera superior al presente, (utilizando un cliché, si usted me lo permite, se resume en la oración “todo tiempo pasado fue mejor”), pero con el cual es menester no generalizar. En efecto, es irrefutable que las dríades se asocian a sueños y tiempos placenteros, pero no olvidemos que este mismo relato ya nos ha mencionado que el gobierno del régimen militar de ese oscuro período de nuestra historia universal prohibía a la gente juntarse en grupos. Recuérdese, además, que el mismo narrador trata con cierto desdén a los militares. Y en relación a la flora, los mismos árboles de las dríades provocaban malestares a muchas personas, “Las añosas encinas, que muchos todavía recuerdan con cierta desazón debido a la empalagosa resina que a diario precipitaba desde sus hojas en los meses de mayor calor”.

         El paisaje cultural conocido hasta entonces tampoco logró permanecer en su sitial. En el relato se menciona la desaparición del pequeño busto de Manuel Rodríguez, donado por la colonia árabe a la municipalidad en el año 1956, el cual le daba con orgullo su nombre a la Plaza. Sin embargo, a diferencia de los elementos mencionados anteriormente, de este sí sabemos su destino: frente a la municipalidad de Puente Alto, claro que no siempre se encuentra en este lugar, ya que lo sacan para diversas actividades organizadas por las autoridades locales y su reinstalación tarda más de lo debido. Sólo basta darse una vuelta por la municipalidad para percatarse de este hecho. Les apuesto lo que quieran a que no encontraran la escultura del guerrillero nacional.

“Y después le tocó el turno a toda la obra gruesa de la misma, no salvándose ni el más humilde pedrusco puentealtino.”

         La atrocidad cometida a este semillero de memorias y recuerdos por estas maquinarias que el narrador trata como bestias y monstruos ofrece un espectáculo horrible que la inmensa mayoría de los transeúntes no puede presenciar debido a que se oculta la plaza, “unas monstruosas manos mecánicas” la cercaron para que nadie pudiera observar cómo se destruía el lugar en donde tantos recuerdos se crearon. Ya no existía la plaza. “Era el progreso y esta vez había llegado para quedarse.”. Solo se escuchaban los quejidos y los sollozos de la madre tierra deshonrada, y sus gritos provocados por estas máquinas extranjeras que nuestra lengua, debido a su constante uso en labores de construcción y destrucción, ha castellanizado: son los buldóceres: “aquellas insensibles y articuladas bestias amarillas que, casi con inenarrable sadismo, siempre destruyen todo lo que encuentran a su paso”.

         Después de consumado el horripilante hecho se origina la No-Plaza, cuyas características, en un comienzo, fueron las siguientes: “no era más que una extensión cuadrangular de cemento estéril.”, “la única vegetación consistía en una hilera de palmeras que, al parecer, habían sido donadas graciosamente por el Regimiento antes que éste abandonara en forma definitiva nuestra comuna”[21]., “hacia el costado de la Avenida Principal [Concha y Toro] dos grotescas moles de acero pintadas de blanco señalaban dos de las entradas hacia el ferrocarril subterráneo.”, “una caseta sanitaria para que, en caso que sea necesario, algunos pocos y urgidos transeúntes la utilicen de baño. Lo único malo es que no han faltado los desubicados que, una y otra vez, insisten en utilizarla a modo de ascensor para acceder a las instalaciones subterráneas del Metro.” y “algunos focos a nivel del suelo que desaparecieron, tal vez fueron robados.” Teniendo en cuenta la enumeración anterior, el narrador se pregunta a sí mismo, y nosotros como lectores inevitablemente también lo hacemos, “¿Podrá llegar a tanto nuestra tolerancia?”. Nuestras pasivas respuestas han demostrado que sí y, es más, estamos dispuestos a aceptar mucho más, tal como lo demostró el 30 de noviembre del año 2005, fecha de la inauguración de la línea 4[22] y de la bienvenida a la No-Plaza.

         Aquel día la negación misma de la plaza “se llenó de sillas y fue cubierta parcialmente con un gigantesco toldo y, con bombos y platillos, junto a la guarida terminal del culebrón metálico también se entregó esta nueva infraestructura a la comunidad para su completo e íntegro regocijo.” Y es así como “Muchos halagos y comentarios se escucharon acerca de la modernidad de la No Plaza, pero lo cierto es que no había plantas ni sitio alguno donde descansar un breve instante, y el sol daba de pleno en ella a mediados de verano.” Como verá más adelante, por medio de fragmentos que hemos rescatado de la prensa escrita, la atención de las autoridades está concentrada en el Metro y la referencia que se hace a la plaza es solo superficial. Ante esto, considero muy valiosa la labor que hace nuestro escritor al rescatar de la memoria, aunque sea de forma general, algunos comentarios de la ciudadanía presente aquel día y algunas opiniones que se entregaron en un taller literario, al que asistí en un par de ocasiones, por parte de algunos alumnos, cuyos nombres prefiero no divulgar para evitar algunos problemas a Eric. Él sabe a quiénes me refiero.

         Tiempo después, aparece una estatua que está relacionada con el busto donado por la comunidad árabe, pues representa a Manuel Rodríguez. Según muchos estudiosos locales, entre los que destacan Juan Serrano y Edison Carreño Ulloa, el héroe nacional cabalgó por nuestra provincia. El mismo narrador de Imágenes Evanescentes señala que el jinete visitó esta plaza[23]. “un día muy lejano él conoció y visitó en más de alguna ocasión”. El narrador llama a esta estatua “Anomo: un jinete sin rostro”, y apela a la imaginación del lector, sugiriéndonos que, en su última visita, el revolucionario guerrillero “al observar los cambios de la plaza quedó petrificado.” En este punto, permítaseme la libertad de expresar mi particular punto de vista: yo sinceramente creo que la ausencia de ojos, nariz, oídos y boca se debe a que no quiere ver, oír, oler la plaza, y menos emitir comentario alguno sobre ella. Incluso ha quedado desprovisto del sentido del tacto al transformarse en piedra. En otras palabras, no quiere saber nada de este lugar. Para mí, esta figura simboliza a miles de personas que “conocen” este espacio público, muchas de las cuales rápidamente transitan por el centro de la No Plaza en dirección diagonal, sin contemplar el lugar ni por un brevísimo instante. La plaza no existe para ellas, solo se ha transformado en un paseo peatonal que les permite dirigir sus pasos desde la estación del Metro hasta los paraderos del Transantiago, y viceversa, o bien, para acortar camino y apurar los trámites y diligencias que se deben realizar, transformándose de esta manera en un no lugar “un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico”[24] , un espacio de mero tránsito.
         Junto con los modernos asientos se colocaron algunos jóvenes arbolillos sobre aquella casi estéril superficie, los cuales mostraban su verdor a regañadientes, ya que se resistían a crecer en un lugar con todas las características anteriormente señaladas.

         No cabe duda de que correspondía a una plaza (¿?) que no ofrecía casi ningún atractivo, pero tal como dijo el novelista inglés Charles Dickens, autor de Oliver Twist, entre muchas otras grandes obras, tales como David Copperfield, Casa Desolada y Tiempos Difíciles, “El hombre es un animal de costumbres” y las personas no tardaron en acostumbrarse a la No Plaza “E incluso algunos comenzaron a sentirse orgullosos de ella, de su modernidad y de su estilo tan similar a otras del viejo y decadente continente europeo”, tales como la Plaza Mayor de Madrid, la Plaza de San Pedro en el Vaticano, la Gran Plaza Mayor de Bruselas en Bélgica, Trafalgar Square en Londres, etc. Pero lo cierto es que “ya no habría espacio para los gratos recuerdos, pasados ni futuros”, pues cómo esta plaza con “esta nueva remodelación, tan fría e impersonal va a crear recuerdos para el futuro.”. Dígame, querido lector, ¿quién va a recordar este presente, que será pasado en el futuro? Yo creo que nadie.

          Después de transcurrido casi un año, al acercarse la Navidad y el Año Nuevo, se instalaron pequeños maceteros con pinos que dificultaban el tránsito de la gente por la No Plaza, además de un pesebre de tamaño natural “pero todo esto duró menos que un suspiro”, ya que solo se colocaron por motivo de dichas festividades.

         Esto todavía no ha finalizado, la brutalidad está muy lejos de concluir aquí, pues una nueva remodelación se avecinó. Muchos habitantes debido a malas experiencias con las inundaciones que afectan no solo a nuestra comuna, sino a la mayor parte de la Región Metropolitana durante la estación de invierno, y a los continuos problemas con la electricidad, creyeron que se trataba del cambio de los conductos de desagüe o la instalación de un tendido subterráneo por parte de Aguas Andinas o de la Compañía de Teléfonos, respectivamente, pero se equivocaron pues se instaló la que según el narrador es “quizá la rúbrica definitiva, la que se distingue y prevalece ante ojos primerizos o muy poco observadores.”: “Unas altas estructuras metálicas que en un día de lluvia protegerán menos que los paraderos del Transantiago.” Como podemos presenciar, nuevamente nos encontramos con una férrea crítica dirigida a la modernización, que en esta ocasión se presenta con un carácter totalmente desprotector.

  Y no crea que esto termina acá. No. Ya que:

“Además, colocaron numerosos y tradicionales escaños siguiendo los bordes de dicha estructura, para que las palomas, que a diario se instalan sobre las varillas superiores, pudiesen practicar su puntería a insano y perverso placer. Aunque tal ha sido la tónica dentro de muchos ámbitos de nuestra sociedad, la Ley del Gallinero se manifestará a plenitud y a vista y paciencia de todos.”

          Quienes han visto un gallinero saben que éstos poseen palos horizontales para que las gallinas duerman. Debido a la disposición de estas piezas de madera, las gallinas del palo superior eliminan sus heces fecales junto con la orina sobre las que se encuentran en palo inferior y éstas sobre las que se encuentran más abajo y así sucesivamente. Este hecho corresponde a una alegoría de nuestra sociedad, en donde la persona que está arriba daña a la que se encuentra más abajo. He ahí la famosa “Ley del Gallinero” y que según las palabras de Imágenes Evanescentes se practica en la mayor parte de la sociedad. O sea, de la cita anterior se puede inferir que, disculpando la soez expresión, literal, metafórica y alegóricamente estamos entero caga’os[25], ya que nos encontramos en el último palo del gallinero como lo han demostrado todos los antecedentes que hasta aquí se han expuesto y como lo reafirmarán los párrafos que vienen a continuación.

         Como se señaló al iniciar este análisis, el protagonista habla en el 2008, por lo tanto, considera los cambios ocurridos hasta dicho año. Entonces, resulta necesario indicar que la forma de dichas estructuras metálicas, después se repitieron en el costado norte y oeste de la plaza, es decir, hacia las calles José Luis Coo y Concha y Toro, respectivamente, ¡Qué idea más genial! (Pero no nos detengamos con este tipo de comentarios.) Los cambios continuaron, “Las escaleras que invitaban hacia el centro de la Plaza”, (¿La “Plaza”?, ¿Por qué aparece la “Plaza”?, ¿No que era la “No-Plaza”?, Claro que sí, pero el narrador la denomina de la primera forma solo por costumbre, ya que queda el recuerdo. Pero para muchos, dentro de los cuales me incluyo, está claro que se trata de la No Plaza), fueron reemplazadas por rampas de adoquines para que por ellas circule la tercera edad y los minusválidos sin mayor dificultad, pero lo más tragicómico es que afectan a los jubilados, quienes a trastabillones y corriendo, deben descender a causa del desnivel. De esto se deduce que todo lo que se realiza en este lugar está malo. Así lo confirmará, poco después, la instalación de los modernos asientos y los jardincillos enrejados en el sector sur de la plaza, cuya distribución además de obstaculizar la observación del entorno con solaz y placer, desorientan a los transeúntes hasta llevarlos a una situación angustiante que el mismo narrador ha experimentado y ha comparado con la que ha sentido el Minotauro[26] atrapado en su laberinto. Y, es más, cree que en este rincón puentealtino algunas personas hayan desaparecido para siempre.

         Se podrían seguir entregando muchos más detalles como los mencionados más arriba, pero lamentablemente esto no se realiza debido a que el narrador protagonista intenta alejarse de todos aquellos sujetos en clara actitud sospechosa que, de repente y en todo momento, ahora merodean sobre la Plaza en busca de alguna ocasional víctima para desplumar.”, en clara alusión a todos los cogoteros que pululan en el sector y que la literatura ya ha manifestado en otras creaciones, tales como Por no saber, poema escrito por Erasmo Domínguez Santibáñez, en donde asaltantes y ladrones son elementos que no solo ornamentan la plaza, sino a toda la comuna: “Si hoy hasta los patos malos adornan este lugar”.

         Al finalizar el cuento se afirma que siempre ocurrirán modificaciones y que no siempre serán para mejor, pues si en las próximas elecciones gana ese cambio tan difundido por la derecha chilena, (cómo olvidar el famoso “¡Viva el cambio!”[27]), qué pasará con la plaza. Por lo que hemos visto, algo siempre peor. Ante esto, la misma pregunta nos sigue invadiendo a cada instante, y nuevamente se hace explícita “¿Podrá llegar a tanto nuestra tolerancia?” Hasta el momento hemos demostrado que sí, de ahí que seamos tratados como tercermundistas, como personas que vivimos en un territorio con un escuálido desarrollo económico, político, social y cultural y que después de nuestra muerte merezcamos ser comidos por los gusanos que habitan este espacio degradado sin dejar rastro de nuestro paso por la tierra.

         Una vez que hemos terminado de alimentarnos con el texto de Eric Soto Lavín por medio de estos análisis, conviene dirigir algunas palabras a dos creaciones de un poeta popular que muchos puentealtinos conocen para establecer algunas semejanzas y diferencias entre los puntos de vista de sus hablantes líricos y el narrador de Imágenes Evanescentes.

         Al comenzar la lectura de los primeros versos del poema Con Cuánta Tristeza de Erasmo Santibáñez Domínguez, lo que inmediatamente salta a la vista es la concentración en la temporalidad, Con cuanta tristeza evoco yo el tiempo/ En que en estos campos era feliz, / Yo y mi esposa unidos aquí por el tiempo / Que nos tocó vivir.” Por lo tanto, es de suma importancia concentrarnos en el “tiempo”, valga la redundancia, que ya sucedió, vale decir, el pasado, y el presente en el cual se sitúa esta voz ficticia, pues en ambos se dan a conocer distintos estados de ánimo, según lo que nos expresa el hablante lírico. Efectivamente, cuando se menciona el pasado se manifiesta un bienestar y una felicidad asociados al amor correspondido, a la naturaleza y a ese medio de transporte tan querido por nuestros antepasados, me refiero al ferrocarril Llanos del Maipo:  “Todo muy bonito yo iba viendo / Si hasta el Raco viento me hacía feliz / Era santiaguino, pero qué contento / Me hacía el trencito trayéndome aquí.” Mismos sentimientos que, como ya se mencionó, comparte con la amada “Junto a mi señora venía contento / Si a ella le gustaba venir siempre aquí / Yo era dichoso cumpliéndole a ella / Si ella era mi estrella aquí en mi vivir.” En cambio, cuando nos concentramos en la referencia al presente encontramos pesadumbre y malestar debido a que los elementos de esa plaza tan apreciada desaparecieron producto de la modernización. En este punto, es interesante evidenciar la antítesis que establece el poeta con el recuerdo y el olvido, porque si bien es cierto que escribe sobre la pérdida de sus gratas memorias, también lo es el hecho que estos mismos versos cumplen la función de perpetuar en el tiempo los sentimientos del escritor. “Siempre la recuerdo por este lamento / Que yo voy sintiendo porque la perdí / Y solo el recuerdo yo iba teniendo / Aquí en esta plaza y hoy ya lo perdí.”

         Nótese que al igual que en Imágenes Evanescentes se culpa al progreso, asociado a la modernización, por la destrucción de la plaza, pero mientras que para el narrador de aquel texto “la modernidad avanza sin cuestionamientos”, es decir, sin pensar, sin reflexionar y sin criticar, para el hablante lírico de Con Cuánta Tristeza esta modernidad no posee sensibilidad: “El progreso avanza ya sin sentimientos.”

         Sin duda alguna, usted jamás olvidará las horribles transformaciones que sufrió la plaza. No quedó absolutamente nada de lo que existió antes de que se iniciaran las labores de construcción de la línea 4 del Metro en dicho lugar. Así también nos lo confirman los versos del poema. “¡Ay cuánto yo siento venir hoy aquí! / En donde ya nada queda del recuerdo / Que hace cuarenta años aquí yo viví.”

         Pero pese a todo, es muy importante señalar que en la retina aún están presentes las características de la antigua plaza. Efectivamente, en la última estrofa presenciamos cómo el pasado y el presente se fusionan “¡Ay! mi plaza hermosa,” para preguntar por aquel árbol, en cuyo tronco mi querido amigo, según él mismo me confesó, grabó la forma clásica de un corazón para escribir en su interior “Erasmo y Catalina”. Como puede percatarse, murió la plaza, murió su amor, murió el árbol y paulatinamente están falleciendo sus recuerdos, elementos esenciales de su vida que se esfuerza por mantener vivos en este poema. Ahora bien, si usted quiere ir más allá y saber las causas del fallecimiento de su amada esposa es menester leer el poema De nuevo, el cual cito sin mutilación alguna en honor a la musa inspiradora:

"Aquí nuevamente me encuentro,
Escribiendo a esta hermosa plaza que para mí murió,
 Tal vez si renazca con todo su orgullo,
Mas lo que aquí hubo recuerdos ya son.
La verdad, Puente Alto ha cambiado mucho.
Ya no está el orgullo de esta región,
Que era el trencito que paseó a los suyos
Desde Plaza Italia a este sector.
Ya pronto aquí el Metro será realidad,
Con el adelanto que es esplendor
Y nuestra comarca que era huasteca
ya vive el embrujo, la modernización.
En dónde quedaron pregunto angustioso,
Y nadie me dice lo que aquí pasó,
Con la hermosa plaza que era nuestro orgullo
Y tantos recuerdos de amor escondió.
Para el que esto escribe
Es muy doloroso recordar la historia que aquí se escribió,
En donde mi esposa gritó con pena mi esposo querido perdona el dolor.
Aquí me despido de ti como siempre
Diciendo que te amo con todo mi amor,
Mas se va mi vida pues tengo Leucemia,
Justo un mes me queda de estar junto a ti
Por eso yo clamo en forma angustiosa
Porque pasan cosas de tanto dolor,
El progreso avanza, llevando las rosas
Y esos mensajes tan llenos de amor.”

  Recordemos que la idea de la muerte de la plaza también está en Imágenes Evanescentes cuando se presenta un territorio denominado la “No-Plaza”, es decir, la negación misma de la plaza. Se nos podrá refutar que más adelante, el narrador la llama nuevamente “Plaza”, pero esto solo obedece a la costumbre. Por nada más. (Recordemos la célebre frase de Charles Dickens).

         La relación víctima-victimario entre la plaza y el Metro, respectivamente, también la encontramos en Puente Asalto, de Kjesed.  Nótese que en esta crónica también aparece la estrecha relación de dicho espacio público con un personaje que ya forma parte de nuestra historia local:

 Su plaza era preciosa, llena de árboles donde los abuelos se dormían a la hora de la siesta dándole comida a las palomas... Y dicen que vivía un pingüino, mi abuela lo vió [sic.], que vivía feliz en la pileta que estaba frente a la "callampa" de la plaza, hasta que un dia [sic.] se murió, igual como murió la plaza cuando llegó el metro.”

         En base a toda la información expuesta a ustedes hasta el momento, podríamos aseverar irrefutablemente que la visión que comparten los creadores literarios que acabamos de analizar es compartida por todos y cada uno de quienes conocimos la plaza antes que se realizaran las obras de construcción de la línea 4, sin excepción alguna. Sin embargo, estas ideas contrastan rotundamente con las ofrecidas por el discurso institucional. Obsérvese, por ejemplo, cómo nos da la “Bienvenida” la Editorial de la Plaza de Puente Alto.

“Más allá de lo que diga la prensa, de lo que nos cuenten, de lo que nos dijeron y de lo que supimos porque otro nos contó que así fue. Puente Alto tiene, como muy pocas ciudades en Chile, identidad. Tiene magia, mística y lugares maravillosos. Valores, fuerza, historia, una plaza de verdad que aun [sic.] vive en la memoria de su gente con árboles centenarios, niños jugando, uno que otro perro vago, un curadito durmiendo “la mona” y ancianos disfrutando del paisaje a la sombra una tarde después de almuerzo. Y si bien hoy la plaza no es la misma, su identidad ha sabido mantenerse intacta, autosalvarse del ingrato modernismo (…)”[28]

         Después de leer la cita anterior, me sigo preguntando una vez más, al igual que el narrador de Imágenes Evanescentes “¿Podrá llegar a tanto nuestra tolerancia?” a la cual sumo, ¿creen que somos tontos?, ¿se están burlando de nosotros?

          Se habla de que la identidad de la plaza ha permanecido inmutable, cuando con una primera y superficial mirada se comprueba que esto está lejos de ser así, de lo contrario aún veríamos a los niños dando vueltas de carnero sobre los panterres, a los deliciosos algodones de azúcar coloreando aún más el bello paraje, mientras padres e hijos juegan a las escondidas o al pillarse… “¿autosalvarse del ingrato modernismo?”, ¡¡¿Quééé?!! No, por favor, no me vengan con cuentos. No les compro y cómo voy a hacerlo con una página que utiliza la palabra modernismo como sinónimo de modernidad o modernización, ¡craso error!

          El término modernismo posee distintas acepciones, ambas se refieren a movimientos surgidos a fines del siglo XIX. Existe un modernismo religioso, un modernismo arquitectónico y otro literario. El objetivo de este último, a grandes rasgos, es conseguir la belleza como medio para escapar de la realidad común y corriente e ir en contra de todo lo que represente la sociedad burguesa reinante. Me encantaría seguir refiriéndome a esta corriente con la profundidad que se merece, sobre todo considerando que dentro de sus principales exponentes se encuentra Rubén Darío (fundador del movimiento), uno de mis poetas favoritos, pero esta labor generaría una digresión que nos apartaría del tema que nos convoca. Lo único que me queda por señalar es que la palabra adecuada es modernización, pues la cita se refiere al proceso de industrialización y tecnificación que ha influido en los modos de vida del ser humano.

         Después de realizada esta lacónica aclaración me siento en uno de los bancos de la hermosa plaza de Puente Alto, esperando a Eric Soto Lavín para presentarle mi trabajo. Observo a las personas, cada una de las cuales me devuelve una temerosa mirada. Puedo leer su miedo. Creen que las quiero cogotear. Pero insisto en mi acción, pues me digo que si quiero convertirme en un escritor profesional como quien pronto llegará hasta mí, debo despertar todos mis sentidos. Por tal motivo, sumo la audición a mi trabajo y escucho la conversación entre dos señoras y un guardia, quien se acerca aún más a una de ellas y le aconseja que guarde su celular porque hace pocos minutos un tipo que iba con una caja de helados bajo el brazo le robó uno de estos mismos aparatos a una lola que se encontraba sentada en uno de los asientos vecinos. La señora le hace caso y lo guarda en su cartera, como si al esconderlo en su interior el peligro desapareciera en forma definitiva. Luego comenta que le extraña que los delincuentes actúen a plena luz del día ante los guardias que se pasean por el lugar y los carabineros que siempre están presentes en el costado oeste de la plaza, en la calle Concha y Toro. El joven guardia no tarda en soltar su lengua y aprovecha de decirle que no creería las cosas que ocurren en su lugar de trabajo. Menciona que en la noche las prostitutas ocupan las bancas para ofrecer sus servicios sexuales y que muy temprano en la mañana, antes de que las personas comiencen a utilizar el Metro, las señoras del aseo tienen que recoger decenas de condones, “¡Qué asco!” Grita con espanto la misma señora. El guardia se despide, después de un sincero “¡Cuídense!”, momento en el cual llega nuestro gran escritor, a quien no tardo en contarle lo que acabo de escuchar. Como siempre recibe mi información pacientemente y le digo que seré yo quien escriba un relato sobre el ejercicio de la prostitución en el laberinto del minotauro.

         Conversamos con Eric sobre la historia y la literatura de la Provincia Cordillera por un par de horas, sobre todo de Imágenes Evanescentes. Después de despedirnos me dirigí a mi casa a escribir el trabajo que en estos momentos presento a usted. Finalmente, me dije que debido al cansancio que ya se apoderaba de mí, a primera hora del día siguiente escribiría el texto que me había propuesto. Pero antes de acostarme para dormir, recibí a través del chat de Facebook, Plaza Roja, un cuento de mi estimado amigo, que se concentra en el funcionamiento de la No Plaza cuando el mercado sexual que en ella se ejerce.

         Como puede apreciar, queridísimo lector, la literatura ha servido para sacar a la luz muchos hechos que desconocíamos sobre la Plaza de Puente Alto, principalmente las pequeñas y grandes transformaciones que ha sufrido, pasando de ser un hermoso espacio que reunía a la familia, amantes y niños a un prostíbulo instalado a plena luz de la noche. También la literatura ha servido para dar a conocer cómo esta brutal conversión ha afectado los pensamientos y sentimientos de quienes la conocieron. Tal vez actúe como un conservador, pero sigo preguntándome “¿Podrá llegar a tanto nuestra tolerancia?”, ¿y qué hay de nuestras autoridades?, ¿está en ellas cambiar el estado actual de las cosas? Al parecer, solo digo que “al parecer,” no. Por eso, estoy convencido de que somos los ciudadanos a quienes nos ha llegado el momento de transformar la realidad, ¡en la ciudadanía está la esperanza! Esa misma que jamás ha sido considerada en las decisiones de las autoridades políticas que trabajan codo a codo con los empresarios. Entendámoslo de una vez por todas y para siempre, a ellos sólo les interesa el voto para seguir prolongando el período de su mandato. Ellos sólo quieren más poder.
        
         Efectivamente, bástenos recordar el 30 de noviembre del año 2005, fecha en que se inauguró en la explanada de la plaza la línea 4 del Metro. El espectáculo ofrecido aquel día estuvo a cargo del presidente de la República, Ricardo Lagos, del ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, del Ministro de Obras Públicas, Jaime Estévez, del alcalde Manuel José Ossandón, del Presidente del directorio de Metro, Fernando Bustamante,  del director del metro de París, Alain Caire, y de Philippe Citroën, el director manager de Systra Group, empresa francesa que por décadas ha trabajado con el Metro de Santiago, entre otras muchas otras autoridades políticas y empresariales, cada una de los cuales fue fervientemente ovacionada por casi tres mil personas.

         Los discursos emitidos por integrantes de ambos bandos políticos, tanto de la Concertación como de la Alianza, tenían como eje central hacer hincapié en el compromiso que se cumplía ese histórico día. Veamos qué dijeron algunos de estos personajes:


Manuel José Ossandón:

“Quiero darle las gracias al gobierno, al señor presidente. A todos, por haber cumplido. La verdad es que hace tres años y medio estuvimos acá e hicimos un compromiso que sellamos entre todos, de hacer un trabajo, de apoyarnos. Hemos hecho un trabajo, que cuando lo miramos como empresa, como gobierno, como municipio lo pensamos para mejorar la calidad de vida de nuestra gente. Hoy, todos ganan”[29]

Fernando Bustamante:

“Hoy estamos cumpliendo el compromiso que asumimos en mayo de 2001, cuando el presidente de la República asumió que la nueva línea de Metro sería ésta. Pues bien, cumplimos.”[30]



Jaime Estévez:

“Hoy es un día de fiesta para esta provincia y para todo Santiago. Al inicio del mandato del presidente Lagos, él prometió, en esta plaza, este metro… y su gobierno cumple”[31]

  ¿De qué plaza está hablando Jaime Estévez?

Ricardo Lagos:

“Esta línea 4 fue un proyecto íntimamente anhelado por el pueblo puentealtino. Yo cumplí mi promesa. Cuando fui candidato dije que en mi período iba a llegar al [sic.] Metro a Puente. Hoy, el Metro llegó a Puente Alto.”[32]

  Las anteriores frases no resisten mayor análisis. Quienes las emiten se sepultan bajo su propio peso. Así es. Con una primera lectura superficial queda al desnudo que la intención de las frases emitidas por Ossandón, Bustamante, Estévez y Lagos apunta a (auto)presentarse como verdaderos e intachables hombres de palabra, al igual que el resto de las autoridades políticas y empresariales con quienes trabajaron[33], pues cumplen lo que prometen y esto la ciudadanía lo acepta, lo agradece y lo celebra sin crítica alguna, ya que como lo señala el ministro de Obras Públicas , cuya cabeza, se observará, está llena de números, cifras, operaciones matemáticas, razones y proporciones, “Para la gente de Puente Alto la diferencia será un cambio absoluto. Un estudiante, un trabajador, demoraba ida y vuelta tres horas diarias hasta el centro de Santiago. Hoy lo hará en 70 minutos. Lo que significa un ahorro de 40 horas al mes. De 20 días al año. Eso es calidad de vida”[34]. Misma calidad de vida que hoy se aprecia en el horario punta con una masa de enloquecidas personas que busca su lugar a empellones sin importar niños, ancianos, embarazadas ni personas en situación de discapacidad.

          ¿Y qué pasa con la plaza de Puente Alto?, ¿qué sucede con aquel hermoso lugar que cobijó gratos recuerdos, donde jugué a la pelota, a las escondidas, al pillarse, y/o a la pinta con mis queridos hermanos?, ¿qué pasó con ese espacio en donde decenas de sonrisueñas familias disfrutaban de helados, algodones de azúcares y cabritas?, ¿qué pasó con ese lugar donde era posible acostarse en el refrescante pastito para dormir una plácida siesta? Me pregunto, ¿qué pasa con la plaza en el discurso de los políticos?, ¿existe una referencia a ella? Obsérvese que apenas se la menciona, y cuando se lo hace es para mostrarla como el escenario en dónde se prometió y se cumplió. Sólo eso. Nada más. De lo anterior, se desprende que la ciudadanía por nada del mundo debe olvidar este hecho… ¡por nada! Sobre todo, cuando en tan solo ocho días más (11/12/05) tenga que elegir a diputados, senadores y al presidente de la República. En otras palabras, y sin ir más lejos, esta inauguración fue planificada para asegurar los votos de una ciudadanía plenamente satisfecha debido a que ya no tendría que realizar largos y tediosos viajes a sus fuentes de trabajo, principalmente.

         Sabemos muy bien cómo el poder político controla los medios de comunicación para su propia conveniencia, y la prensa local, a un día de que se desarrollen las elecciones, refuerza esta idea al hacer un llamado a todos los ciudadanos lectores del periódico para que elijan a quienes mejor los represente en la toma de decisiones políticas:

“Mañana domingo viviremos una vez más la fiesta democrática que nos caracteriza como país libre y civilizado, por medio de la cual se nos brinda la oportunidad de elegir aquellos representantes en los que confiamos guiarán de la mejor forma los destinos de nuestra nación […]
Llegó la hora de que la conciencia de cada uno aporte de manera más objetiva y soberana a elegir a quienes creemos lo podrán hacer mejor”[35]

  ¿Y qué se dice en el Puente Alto al día sobre la plaza? Sólo se señala que representa el costo y el precio que hay que pagar si queremos progresar.

“Sin dudas que la Plaza de Armas de nuestra ciudad quedó muy parecida a la de Santiago, me refiero a lo árido y al poco verde del que estábamos acostumbrados a gozar; ahora con más lugares de desplazamiento para peatones, sin una “concha” y sin alguna pileta de agua para refrescar la visual. Todo a cambio de la modernidad, del anhelado metro que todos los puentealtinos queríamos tener. Una cosa por la otra, todo tiene su costo.”[36]

         Ahora bien, yo me pregunto, ¿qué sucede cuando no se considera al ciudadano en la toma de decisiones? Los problemas surgen inmediata e inevitablemente y se manifiestan desde el primer día. Un ejemplo lo constituyó el caso de los colectiveros que trabajaban transportando pasajeros hacia y desde La Florida y Santiago, quienes vieron afectados sus sueldos con el funcionamiento del Metro.

         Por supuesto que todo lo anterior sucede cuando no se toma en consideración a diversas organizaciones sociales, llámese junta de vecinos, sindicatos, clubes deportivos, etc. en las decisiones políticas. En este caso el municipio no pensó antes en dar una solución a un problema que se avecinaba evidente. Y si bien es cierto que el alcalde ofreció su ayuda[37], esta dificultad debió haber estado resuelta antes del 30 de noviembre del 2005, pero no ocurrió así, y ello simplemente porque no se escuchó como debía en el momento oportuno a los choferes y dueños de los colectivos, así como tampoco se consideró a ningún sector de la ciudadanía en la remodelación de la plaza de armas de la capital de la Provincia Cordillera.

         Pero detengámonos un momento, pues también debemos comprender a quienes no están de nuestra parte y empatizar con sus refutaciones. Es obvio que en este tema muchos estarán en desacuerdo con los puntos de vista que se han expresado en el presente trabajo, como, por ejemplo, Teresa, que manifestó su entusiasmo con las siguientes palabras:

“(…) contamos con un Nuevo transporte, amable, cómodo y amigable con el medio ambiente (…)
Me siento orgullosa de ser puentealtina, y de ver cómo mi gente busca ser feliz como es el lema de La Pintana”[38] (“La Pintana, el lugar donde la gente busca la oportunidad de ser feliz”).

         O como mi amigo Oscar, quien me asegura que la actual distribución de las bancas le permite conversar con la gente sin obstáculo alguno. Es más, para él resultó favorable este cambio, ya que trabaja como encuestador y el laberinto, le permite dirigirse a las personas con mayor facilidad.

Así mismo, la Municipalidad de Puente Alto señala que la esencia de este espacio público se ha mantenido intacta:

“La plaza principal, Manuel Rodríguez, constituye el espacio de encuentro entre sus habitantes, los antiguos y los “nuevos” puentealtinos. La remodelación realizada producto de la construcción del metro que consideró una gran explanada, y que se ha ido transformando con la plantación de nuevos árboles, con el aumento en el número de escaños, con la instalación de una pérgola de fierro y la inauguración de un nuevo odeón que revivirá los antiguos tiempos de las retretas domingueras y la presentación de grupos-artísticos-culturales, no ha mermado para nada su importancia histórica. Actualmente esa idea se ha visto reforzada al constituirse como estación terminal del metro, adonde confluyen todas las personas, los taxis colectivos y otros medios de locomoción, además de estar rodeada de un potente y moderno centro comercial y financiero donde se siguen realizando todo tipo de actividades recreativas”

         Y usted, atentísimo lector, ¿qué opina al respecto? Ya leyó a algunos escritores, investigadores, políticos, etc. Ahora es usted quien tiene toda la palabra. Con ansias espero vuestro comentario.

         Yo por el momento dejo hasta acá mi trabajo (muy pronto lo retomaré), llamando a todos a no creer más en la misma clase política y empresarial de nuestro país, o acaso usted, por ejemplo, le cree todo al señor Ricardo Lagos cuando nos dice que “el Metro va a ser un elemento central del transporte de los santiaguinos, con su eficiencia, con su rapidez, con su seguridad y con el respeto medioambiental.”[39]… ¡¿respeto medioambiental?!... por favor, basta de burlas, ¡aburrámonos de ellas de una vez por todas!

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Este trabajo lo retomé tres años después. Lo leí de un tirón y lo encontré interesante. Lo reelaboraría, le pondría poesía, lo invadiría con las más diversas figuras líricas, profundizaría decenas de párrafos… algunas cosas han cambiado, por ejemplo, ahora los pacos están terrible funaos por todos lados. Hasta en la tele… pero me tendría pegado unos tres años más y ya es hora de darlo a la luz…

En estos momentos me encuentro en la plaza de Puente Alto. Es cierto que su aspecto es totalmente frío y seco. Pero en esencia la plaza es un lugar que sirve para la reunión social, para el contacto cara a cara. Para eso se ha hecho este lugar. La Plaza con las banquitas, los arbolitos y los pajaritos cantando es un invento de hace poco. O sea, nuestra plaza nos invita a acercarnos a ella para que nos organicemos como ciudadanía y juntos combatamos lo que no nos gusta de nuestra comuna, todo aquello que se menciona en el Infierno puentealtino… yo cacho que con este trabajo me tiro pa’ concejal por lo menos. Tienen que puro votar por mí… bromas aparte. No pueden votar por un tipo que ayer por la mañana se desayunó un par de refrescantes micheladas en el Cerrito Arriba, que hasta hace un par de horas atrás se estaba pegando unos furibundos antenazos frente a la animita de Hans Pozo y que ahora se encuentra tomando una granada de mano al seco para, una vez acabada la última gota, arrojarla a la Veinte Comisaría de Puente Alto. No pueden. Menos, por el autor de una obra dispersa, fragmentaria, contradictoria hasta el delirio, apartada de su objetivo esencial… pero qué otra cosa puede concebir la mente de una persona prisionera de su individualismo, egocéntrica, ahogada en el vicio más letal de todos… ya para, para, para.

Pido disculpas por la tardanza en la entrega de este trabajo. Hoy es 18 de octubre de 2019, es decir, he tardado casi una década en producirlo, fruto de ese alcoholismo que me ha enajenado de la realidad social por extensos períodos, cayendo como lo ha querido la elite burguesa en la absoluta alienación… ¡ya no más, loco!

 Hoy Chile ha despertado. Hoy caerá el tenue velo que cubre a Puente Alto y el infierno se descubrirá en todo su maldito esplendor, el infierno del neoliberalismo exacerbado que nos quiso condenar a sufrir por toda la eternidad, quemando en sus desaforadas llamas a todas nuestras generaciones. Hoy, los condenados se levantarán y dejarán la pura cagá… este trabajo queda hasta acá por el momento. Todo ha servido como un precalentamiento, un entrenamiento para lo que se viene. Solo ha sido eso. Ahora es tiempo de guardar la pluma, los papeles, dejar de tomar copete e irse directamente a camotear a los pacos.

Continuará…











                                      Bibliografía
−Acevedo Hernández, Antonio. (1933). Los cantores populares chilenos. Editorial Nascimento. Santiago.
−Augé, Marc. (2009). Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología de la sobremodernidad.  Editorial Gedisa. España.
−Cuevas, José Ángel. (2012). Poesía del American Bar.  Hebra Editorial.  Chile
−De Ramón, Armando (2007). Historia de Santiago. Historia de una sociedad urbana. (1541-1991). Editorial Catalonia, Chile.
−Domínguez Santibáñez, Erasmo. De nuevo.
−Domínguez Santibáñez, Erasmo. Con cuánta tristeza.
 −Engels, Federico y Marx, Carlos. (1970). La ideología alemana. Ediciones Grijalbo. España.
−Martínez, Ó. “Índice onomástico” En Odisea. Homero. (2006). España. Editorial Gredos.
−Marx, Carlos. El 18 Brumario de Luis Bonaparte. (2003).  Fundación Federico Engels. Madrid.
−Montaldo, Caupolicán (1942). Itinerario Maipino. Crónica de la Villa de Puente Alto y del Cajón del Maipo. Carabineros de Chile, Santiago.
−Montecino, Sonia. Mitos de Chile. Enciclopedia de seres, apariciones y encantos. (2017). Santiago de Chile. Editorial Catalonia.
−Municipalidad de Puente Alto, (2013).  Puente Alto / Siglos XX-XXI. Retrospectiva fotográfica (1892-2012)
−Pacheco, Horacio. El Diablo guitarrero.
−Perona Vega, Cristina “Lamento puentealtino”. En Medina Arenas, Magdalena. (2001). Puente Alto, una crónica, un  recuerdo. Talleres gráficos MACZ. Chile.
−Plath, Oreste. (1983). Geografía del mito y la leyenda chilenos.  Editorial Nascimento. Santiago.
−Quintana, Ayan. (1962). Puente Alto. Su pasado, su presente. Talleres gráficos  Puente Alto al Día, Chile.

−Sindicato N° 1 de Papeleros. (2007). Memoria Histórica del Sindicato Papelero. Uno para todos y todos para uno. Gráfica Puerto Madero, Chile.
−Soto Lavín, Eric. (2008). Imágenes evanescentes.
−Soto Lavín, Eric. Puente Asalto.
−Toledo Gallis, Manuel H. (1984). Puente Alto… Y algunos episodios intrascendentes. Municipalidad de Puente Alto. Círculo periodístico  Francisco Fuentes Hoffmann, Puente Alto, Chile.

Periódicos

Puente Alto al Día, 07 Y 11 de mayo; 03, 10 y 21 de diciembre, 2005

         Sitios web

− bibliotecakimun.blogspot.cl/
− www.dedaldeoro.cl/leyendas.htm
−www.identidadesdelmaipo.cl/?page_id=26
−kjesed.blogspot.com/2008/05/puente-asalto.html
−www.laprovinciacordillera.cl
−www.literaturasobrelaprovinciacordillera.blogspot.cl
−www.mineduc.cl/wp-content/uploads/sites/19/2016/04/OrientacionesPFC.pdf
−www.formacionciudadana.mineduc.cl/wp-content/uploads/sites/46/2016/11/Orientaciones-curriculares-PFC-op-web.pdf
−www.elclarin.cl/web/noticias/cronica/14964-inauguran-placa-del-memorial-por-la-justicia-y-la-dignidad-en-la-provincia-cordillera.html
−www.tebeosfera.com/1/Documento/Articulo/Especial/Chile/1900a1973b.htmculturadebolsillo.blogspot.com/2012/12/revista-el-pinguino.html
−www.plazapuentealto.cl/?p=1
−es.wikipedia.org/wiki/Regimiento_Reforzado_n.%C2%BA_3_%22Yungay%22
www.gamba.cl/2015/11/pinochet-narcotraficante-la-historia-de-como-introdujo-la-pasta-base-en-las-poblaciones/
−www.facebook.com/photo.php?fbid=409461492595439&set=a.263361870538736.1073741828.100005947758617&type=1&theater
−issuu.com/puentealtoaldia/docs/edicionagosto24?mode=embed&layout=http%3A%2F%2Fskin.issuu.com%2Fv%2Flight%2Flayout.xml&showFlipBtn=true (p.11).
−www.facebook.com/frasespuentealtinas/photos/a.407772219412917.1073741828.407652516091554/414295822093890/?type=3&theater
−revistaliteratura.uchile.cl/index.php/RCL/article/view/11117/11445
Videografía
−Casillero del Diablo: La leyenda del vino en ( www.youtube.com/watch?v=HijytzIXBf4)
− Mercado, Claudio. Chosto Ulloa, Guitarronero de Pirque. (Documental). (2003). Museo chileno de Arte precolombino. Chimuchina Records en (www.youtube.com/watch?v=WCCK4EBpT6g&pbjreload=10)
−Plazuela Bernardo O'Higgins Puente Alto, Santiago – Chile en (www.youtube.com/watch?v=711wwRC6le4)
        



[1] Si quiere saber cómo entró la pasta a Chile. Diríjase a http://www.gamba.cl/2015/11/pinochet-narcotraficante-la-historia-de-como-introdujo-la-pasta-base-en-las-poblaciones/

[2] Pero calma’o, no mah… ante lo evidente, ya pronto mostrarán tu esencia perruna, paco conchetumare. Todos sabrán cómo verdaderamente actúas.
[3] Sobre la plaza de nuestra comuna dedicaré mis palabras más adelante y al pingüino, también, así que lo invito a seguir leyendo.


[4] Sobre las personas asesinadas y detenidos desaparecidos en la Provincia Cordillera durante el gobierno militar del general Augusto Pinochet y de la placa del memorial que se construyó en su homenaje, véase
www.elclarin.cl/web/noticias/cronica/14964-inauguran-placa-del-memorial-por-la-justicia-y-la-dignidad-en-la-provincia-cordillera.html. Visita realizada el 9/12/2016.
[5] Tropo que consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales. Por ejemplo, dulce suavidad, verde armonía, perfumada amargura, etc.
[6] Por ningún motivo, el lector vaya a pensar que este negocio desapareció, pues en la actualidad se encuentra a la vuelta de la esquina, específicamente en calle Balmaceda número 184. Pero ahora solo se venden helados artesanales. Al consultar por el traslado del local, un par de señoritas que atendían en él, quienes prefirieron no dar sus nombres, me comentaron que producto de la remodelación de la plaza, el Oasis se vio obligado a cambiar de dirección, ya que las obras de construcción del Metro impedían el paso de los peatones y con ello las ventas se vieron afectadas. Cuando llegó la dueña a la heladería, le comenté el trabajo que estaba desarrollando y textualmente me dijo que “lo más bonito de todo es que actualmente mucha gente de la tercera edad viene para acá a tomar helados, mientras recuerdan las cosas que hacían en la plaza después de salir del colegio.”
[7]http://www.tebeosfera.com/1/Documento/Articulo/Especial/Chile/1900a1973b.htmculturadebolsillo.blogspot.com/2012/12/revista-el-pinguino.html señala que “Desde 1956 El Pingüino ocupó lugares semi-secretos en los closets y los cajones de nuestros abuelos. Su contenido incluía una selección de chicas en bikini que hoy serían considerados enormes y en el mejor de los casos la tentación provenía de muchachas en topless provenientes normalmente de agencias internacionales.
Las chicas se exhibían en ropa interior con los senos escrupulosamente tapados con las manos o si la foto lo permitía, con estrellas pintadas sobre la fotografia [sic.] para impedir que se vieran sus partes intimas [sic.]
La revista también traía caricaturas divertidas dibujadas por los mejores artistas de la época con graciosos e ingeniosos personajes que se recuerdan hasta el día de hoy.”

[8]Véase la Editorial en http://www.plazapuentealto.cl/?p=1. Mantengo la ortografía de la fuente, sin corrección alguna de mi parte. Visita realizada el 31/01/2013.
[9] Doblemente lamentable, ya que tampoco hemos podido dar con el blog.
[10] Ver www.youtube.com/watch?v=711wwRC6le4. Visita realizada el 20/08/2010.
[11]Ver www.facebook.com/photo.php?fbid=409461492595439&set=a.263361870538736.1073741828.100005947758617&type=1&theater
[12]issuu.com/puentealtoaldia/docs/edicionagosto24?mode=embed&layout=http%3A%2F%2Fskin.issuu.com%2Fv%2Flight%2Flayout.xml&showFlipBtn=true (p.11).
[13] En esta dirección encontramos en el primer piso la Nueva Pescadería El Muelle y en el segundo el bar-restaurant El Muelle – Frutos del mar, donde, tal como se lee en sus ventanas, es posible disfrutar de un mariscal frío y caliente, merluza frita, reineta a la plancha, paila marina, salmón margarita, mariscos parmesanos, jardín de mariscos, etc.
[14] Este relato está basado en un hecho real acontecido en la carnicería Miro a principios de la década de los noventa.
[15] Según las palabras que en una de las tantas conversaciones me dirigió Eric Soto Lavín, en su época de mayor apogeo y esplendor, la tienda tenía otras sucursales, a las cuales llamaba El Pingüino II y El Pingüino III.
[16] Como se habrá dado cuenta, el título del presente trabajo hace referencia a un solo lugar, pero me vi en la placentera obligación de pasearme por alguno de los principales lugares de la comuna.
[17]www.facebook.com/frasespuentealtinas/photos/a.407772219412917.1073741828.407652516091554/414295822093890/?type=3&theater. Visita realizada el 12/11/15.
[18] Por ejemplo, en una reunión que tuve con mis amigos de la agrupación Vecinos por el patrimonio con motivo de la organización del Día del patrimonio, comenté mi trabajo sobre el pingüino puentealtino. Al preguntársele al papá de una amiga si había conocido al personaje, respondió “Sí, lo vi hasta el once de septiembre del setentaitrés”
[19] Sobre la cantidad de palmeras, en una conversación, Eric Soto Lavín me dijo que vio en una fotografía antigua tres palmeras.
[20]Existe una extensa clasificación de las ninfas, pero comprenderá que no es este el lugar para extendernos en un profundo análisis de estos seres mitológicos, pues su estudio escapa al principal objetivo de este trabajo. Para orientar al lector no familiarizado con estos seres, señalaremos que en la mitología griega, las ninfas corresponden a deidades menores asociadas a lugares hermosos (ríos, bosques, montes, grutas, etc.). Se dice que son hijas de Zeus, pero un determinado tipo de ninfas acuáticas, conocidas con el nombre de oceánides, son consideradas hijas de Océano. Similar es lo que ocurre con las náyades “Ninfas de las aguas (fuentes, manantiales, arroyos…), ya que algunas veces son llamadas hijas de Zeus y en otras, hijas de Océano. Ver Índice onomástico, Ó. Martínez. En Odisea. Homero. Editorial Gredos. S.A. 2006. p. 440.
[21] El Regimiento de Ingenieros n° 2 de Puente Alto se retiró de la comuna el 13 de noviembre del año 2003. Junto con el Regimiento de Infantería n° 3“Yungay” (San Felipe), el Regimiento de Infantería n° 18 "Guardia Vieja" (Los Andes) y parte de los medios del Grupo de Artillería General Escala del Regimiento de Infantería n° 21 "Arica" (La Serena) forma parte del Regimiento Reforzado n| 3 "Yungay" del Coronel Nicolás Maruri Gasco. Para mayor información, véase es.wikipedia.org/wiki/Regimiento_Reforzado_n.%C2%BA_3_%22Yungay%22
[22] En un comienzo, y a partir de este día, los viajes por la línea 4 comenzaban en la estación Plaza Puente Alto hasta Vicente Valdés, después el recorrido continuaba con un bus del Transantiago hasta el metro Los Orientales, lugar de transbordo en donde uno podía seguir su viaje hacia el sur (hasta la estación Grecia) o hacia el norte hasta la estación Tobalaba. Para el viaje de regreso, el lector inferirá, que los viajes desde la comuna de Providencia hasta nuestra comuna, se realizaban en forma continua desde Tobalaba hasta Grecia. Quienes desearan continuar su viaje hasta Vicente Valdés debían trasladarse en el bus de acercamiento que salía en metro Los Orientales hasta aquella estación para seguir en el ferrocarril metropolitano, cuyo trayecto finalizaba en la Plaza de Puente Alto.
[23] Con esta afirmación respondemos a la pregunta de maggi [sic.] , “y ese caballo todavia no entiendo a que viene...”.
[24] Augé, Marc. (2009). Los no lugares. Espacios del anonimato. Antropología de la sobremodernidad. España. Editorial Gedisa. p. 44.
[25]Inmediatamente se vienen a mi mente los siguientes versos del poema “Puente Alto colapsó” de Poesía del American Bar de José Ángel Cuevas “Estamos miao de perro. Son hordas que dan jugo / Terrible de cuático / sabís que sí. /Con el alma de Hanz Pozo / A ti te digo /Más cagados que palo ‘e gallinero /pero filo con esos cuerpos tirados por los cerros en la ley de la vida mirando las nubes.”

[26] El Minotauro era un ser con cabeza de toro y cuerpo de hombre[], hijo de Pasífae y el Toro de Creta. Fue encerrado en un laberinto creado por el artesano Dédalo,[] ubicado en la isla de Creta. Por muchos años, siete hombres y otras siete mujeres eran llevados al laberinto como sacrificio para alimentarlo hasta que un día murió a manos de Teseo.
[27] Fue el eslogan del candidato Joaquín Lavín para las elecciones presidenciales del año 1999. Con dichas palabras hacía un llamado a la ciudadanía a no elegir a los candidatos pertenecientes a la coalición que se encontraba en el gobierno, ya que durante los diez años que llevaba en el poder, no había solucionado los problemas de desempleo, salud, educación, delincuencia, etc.
[28] http://www.plazapuentealto.cl/?p=1. Visita realizada el 10/08/2014.
[29] “El sueño que se hizo realidad”. Puente Alto al día, 2005, diciembre 03. p.8.
[30] Ibíd.
[31] Ibíd., p. 9.
[32] Ibíd.
[33] Por supuesto que en los discursos no serán mencionados los obreros que participaron en la construcción del Metro, ¿o acaso cree usted que se iba a recordar, por ejemplo, a Francisco Segundo Carreño Campos, quien estuvo a punto de perder la vida a raíz de una descarga eléctrica? Ver “Inconsciente retiran a trabajador desde pique del Metro”. Puente Alto al día. 2005, mayo, 07. p.3. y “Continúa crítico obrero que se accidentó en obras del Metro. Puente Alto al día. 2005, mayo, 11. p.3
[34] Op. cit. p. 8.
[35] “El voto ciudadano”. Editorial. Puente Alto al día. 2005, diciembre 10. p. 5.
[36] “Una plaza más árida”. Se me cayó el C.D. Por el Lengualarga. Puente Alto al día. 2005, diciembre 03. p.5.
[37] “Tenemos que ayudar a los colectiveros, pues la llegada del Metro les disminuyó la clientela”. Puente Alto al día. 2005, diciembre 21.
[38] “El avance de Puente Alto”. Cartas al Director. Puente Alto al día. 2005, diciembre 10. p. 15.
[39] “Presidente Lagos cumplió su promesa: “Cuando fui candidato dije que iba a haber un Metro en Puente Alto. Hoy el Metro llega a Puente Alto.”” Puente Alto al día. 2005, diciembre 3. s/n°.

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